Escribo estas líneas con sincera tristeza por la muerte del maestro Raúl Ramírez Soto, educador y cultor de la décima espinela, la misma que tantas conversaciones nos motivaron e incluso horas de intensa búsqueda para saber si el terceto que alguna vez escuchamos, en el verano del 2005, tenía o no continuidad.
Conocí a Raúl Ramírez Soto en Nasca, tierra donde yo crecí, en enero del 2005. Hasta allá llegó con sus camisas de mangas cortas que tanto lo caracterizaban y que, además, asentaban bien para el calor sofocante de la ciudad asentada en medio del desierto.
No llegó solo, lo hizo acompañado de grandes exponentes de la décima a nivel nacional, como el chancayano Antonio Silva García, genio del repentismo (arte de rezar décimas improvisadas); Roberto Arriola Badaraco y otros más. Yo, con apenas 15 años, fui presentando ante tales luminarias por mi maestro decimista Jorge Gamboa Segovia.
El encuentro tenía como objetivo difundir la belleza de la décima en una provincia donde las poblaciones afroperuanas la habían mantenido viva, lo mismo que en Chincha, Cañete, Chancay o Zaña. Mi prueba de fuego fue justamente compartir tablas con el maestro Ramírez Soto en un contrapunto, quien presentó algunas composiciones de “El Quitapenas”, compilación de décimas de pie forzado que había publicado meses antes en Chiclayo. Lógicamente, me dio una tunda.
El educador
Raúl Ramírez Soto nació en la caleta de San José y vivió en Monsefú. Estudió en el Colegio Nacional de San José, al que todos los días debía llegar en el tren de Eten. Tuvo la suerte de ser alumno de Karl Weiss, del gringo director del “Coloso del Norte”.
Gracias a una beca logró estudiar en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle – La Cantuta, cuando el gran Walter Peñaloza estaba a cargo de la formación normalista. Su primer trabajo como profesor lo cumplió en Eten, en un aula con 70 alumnos a los que enseñó a leer y escribir.
Siempre tuvo afán de superarse y así estudió en la Pontificia Universidad Católica del Perú las especialidades de Organización y Administración Escolar, Orientación y Bienestar del Educando y Literatura Infantil, permitiéndole acceder a muchos cargos, entre ellos el de jefe del Departamento de Orientación en el entonces Instituto Experimental de Campodónico, hoy desaparecido. En 1968 se casó con su amada Raquel.
Con la reforma del gobierno de Velasco, se crearon núcleos educativos comunales y Ramírez Soto fue nombrado director del Núcleo Educativo Comunal de las Excooperativas Agrarias de Producción Azucarera Tumán, Pucalá, Pomalca y Capote entre 1973 y 1979. De 1994 a 1997 ocupó la Dirección Regional de Educación de la desaparecida RENOM, con jurisdicción en Lambayeque, Cajamarca y Amazonas.
Amor por las letras
Su padre trabajó en las islas Lobos de Tierra, a la que la familia se trasladaba ni bien empezadas las vacaciones. A las 6:00 de la tarde de todos los días, alumbrado por velas, empezaba la revisión de cuanto papel se pudiera leer. Así nació su amor por las letras, el mismo que fue afianzado por su maestra de primaria en Monsefú.
Siendo estudiante de La Cantuta publicó su primer poema en hojas mimeografiadas. Era 1961 y entonces comprendió que su otra pasión estaba en la composición lírica, sobre todo para niños. Lo de la décima, no fue casualidad. Se inclinó por ellas leyendo a Nicomedes Santa Cruz, quien en 1966 incluyó en una antología la décima “Monsefú”, escrita por Ramírez Soto.
La correspondencia entre ambos fue abundante y en todo el gran cultor afroperuano elogió el genio versador de Raúl Ramírez.
Feliz reencuentro
Por razones que sólo el destino puede explicar, en el 2006 fui enviado a estudiar a Chiclayo y al poco tiempo volví a ver al maestro Raúl. Cuando me inicié en el periodismo, hace ya 16 años, nuestros encuentros se hicieron más frecuentes y nunca faltaron las llamadas a su teléfono fijo que amablemente contestaba con su cantarina voz.
Tiempo después fuimos vecinos en la urbanización Villarreal y en una tarde llegué a buscarlo interesado no en su obra, sino en la de su abuelo, Carlos Ramírez Montalvo, compositor de la marinera “La Veguera”. Retrato en mano, el maestro, mi maestro, compartió algunos secretos de aquellas letras.
Siempre fue generoso con sus comentarios. Lejos del ego y la vanidad, me animó a escribir décimas en todo momento y traté de seguirle el ritmo. Recuerdo que alguna vez dijo: “Yo no tengo la chispa improvisadora de Antonio Silva, pero soy cumplidor en la métrica”. Y lo fue.
Precisamente a Antonio Silva escuchamos en Nasca decir: “El burro le dijo al gato / podrás tener siete vidas / pero con esta te mato”. Eran un terceto perfecto y se quedó grabado en mi memoria. Años después, conversando con el maestro Raúl, le pregunté si conocía el origen de esos versos, si eran autoría de Silva o parte de una décima completa. “Vamos a buscar”, respondió.
Durante varios días revisamos cuanto material teníamos disponible y por el chat de Facebook nos íbamos reportando a ver si encontrábamos algo. “Nada, pero tengo una explicación: Muchos versos son libres, dichos que se escuchan, después uno los jala y los hace décima. ¡Complétala!”. Y lo hice. El resultado fue una décima que cuenta la historia de un aula en la que los animales resuelven ejercicios matemáticos. ¡Le encantó!
Lo vi por última vez en la Casa Comunal de la Juventud y estando a cargo de la conducción de la ceremonia que allí se realizaba pedí un prolongado aplauso por su presencia, pues razones muy personales lo habían alejado de las actividades sociales y de las redes que bien usó para compartir sus versos. En una ocasión pedí referencias musicales y no dudó en mandarme a escuchar Café Quijano.
Cada libro publicado era enviado hasta la oficina de Expresión con una nota dedicatoria. Se extrañará su presencia física, pero nos quedará su magistral obra, misma que toca difundir y cuidar.
Enterado de su partida al reino del padre, el miércoles 1 de octubre, escribí estos versos a modo de homenaje:
Raúl Ramírez Soto / chiclayano en esencia / yo invoco tu presencia / como educador devoto. / Tu legado no se ha roto / sigue firme y muy fuerte / pues ni siquiera la muerte / podrá tu nombre borrar / a ti, amigo ejemplar / que dicha fue conocerte.
Tu mirada azul descansa / tus palabras están dormidas / mas tus rimas escogidas / se elevan en alabanza. / La memoria no alcanza / para contar tus vivencias / fuiste claro en tus creencias / hombre de trato elegante / fue tu risa contagiante / la mejor de tus herencias.
Al maestro decimista / que en Nasca conocí / mis versos traigo aquí / sin ser yo un artista. / No creo que otro exista / con su don para versar / académico al plasmar / décimas de buena hechura / yo celebro su natura / su grandeza al crear.
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(*) Coordinador periodístico de Expresión.
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