El decreto firmado hace como 10 días por la presidenta Boluarte que “actualiza” el catálogo de enfermedades mentales poniendo a la transexualidad en ese saco es -sencillamente- un intento de retroceder en los pocos avances dados en el país sobre el respeto a la identidad de género. Cuando en el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, celebrado el 17 de mayo, activistas por los derechos LGBTQ+ se manifestaron frente al Ministerio de Salud en contra de lo que ven como discriminatorio y perpetuador de estigmatizaciones vanas, el gobierno central emitió un comunicado contradictorio en el que jura que respeta las identidades de género todas, pero que para el catálogo debía basarse en lo que sanciona la Organización Mundial de la Salud (OMS). O sea, sí pero no.
Pero el gobierno miente o no está actualizado. El decreto claramente incluye como "problemas de salud mental" lo que llama "transexualismo, el travestismo de rol dual, trastorno de identidad de género en la niñez, otros trastornos de identidad de género, trastorno de identidad de género (no especificado), travestismo fetichista y orientación sexual egodistónica". El decreto dice basarse en la décima edición de un manual de OMS, la Clasificación Internacional de Enfermedades, o CIE-10 (ICD-10, por sus siglas en inglés). Sin embargo, la OMS sustituyó ese manual en 2022 por una última edición, la CIE-11.
Con la CIE-11, la OMS "redefinió la salud relacionada con la identidad de género, reemplazando categorías de diagnóstico obsoletas como transexualismo y trastorno de identidad de género de los niños de la CIE-10 con incongruencia de género de la adolescencia y la edad adulta e incongruencia de género de la infancia, respectivamente". Los altos funcionarios del gobierno central peruano no han sido actualizados sobre esto, o se resisten a ello.
Un largo camino
Como con todos los derechos de las acaso mal llamadas minorías, con los de la comunidad LGTBQ+ se debe retroceder en el tiempo. Hay quienes sondean sus primeros visos en el siglo XIX cuando en la literatura y las artes en general, varios exponentes hombres y mujeres con orientaciones sexuales no hegemónicas en Europa intentaron vivir sus vidas, específicamente, sus sexualidades, en direcciones distintas a la norma. Están los casos de los escritores Oscar Wilde y Federico García Lorca, que en sus intentos por mostrarse diversos recibieron el uno condena judicial; y el otro, condena social.
Pero casi es de consenso que un rastreo más preciso nos traiga más cerca en tiempo y lugar: década de los 60 – 70 del siglo XX, cuando Harvey Bernard Milk (Woodmere, 22 de mayo de 1930-San Francisco, 27 de noviembre de 1978) se erigió como el primer hombre abiertamente homosexual elegido para un cargo público, luego de una férrea defensa y activismo a favor de la comunidad gay norteamericana. No sin enfrentamientos, represalias y reveses, Milk logró meter el tema de los derechos gais en las agendas primero del estado de California y luego a nivel de la Casa Blanca.
En “La Línea rosa: un viaje por las fronteras queer del mundo” (2022), el periodista e investigador de los derechos LGTBQ+ Mark Gevisser explora la situación actual del respeto social, político y legal de la comunidad gay a nivel global, a partir de una serie de historias de vida y las reacciones estatales para sancionar a veces legislaciones a favor, a veces en contra. Su tesis es que el mundo vive hoy dividido por una línea que separa aún estados abiertos de reaccionarios frente a un fenómeno que como nunca antes crece avivado por lo que le permite esta época de globalización y digitalidad: una dualidad de rechazo/apertura ante las diversidades de género.
(*) Colaborador y articulista.
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