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1823: BICENTENARIO DE LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA (I): La primera campaña del ejército peruano

Escribe: Freddy Centurión González (*)
Edición N° 1289

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En medio de estos momentos críticos para el Perú, pasó inadvertido el bicentenario de la desafortunada primera campaña militar de la República del Perú, “última tentativa de Buenos Ayres y Chile para emancipar al Perú: primer esfuerzo de los ambiciosos para librarse del socorro de Colombia”, en palabras de Nemesio Vargas. Estos eventos olvidados entre la euforia de 1821 y los brillos de 1824 fueron claves para explicar el origen convulso de la Presidencia de la República.

Cuando el Protector San Martín partió del Perú, dejó un plan de campaña contra los realistas que sería recogido por la Junta Gubernativa (integrada por la Mar, Salazar y Baquíjano, y Alvarado). El proyecto sanmartiniano era una compleja operación contra el ejército realista, donde en conjunto actuarían elementos guerrilleros en el Alto Perú, un ejército en la sierra central, y una fuerza principal que desembarcase en los puertos del sur del Perú, denominados Puertos Intermedios.

Las fuerzas patriotas

Con la colaboración del gobierno chileno, y sin respuesta positiva de las Provincias Unidas, la Junta acopió fondos para preparar la expedición. Formaban tropas peruanas, chilenas y rioplatenses; desde la Gran Colombia, Bolívar envió una división colombiana, que no intervino puesto que su comandante puso trabas, por lo que la Junta optó por devolverlos a su país.

Para preparar la ofensiva prevista, la Junta formó dos cuerpos de ejército: el Ejército Libertador del Sur al mando del general Rudecindo Alvarado, y el Ejército del Centro bajo las órdenes del general Juan Antonio Álvarez de Arenales. En octubre de 1822, los casi cuatro mil soldados del Ejército Libertador del Sur se embarcaron en los transportes en la rada del Callao. La Junta se limitó a aconsejar prudencia en las operaciones, pero el Congreso, que quería intervenir en todo, dio a Alvarado amplias instrucciones.

Tras 53 días de agitada navegación, la flota patriota arribó a Iquique, donde dejó tropas para levantar la zona, y después continuó a Arica. La campaña habría sido un éxito de haber mostrado Alvarado una actitud decidida, pero al demorar casi un mes en Arica, los realistas tuvieron el tiempo necesario para reunirse. La inacción de los patriotas desanimaba a los lugareños y desmoralizaba a la tropa, ante lo cual, el vehemente Miller, apartándose del plan, marchó a Quilca con los cazadores de la Legión Peruana, para distraer la atención realista. Entre diciembre y marzo, la fuerza de Miller desarrolló una intensa actividad, debiendo reembarcarse al Callao ante las noticias de Torata y Moquegua. La movilización realista.

El Ejército Real del Perú, al mando del virrey José de la Serna, ocupaba el sur del Perú y el Alto Perú. Sus fuerzas se dividían en tres grupos: en el valle del Mantaro, el mariscal de campo José de Canterac; en Arequipa, el brigadier Gerónimo Valdés; y en Potosí, el general de brigada Pedro Antonio de Olañeta. Además, contaba con destacamentos en Cuzco y La Paz.

El plan de los independentistas, dependiente en gran parte de la sorpresa, falló en ese crucial punto. El virrey ordenó al brigadier Valdés, que movilizase sus fuerzas para hacer frente a la amenaza patriota. Notando que las fuerzas de Valdés eran reducidas frente a las de Alvarado, el virrey ordenó al mariscal Canterac, al mando de las unidades en la sierra central, que enviase al Cuzco algunas unidades. Convencido de que no había que temer algún peligro para sus fuerzas en Jauja, el mismo Canterac se puso en marcha.

Para cuando las fuerzas de Alvarado empezaron a marchar a Tacna, los realistas ya estaban en acción. Y los patriotas desperdiciaron oportunidades de desbaratar a los realistas, primero al mismo Valdés en Calana (1 de enero de 1823) y luego al coronel Ameller en Locumba (14 de enero). Todos estos movimientos servían para atraer al Ejército Libertador del Sur hacia Torata, donde Valdés concentraba sus fuerzas, para reunirse con las de Canterac, que marchaban desde Puno.

Las batallas de Torata y Moquegua

El 18 de enero, las fuerzas patriotas entraron en Moquegua, rodeadas del entusiasmo de la población. Al amanecer del domingo 19 de enero de 1823, el ejército de Alvarado avanzó hacia las posiciones realistas en Yacango, que se retiraron hacia las escarpadas posiciones de Torata en medio de un nutrido fuego. Hacia las cuatro de la tarde, Canterac arribó al campo de batalla, animando a los realistas. Un intento patriota para flanquear a los realistas fue rechazado; notando el desconcierto en las unidades patriotas, los realistas lanzaron un ataque general con todas sus fuerzas disponibles.

Sorprendió la bizarría mostrada por la Legión Peruana en su bautismo de fuego. El coraje de sus oficiales, encabezados por el teniente coronel Pedro de La Rosa, y su amigo, el mayor Manuel Taramona, galvanizó a sus hombres en medio de la batalla. Frente a ellos, las tropas del coronel español Baldomero Espartero, “con un arrojo superior á toda ponderacion”, se lanzaron en un feroz asalto a la bayoneta. Habiendo sufrido fuertes bajas, la Legión Peruana debió replegarse. Los realistas habían batido en toda la línea a las fuerzas de Alvarado, y hacia las seis y media de la tarde, cesó el combate.

La ordenada retirada de las fuerzas patriotas no fue acosada por las extenuadas tropas de Valdés. Pero la moral destrozada, llevó a decidir la retirada a Ilo para reembarcarse. No habría tiempo: los realistas, ahora bajo el mando de Canterac, marcharon a su encuentro la mañana del 21 de enero. Los patriotas, con apenas ocho cartuchos por soldado, formaron en las alturas al norte de Moquegua. Mientras Valdés atacaba el flanco derecho, Canterac marchó de frente. Al mediodía, la lucha era cuerpo a cuerpo y con arma blanca: ambos lados luchaban con la desesperación de saber que se jugaban el todo por el todo. Hacia la una de la tarde, las fuerzas patriotas cedieron el campo y se desbandaron bajo el acoso de la caballería realista. Los Granaderos a Caballo, el cuerpo creado por San Martín, al mando del teniente coronel Juan Lavalle, se sacrificaron en sucesivas cargas para cubrir la retirada. Consumado el desastre, la furia realista cayó sobre Moquegua, que fue saqueada.

Desde Ilo, parte de las tropas derrotadas navegaron hacia Lima; dos barcos naufragaron cerca del desierto iqueño. Por su parte, el derrotado Alvarado se dirigió a Iquique “a dar un impulso a las operaciones”. No sabía que el general realista Olañeta había expulsado a las fuerzas patriotas. En la madrugada del 13 de febrero, Alvarado intentó tomar Iquique, pero las fuerzas peruanas y chilenas fueron superadas y empujadas hacia el mar, intentando alcanzar a nado las lanchas y barcos. Entre los ahogados, figuraban el teniente coronel La Rosa y el mayor Taramona, que rehusaron aceptar la salvación que ofrecían los realistas.

"¿Qué quedaba de aquellos soldados ufanos que salieron en octubre del Callao, i que el Perú miraba como los defensores de su independencia i los guardianes de su nacionalidad? No otra cosa que el recuerdo de sus desgracias, la esperiencia de sus errores, i la gloria de sus contrarios" (Bulnes). Y es que, como apunta el profesor tacneño Peralta, solo en Torata o en Moquegua, murieron tantos patriotas como conjuntamente en Junín y Ayacucho. El secreto de las victorias realistas, afirmó el general Dellepiane, se debió al vigor empleado por sus jefes en la ejecución de las operaciones y su decisión de doblegar la voluntad del rival.

¿Y qué pasó con el Ejército del Centro? Arenales sabía lo clave de su rol para el éxito de la campaña, pero la falta de apoyo de la división colombiana y la desatención del Congreso hicieron fallar sus empeños. Las noticias de las derrotas agriaron el ánimo hacia el Congreso y la Junta. Se avecinaba el primer golpe de estado del Perú republicano.

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(*) Abogado, docente universitario e historiador.

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