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LA VIEJA HERIDA DE LA CONQUISTA

Escribe Freddy R. Centurión González para la edición N 1107

La pasada semana, ha sido materia de comentarios risibles (en la mayoría de los casos) el hecho que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (conocido por su afición a la historia y a “identificarse” con personajes del pasado mexicano como Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas), envió una carta al rey de España, Felipe VI, y al papa Francisco, pidiendo que ofrezcan perdón por los “agravios” cometidos contra los pueblos originarios durante la conquista de América, por “violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos”.

Conociendo la vena de los tiempos actuales por ridiculizar las noticias a través de “memes” en las redes sociales, fue casi inevitable que aparecieran ese tipo de imágenes, mayormente burlándose de la carta presidencial; así como también se difundió una imagen de una estatua del conquistador Hernán Cortés en su natal Medellín, en la que aparecía, supuestamente, pisando con su bota la cabeza de un indígena (en realidad, la escultura muestra a Cortés sujetando el estandarte real y pisando un ídolo azteca en señal del triunfo de la fe cristiana). Y los comentarios en las redes sociales no se han hecho esperar, algunos alturados y con argumentos, otros zafios y vulgares.

Este año es especialmente sensible dado que se cumple el quinto centenario del arribo de Cortés a las costas mexicanas (y de su alianza con otras etnias para derribar a los aztecas, tema que recién se está recogiendo en los manuales escolares mexicanos). No quiero imaginar lo que ocurrirá en 2032 cuando se conmemore el quinto centenario de la captura de Atahualpa en la plaza de Cajamarca. Y de allí a condenar en bloque todo el pasado virreinal no hay más que un paso. No en balde, una de las estrofas de nuestro himno nacional, hace referencia a que “nuestros brazos hasta hoy desarmados, estén siempre cebando el cañón, que algún día, las playas de Iberia sentirán de su estruendo, el terror”.

Quiérase o no, la conquista marca un momento decisivo en la historia de América. Y como toda conquista, inevitablemente fue violenta, y todos los pueblos conquistados han sufrido horrores: los mismos españoles fueron pueblos conquistados por los cartaginenses, los romanos, los visigodos, los musulmanes. Se suele hablar de “genocidio” por parte de las mesnadas conquistadoras hacia los indígenas. Nada más falso, por no decir ridículo: lo que menos le convenía a los conquistadores era que los indígenas murieran, eran su fuerza de trabajo para las futuras encomiendas que esperaban recibir; a los misioneros, les interesaba convertir a los indígenas y salvar sus almas. La mayor devastación, bien dijo el historiador mexicano Antonio Rubial García, no vino de los humanos (al margen de la violencia utilizada), sino de los microorganismos, dada la gran mortandad generada por las epidemias de enfermedades para la que los indígenas no estaban preparados y los españoles no sabían que trasladaban tan mortal carga.

A la conquista, no hay que aplaudirla ni denostarla, hay que asumirla. Nada de leyendas rosas como los hispanistas, ni leyendas negras como los indigenistas. Decía el maestro José Antonio del Busto, “se trata de entender que no somos vencidos ni vencedores sino descendientes de los vencedores y de los vencidos. Hay que saber asumir la realidad. La Conquista del Perú (lo mismo se podría aplicar a la conquista de México, de Chile, de Quito) es un hecho histórico, un verdadero cantar de gesta que honra a los dos bandos combatientes, y como tal debemos entenderla. Somos peruanos antes que blancos o indígenas, somos racial y culturalmente mestizos”.

Freddy R. Centurión González
Fecha 2019-04-04 18:00:39