Cuando Nicolasa Samillán Rodríguez nació, faltaba poco para la inauguración del Palacio Municipal de Chiclayo, quizá la joya arquitectónica más importante de la ciudad. Ella es la joya más importante para su familia, pero también para las decenas de mujeres panamericanistas que esperan con ansias poder festejar su cumpleaños número 100. Esta es su historia.
Con caminar lento y erguido, elegantemente vestida, aparece doña Nicolasa en el salón de su casa, en Chiclayo. No es la misma vivienda en la nació, pero sí en la que pasa cómodamente estos días, a la espera de celebrar cien años de vida.
Es la mayor y la única sobreviviente de los tres hijos que tuvo el matrimonio entre José Adolfo Samillán Larios e Isolina Rodríguez Talavera. Nació el 26 de marzo de 1923, creciendo en la cuadra ocho de la céntrica calle Juan Cuglievan, que en aquel momento se llamaba Santo Domingo.
“Cumplir 100 años de vida significa mucho, que es la bendición del Señor Todopoderoso. Vivir con tranquilidad, con paz y en armonía con nuestro prójimo es importantísimo, como el cariño que uno recibe de la familia, de las amistades. Es una bendición llegar a tantos años de vida, una ocasión especialísima”, responde.
Infancia y juventud
Su madre murió durante el nacimiento del único hijo varón que tuvo el matrimonio. Nicolasa tenía entonces 5 años de edad, pasando al cuidado de su abuela paterna, también llamada Nicolasa. A su padre sí pudo disfrutarlo hasta los casi 100 años de vida. La longevidad le viene por parte de los Samillán.
“Mi papá murió un mes antes de cumplir 100 años, manteniendo toda su capacidad mental. Mi hermanito murió a los pocos años de nacido, por lo que nos quedamos mi hermana y yo, hasta que ella también partió al encuentro del Señor. Sin embargo, la vida continúa y por eso estoy agradecida con Dios, porque me ha permitido tener una hermosa familia”.
La primera la estudió en la Escuela 222 y la secundaria en el Liceo Comercial Juana de Arco, dirigido por una educadora francesa, egresando con diploma en Contabilidad.
Cada verano era especial para ella, pues previa entrega de libreta de notas a su abuela, recibía autorización para pasar la temporada de verano en Pimentel. Cuenta que su abuela, a la que llamaba “mamá”, alistaba las maletas, llamaba un taxi e iban hasta la estación del ferrocarril, en la ahora calle Junín, para enrumbar al balneario, donde la familia tenía una casa que estaba especialmente arreglada para recibirlas en las vacaciones.
“La vida en Chiclayo era muy normal, entonces. La gente muy trabajadora, industriosa y aspirante, por eso es que Chiclayo surgió, porque sus ciudadanos fueron muy inquietos siempre para mejorar. Cuando era niña las calles lucían disparejas, poco a poco fueron cambiando”, recuerda.
Trae a su memoria la fiesta en honor a la Inmaculada Concepción, patrona de Chiclayo, celebrada los primeros días de diciembre en la desparecida Iglesia Matriz, así como las procesiones de Semana Santa, cuando los integrantes de la sociedad del Santo Sepulcro se preparaban para pasear a la imagen por la ciudad.
“Eran distinguidos varones de la ciudad quienes conformaban la sociedad del Santo Sepulcro y preparaban la procesión. Chiclayo se volcaba a acompañar a las imágenes e incluso se elegía a mayordomos. El segundo esposo de mi abuela, al que con cariño llamaba ‘papá viejo’, integró esa sociedad. Se ponía su mejor traje y el reloj Longines de oro para ir a la procesión y acompañar al Cristo Yacente”, relata.
Recuerda también la llegada de compañías artísticas al Teatro Dos de Mayo, que motivaba la atención de los vecinos de la ciudad, quienes se apresuraban a asistir para gozar de los espectáculos.
La familia y la librería
Conoció a quien sería su compañero de vida en Radio Delcar, a donde acudió para una presentación musical en la que le tocó cantar. “Me invitaron a cantar el himno de un país, fui y ahí lo conocí, porque él era parte del elenco artístico de la radio”, cuenta.
A los 16 años contrajo matrimonio con José Víctor Mendoza Escurra, reconocido músico chiclayano, con quien dio vida a ocho hijos: Víctor, Mirtha, Ernesto, Adolfo, Arnele, Erick, Sandra y Rubén.
Su esposo fue coautor del vals “Me duele el corazón”, inmortalizado por los Embajadores Criollos. “¿Dónde están mis amigos no los veo?/ ¿Dónde están mis hermanos no los hallo?/ Solito he de sufrir/ Solito yo me tengo que acabar”, reza la canción.
Regentó junto a su esposo a Librería Mendoza, al lado de la Casa Montenegro, en la calle Elías Aguirre, siendo una de las más importantes en Chiclayo. Tiempo después adquirió una propiedad frente al Parque Principal y abrió una librería en la avenida Balta, a la que llamaron “El Mío Cid”.
El negocio de la librería se inició a partir de la venta de un cancionero de su esposo, titulado “Lo que canta el pueblo”, al que sugirió acompañarlo con revistas. Con el tiempo, empezó a importar textos de México, Argentina y Chile, e incluso logró importar lapiceros desde Alemania.
La piratería causó un duro daño a la empresa familiar.
Mujer Panamericanista
A lo largo de su vida, Nicolasa Samillán ha viajado por diversos países, llegando a Argentina, Chile, México, Ecuador, Santo Domingo y Estados Unidos.
Llegó a la Mesa Redonda Panamericana por invitación de doña Maruja Mesones de Balarezo, integrándose a la existente en Lambayeque, la misma que llegó a presidir, luego fue presidenta de la Asociación Nacional de Mesas en el Perú, y vicepresidenta de la alianza continental. Ha dedicado más de 60 años de trabajo a la vocación panamericanista.
“La más grande satisfacción que me ha dado pertenecer a la mesa es haber logrado amistad y fraternidad con las damas de todos los países miembros. Cuando uno visita un lugar, las integrantes de la Mesa Redonda Panamericana te reciben con los brazos abiertos, te integran y comparten la cultura. Es una fraternidad única”, comenta.
Por decisión de las mesas fue nombrada como Mujer Panamericanista, al ser fundadora de la mesa de Chiclayo, Los Parques, Trujillo, Cajamarca, Surco y otras ciudades más.
En 1990, tentó a la política postulando como candidata a diputada por Lambayeque.
Nicolasa Samillán ha recibido con justicia múltiples reconocimientos, como la Medalla de Chiclayo, la Medalla del Congreso de la República y otras organizaciones nacionales y extranjeras.
Escribió bajo el seudónimo de “Petita” en la columna ‘Susurros de hoy’, en el diario El País, editado en Chiclayo. Pertenece a la Unión Femenina “Estrella del Norte” n.° 29, integró del Instituto Nacional de Protección al Menor y forma parte del Comité de Conservación de la Catedral de Chiclayo, al Círculo de Damas Vicentinas y es socia de Aldeas Infantiles. Fue fundadora de la Sociedad Bolivariana del Perú - Filial Chiclayo.
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