Los ciclos no son para siempre y hay que saber cómo terminarlos bien. Al parecer, el hasta hoy burgomaestre de Chiclayo, Marcos Gasco Arrobas, no habría tenido en cuenta esta acepción lógica, cuando transitando por una alfombra roja ofreció al inicio de su gestión transformar la ciudad devastada por sus antecesores, para colocarla en un lugar expectante como una urbe por lo menos confortable para vivir, con sostenibilidad en el tiempo, promesas que a la luz de las evidencias no han sido cumplidas a cabalidad.
Durante la campaña electoral que le sirvió para ocupar el sillón municipal, Gasco Arrobas ofreció que durante el ejercicio de su gestión edil iba paulatinamente a superar la progresiva destrucción de la ciudad heredada de sus antecesores – hoy privados de su libertad (Roberto Torres Gonzales y David Cornejo Chinguel), ofreciendo para tal fin mejorar el ornato de la ciudad, superar el orden de la transitabilidad vehicular, articular un sistema de seguridad ciudadana eficiente y eficaz y, por qué no, obras a discreción de gran impacto social y, fundamentalmente, la adecuación de su gestión al orden de los principios morales, honestos y probos que, a pocos meses del término de su nefasta gestión, muy poco o casi nada ha podido alcanzar.
¿Qué hizo para ser repudiado?
Lo hecho hasta hoy, supera largamente a lo no hecho. Desde que asumió el cargo se agenció de un perfil prepotente y arrogante, principalmente con los medios de comunicación y cuanto ciudadano cuestionara su ineficiente gestión, lo cual le está sirviendo para que la confianza ciudadana - cada vez más paupérrima - genere que el desencanto permisivo se convierta en una realidad tangible y evidente, mientras que el optimismo y la esperanza recaída en la actuación del aparato ejecutivo de su gestión.
Si bien poco hizo, lo hecho no alcanza en lo más mínimo a cubrir las expectativas ciudadanas que él mismo generó.
La ineficacia en su real dimensión
La gestión edil del saliente burgomaestre, con un deterioro sistémico, se va dejando una ciudad devastada en sus estructuras funcionales como tal. El caos y el desorden de la transitabilidad vehicular no ha sido resuelto, el ornato de la ciudad degradado e incipiente producto de un mal sistema del recojo de los residuos sólidos cada vez más precarios, aunado a ellos, el colapso cotidiano producto del inservible sistema de evacuación de las aguas servidas en todos lados, obras mal hechas y paralizadas en su ejecución por doquier, presupuestos mal gastados y presuntamente embolsicados, son hechos y condiciones latentes de la ineficiente gestión de Gasco Arrobas.
El mea culpa ciudadano
No podemos eximirnos de la responsabilidad que nos toca asumir como ciudadanos. Como siempre y reiteramente nos equivocamos al elegir, decidimos mal y peor aún dejamos que la autoridad de turno se empodere con sus malas decisiones sin someterlo al escrutinio ciudadano para decirle “hasta acá nomás”. Mirar de costado lo mal hecho como una causal real, es dejar que el elegido y su parafernalia cómplice avancen con celeridad en la comisión de sus tropelías y sus desmadres recurrentes, que nada bien nos hacen y dañan nuestro bienestar lacerando nuestra dignidad. Alguien en su sano juicio, podría estar a favor del insano accionar de una autoridad que gobierna haciendo el mal y conviviendo con la inmoralidad, objetivamente no, entonces, asumamos que la causa y el efecto de una mala gestión, la gestamos nosotros al momento de elegir.
El despido obligatorio
Se va Gasco, se van sus ocasionales compañeros. La miserabilidad a la que nos ha llevado su gobierno, con indicadores de salubridad en rojo, con los índices de presuntos actos de corrupción elevados y decisiones mal tomadas, nos induce a despedirlo con enojo y un total desprecio a su débil moral y precaria gestión edil, todo ello, producto de su desandar y su forma autoritaria de gobernar. Así hay que despedir a quien la historia juzgará por sus malos hechos y no por sus virtudes. Que le vaya bien señor, que Dios y Chiclayo lo demande.
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(*) Especialista en Contrataciones del Estado.
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