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SEMANA SANTA EN REFLEXIÓN: LAS 7 PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ Y SU SIGNIFICADO

Escribe: Semanario Expresión
Edición N° 1197

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Las tres primeras palabras expresan la necesidad de Cristo de morir derramando luz en torno a Si mismo. En ellas pide perdón para quienes le crucifican, abre las puertas de la salvación a uno de los crucificados con Él, y entrega a los hombres el impagable regalo de su Madre.

Siguen dos palabras en las que describe sus sufrimientos en esta hora: el vértigo moral de su desgarradora soledad, el sufrimiento físico de la sed…, y la otra «sed» la sed insaciable de amor

Las dos últimas, pocos segundos antes de la muerte, desbordan la total paz que le habita. Ahora puede regresar al diálogo sereno con su Padre, a lo que fue siempre el centro absoluto de su vida.

 

PRIMERA PALABRA: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»

«Llegados a un lugar llamado Calvario le crucificaros allí a Él y a dos malhechores: uno a la derecha y otro a la izquierda Jesús decía: «PADRE, PERDONALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN» (Lc 23,33-34)

Según la narración del evangelista es la primera palabra pronunciada por Jesús en la cruz.

Jesús se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias; lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los soldados, etc.

Jesús no solo perdona, sino que pide perdón de su padre para los que lo han entregado a la muerte; para Judas que lo ha vendido; para Pedro que lo ha negado; para los han gritado que lo crucifiquen.

Y no solo pide perdón por ellos sino que por todos nosotros; para que todos los que con nuestro pecado somos el origen de su condena y crucifixión.

 

SEGUNDA PALABRA: «Hoy estarás conmigo en el paraíso»

«Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres Tú el Cristo? Pues sálvate a Ti y a nosotros». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho. Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a tu reino». Jesús le algo: «Yo te lo aseguro: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO» (Lc 23,39-43)

Nos encontramos ante dos hombres. Ninguno de los dos tiene obras. Son malhechores, representantes genuinos de la humanidad. Uno insulta a Jesús; el otro reconoce su pecado.

A partir de una mirada a Jesús, de contemplar cómo muere, se despierta su fe.

JESÚS regala el reino a los que reconocen su pobreza radical. Dios regala el paraíso por gracia. Lo ha comprendido el ladrón. Nunca un ladrón ha sido «mejor ladrón».

 

TERCERA PALABRA: «AHÍ TIENES A TU HIJO… AHÍ TIENES A TU MADRE»

«Junto a la cruz estaban su Madre y la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: «MUJER, AHÍ TIENE A TU HIJO». Luego dice al discípulo: «AHÍ TIENES A TU MADRE». Y desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,25-2 7)

María, de pie. Triturada por el dolor. Ella puede decir lo que en la Lamentaciones de Jeremías clama la hija de Sión: «Ved si hay dolor semejante a mi dolor…»

Jesús la mira, velados sus ojos por la sangre, las lágrimas y el sudor de la muerte. Jesús va a expirar… se nos está muriendo a chorros… Todo lo ha dado: a los judíos, el perdón; al ladrón, su cielo. ¿Qué más? Para nosotros, SU MADRE…, la Madre Sacerdotal incorporada a la población total del Hijo. María, en la primera Misa de su Hijo… Ofertorio… Consagración… y Comunión.

 

CUARTA PALABRA: «DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

«Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?» (Mc 27,46-47)

Jesús grita en la intensidad de su dolor. Grito arrancado por la crueldad del suplicio. Jesús siente que la muerte se acerca… Su Madre y el discípulo tratan de acompañar con cariño su agonía, con la presencia y la mirada. Poco o nada más podían hacer.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza… lejos estás de mi socorro, de las palabras de mi gemido… » (Sal 21)

Es la hora del poder de las tinieblas… Porque cuando el dolor acecha y la soledad nos invade… Cuando todo se aleja y no se sabe cómo hacer pie en la tierra… Cuando los amigos traicionan y hasta lo más seguro falla…

Todo es llevadero si la lucecita de la fe y la confianza permanecen encendidas, si a través de la oscuridad «algo» por tenue que sea, percibe el alma que viene de Dios… Sólo cuando Dios es la causa del dolor, la vida se hace insoportable y todo se derrumba hasta el límite de la desolación.

 

QUINTA PALABRA: «TENGO SED»

«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «TENGO SED». Había allí una vasija llena de vinagre. Fijaron en una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la llevaron a la boca» (Jn 19,28-29)

La sed era uno de los más terribles tormentos de los crucificados. Jesús no había bebido nada desde la noche anterior. Su deshidratación era extrema, por la pérdida de sangre.

«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: “Tengo sed”. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca». Él dijo estas palabras para que se cumpliera la escritura.

Es la expresión de un ansia de Cristo en la cruz. Se trata, en primer término, de la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. La palabra está tomada de los salmos 68,22 y 21,16. Se interpreta en sentido alegórico: la sed espiritual de Cristo de consumar la redención para la salvación de todos y nos evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la Samaritana

 

SEXTA PALABRA: «TODO ESTÁ ACABADO»

«Cuando tomó Jesús el vinagre dijo: TODO ESTA ACABADO» (Jn 19,30)

Su débil y cansada mente repasa todo el abanico de profecías que sobre Él se habían hecho. Comprueba que no queda nada por cumplir.

«Yo no busco mi voluntad, sino la de Aquel que me ha enviado» (Jn 5.30). «Mi alimento es hacer su voluntad y llevar a cabo su obra…» (Jn 4,34).

Ahora repasa esa voluntad que conoce como nadie ha conocido jamás y sabe que, realmente, se ha cumplido en todo. Sabe que su obediencia es verdaderamente el precio de la salvación de la humanidad.

Y con su cuerpo destrozado, con su rostro maltrecho, se presenta ante el Padre como sustituto del mundo en pecado…

«Todo está cumplido… Todo se ha consumado…»

 

SÉPTIMA PALABRA: «PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU»

«Era ya cerca de la hora de sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora de nona. El velo del santuario se rasgó por medio, y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU» Y dicho esto, expiró» (Lc 23, 44-46)

Hemos llegado a la última palabra que Nuestro Señor pronunció. En el momento de la muerte de Jesús, ¡dando un fuerte grito, dijo, «Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu»! Explicaremos cada palabra separadamente. ¡Padre! Merecidamente llama a Dios su Padre, pues él era un Hijo que había sido obediente a su Padre incluso hasta la muerte, y era propio que su último deseo, que con seguridad iba a ser escuchado, sea precedido por tan dulce nombre. ¡En tus manos! En las Sagradas Escrituras las manos de Dios significan la inteligencia y la voluntad de Dios, o en otras palabras, su sabiduría y poder, o también, la inteligencia de Dios que conoce todas las cosas, y la voluntad de Dios que puede hacer todas las cosas. Con estos dos atributos como manos, Dios hace todas las cosas, y no necesita ningún instrumento en el cumplimiento de su voluntad. San León dice: ¡La voluntad de Dios es su omnipotencia!

¡Te encomiendo! Entrego a tu cuidado mi vida, con la seguridad de que me será devuelta cuando venga el tiempo de mi resurrección. ¡Mi espíritu!

Ordinariamente la palabra espíritu es sinónimo de alma, que es la forma substancial del cuerpo, pero puede significar también la vida misma, pues respirar es el signo de la vida.

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