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RELATO BASADO EN HECHOS OCURRIDOS EN 1921: LA FIEBRE AMARILLA LLEGA A CHICLAYO

Escribe: Miguel Díaz Torres (*)
Edición N° 1139

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CAPÍTULO III

Llega la epidemia

 

Tiempo después, los médicos norteamericanos se encontraban en su provisional cuartel de operaciones del Hotel Royal. El doctor Carter, hablaba con el doctor Alva Díaz:

-Vamos doctor, examinar enfermo, calle Maravillas.

Se dirigieron a la dirección indicada y el doctor Alva hizo un poco como traductor para ambos lados.

-“Doctorcito”, manifestó la dueña de casa: “Mi esposo tiene fiebre que le sube y le baja, escalofríos, le duele bastante la cabeza, también todo su cuerpo y no puede levantarse de la cama, además tiene vómitos.”

- “Señora, ¿qué ha hecho al respecto”, preguntó el doctor Alva

-Le estoy dando baños de pies con agua bien caliente, hago que coma bastante mostaza y que tome vinagre con limón; eso me lo enseñó mi abuelita, doctorcito.

Después de la entendible traducción hecha por el doctor Alva al doctor Carter, este examinó al enfermo dándose cuenta de que tenía las pupilas dilatadas, la lengua roja, el aliento fétido, la coloración amarillenta de la piel y hemorragia nasal. “Señora”, dijo el doctor Alva, “el doctor Carter recomienda aplicar al enfermo baños fríos cada cuatro horas. Dele, además, purgante, naranjas y trozos de hielo para evitar el vómito”.

Salieron fuera de la habitación los dos médicos y el doctor Carter le preguntó a su colega: “¿Opina igual Doctor? ¿Yellow fever? “. “Si, doctor, definitivamente es fiebre amarilla. Ya llegó a Chiclayo”, y procedió a aplicar al enfermo el suero desarrollado por el doctor Noguchi.

Al dejar aquel hogar dieron instrucciones al personal contratado para que  fumigase  la casa.

Poco después les avisaron que había un fallecido en el Hospital de “Las Mercedes”. Presurosos, se dirigieron al nosocomio. El cadáver ya estaba en el depósito mortuorio. El doctor Carter ordenó la autopsia pero dejó el papel principal al doctor Alva ya que a sus 69 años el doctor Carter se encontraba bastante fatigado por los acontecimientos.

El doctor Alva comenzó el procedimiento diciendo: “Varón, de 35 años aproximadamente, su cuerpo presenta coloración amarillenta en el pecho, cara y hasta cierto punto en las extremidades, no hay indicios de rigor mortis; al corte, el tejido adiposo es amarillo”.

El doctor Carter preguntó: “¿Cómo está hígado?”.

Prosiguió el doctor Alva : “Hígado no hipertrofiado, color amarillo ocre, con algunas zonas dispersas de congestión capilar superficial, estómago hinchado con gas… al abrirlo, se encuentra congestión de la mucosa con vasto rezumamiento petequial, contenido color pizarra, marrón y negruzco, congestión en el duodeno y yeyuno, mucosa muy congestionada y sangrante”.

-“Suficiente”, dijo  Carter,  “yellow fever”. “No hay duda”, corroboró el doctor Alva.

Pasaron los días y los casos que se presentaban eran más numerosos;  los médicos norteamericanos así como el doctor Manuel Jesús Quiroz y el doctor Alva acudían al llamado de los enfermos, llamado tardío ya que la gente primero se ponía en manos de brujos y curanderos; en muchos casos, estos  daban brebajes a los enfermos y en otros sus procedimientos eran más formalistas como hacer quemar en los corrales cachos de chivo “para limpiar la casa de la enfermedad”. Así, contaminaban el ambiente  e incomodaban a los vecinos, algunos de los cuales “blanqueaban” sus fachadas y puertas con cal para que la enfermedad “no entrara”. Cuando el paciente empezaba a vomitar un líquido oscuro, el llamado “vómito  negro” (que era la sangre coagulada), recién se le llevaba a los médicos en cuyas manos moría, lo que reforzaba la desconfianza de la gente.

Comenzaban a llegar los informes de casos en Íllimo y Lambayeque y por el lado sur en Eten y Reque.

La primera medida tomada por el doctor Hanson fue prohibir las reuniones después de las seis de la tarde, las cuales incluían las que se realizaban en la iglesia, cinemas, escuelas e incluso las funciones de circo, para evitar que la aglomeración de personas favoreciera la difusión de la enfermedad.

Hanson, en uso de los poderes excepcionales dados por el gobierno, ordenó que se formaran cordones sanitarios a cargo de soldados del ejército en los límites entre Lambayeque y el departamento de La Libertad.

Por su parte, el doctor Alva Díaz visitaba pueblos como Motupe, Olmos, Ferreñafe, Eten y ponía todo su empeño en la atención de los enfermos, al igual que en Chiclayo, aplicando vacunas o sueros desarrollados por el doctor Noguchi, que eran traídos de los Estados Unidos como apoyo de la Fundación Rockefeller.

Por otro lado, algunos médicos locales se esforzaban por desacreditar a los médicos visitantes, señalando que al no haber “vómito negro” no podía ser la fiebre amarilla, que el diagnóstico dado estaba errado y que en todo caso era “malaria grave” o en otros casos “fiebre biliosa hemoglobinúrica” de manera que consideraban que las medidas tomadas no eran las adecuadas. Con esas opiniones provocaban entre la gente del pueblo una mayor resistencia a las medidas dispuestas por los extranjeros.

En la tranquilidad de su hogar, Joaquín sonrió al leer una noticia según la cual el periodista habría visto que los zancudos infectados se embarcaron en el tren de Tumán y desembarcaron en el Puerto y la Villa de Eten. Joaquín dijo para sus adentros: “Se aprovechan de las circunstancias para vender periódicos”.

(*) Coleccionista e investigador.

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