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ROBERTO MERINO SALAZAR: LA ALEGRÍA DE VIVIR CIEN AÑOS

Escribe: Semanario Expresión
Edición N° 1132

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  • Lambayecano cumplirá cien años este 2 de noviembre y revela que la clave para llegar a esa edad es vivir la vida de forma alegre y responsable.

 

Roberto Merino Salazar nació en Ferreñafe el 2 de noviembre de 1919 a las 9:00 de la mañana. Es el primogénito de 12 hermanos. En más de un mes cumplirá cien años y lo hará con la vitalidad de un joven. “Les podría retar a que hagamos una carrera trotando”, dice orgulloso.

 

Hijo de Roberto Merino Coveñas y Luzmila Salazar Armas, el hombre que dentro de poco dejará de ser un nonagenario cuenta que vivió en la “Tierra de la Doble Fe” hasta los siete años, pues su padre consiguió un trabajo en la Hacienda Pomalca y todos pasaron a radicar allá. Cuando cursaba el tercer grado de primaria, su padre, quien cariñosamente le llamaba “Robertito”, le preguntó si quería seguir estudiando allí o irse para Chiclayo. Esa fue una de las primeras decisiones que tomó en su vida.

 

“Yo le dije a mi padre que, si era posible, me mandase a Chiclayo. Y así fue. Me vine en un camión que iba de Pátapo a Chiclayo cargando arroz y polvillo”, recuerda.

 

RECUERDOS ESCOLARES

Ya en Chiclayo, Roberto Merino fue a estudiar al Colegio de San José, cuya dirección estaba a cargo del alemán Karl Weiss. De él aprendería la disciplina que más tarde le llevaría a ser un hombre de éxito.

 

Cuenta que Weiss visitaba todos los salones para cerciorarse que las aulas estén con sus respectivos docentes. Si faltaba algún profesor, era el mismo Weiss quien lo suplía e impartía la clase.

 

“He sido un joven muy tranquilo, he visto las palomilladas de mis amigos, pero nunca las practicaba, porque nos castigaban encerrándonos en un cuarto oscuro que tenía calaveras dentro”, recuerda.

 

De aquella época también rememora la pulcritud del uniforme, ya que había dos señores en la entrada, uno de apellido Leguía y otro Ramos, quienes se turnaban para verificar que los alumnos ingresasen con los zapatos negros, relucientes del brillo y bien amarrados.

 

Merino Salazar cuenta que estudió en el colegio lo que en aquella época se llamaba media comercial y al terminar en 1940 salió con el título de Contador Mercantil.

 

ÉPOCA LABORAL

Recuerda que al año siguiente su padre le preguntó si quería trabajar, a lo que él respondió que sí, a pesar de no tener experiencia en nada.

 

“Mi padre habló con don Ricardo de La Piedra para que me diera un lugar en las oficinas de la Hacienda Pomalca y así fue. Mi madre se preguntaba cómo iba a trabajar si no tenía experiencia en nada, pero yo siempre fui empeñoso. Al siguiente día me presenté en la oficina de su contador, quien me preguntó si era el joven Merino, a lo que asentí. Me dijo “¿ve el escritorio que está allí? Es para usted, el señor de La Piedra ya me habló y desde hoy empieza a trabajar”, revela.

 

No obstante, su estancia en la Hacienda Pomalca fue corta. Un día, mientras leía uno de los periódicos que llegaban a la oficina (La Abeja, El País, El Tiempo y La Industria), vio que en el Banco Italiano, hoy Banco de Crédito, solicitaban jóvenes postulantes. Llevaba para ese entonces siete meses laborando.

 

“Me entró la curiosidad de averiguar cómo era el examen, así que le dije al contador que debía viajar a Chiclayo porque mi mamá estaba enferma y fui a la sede del banco que en ese entonces quedaba frente a la Casa Woyke. Allí me dijeron que los exámenes serían la próxima semana, lo cual me obligó a volver a mentir para viajar nuevamente. Fueron 22 los postulantes, quienes debimos rendir una prueba que consistía en llenar una solicitud de trabajo, resolver operaciones matemáticas con la regla de tres, hacer letras de cambio, etc.”, evoca.

 

A los tres días lo llamaron informándole que había aprobado el examen y debía someterse a un médico. “Si hoy que tengo casi cien años y no adolezco de nada, en ese entonces que tenía 21 años era un campeón”, señala entre risas.

 

Tras aprobar todo, regresó a Pomalca para agradecer por la oportunidad brindada y empezó a trabajar en el Banco Italiano el 27 de octubre de 1941 a las 7:45 de la mañana, entidad de la cual llegaría a ser gerente.

 

AMOR A LA ANTIGUA

Roberto Merino conoció a su esposa, Rosa Angélica Navarrete Siancas, cuando él tenía 21 años y ella 16. “Vivía por el Parque Obrero y siempre veía a mi amigo Tulio Cabrejos conversar con una señorita, entonces le pregunté quién era y si me la podía presentar, pues me parecía guapa”, cuenta.

 

Relata que un día se pusieron de acuerdo y fueron a la casa de Rosa Angélica. Tulio Cabrejos se la presentó y, tras una seña que Roberto le hiciese, se fue para dejarlos solos a ambos.

 

“Le dije que era un placer conocerla, que su voz era maravillosa. Conversamos un rato y le pregunté si podía volver a saludarla mañana. Me dijo que mientras la viese solo en la puerta, ella encantada. Eran otros tiempos”, rememora.

 

Recuerda que ella tenía un padre muy estricto, quien no permitía que esté fuera de la casa hasta más de las 10 de la noche, por lo que solo podían ir a conversar al Parque Obrero. “No la podía abrazar ni tocar”, cuenta.

 

Recién fue cuando él tenía 28 años que la pidió formalmente y siete meses después se casaron. Recuerda que fue el 1 de noviembre, a las 8:00 de la noche, se celebró su boda civil y a las 4:00 de la madrugada del día siguiente la religiosa. Fruto de ese matrimonio nacieron Roberto Manuel, Blanca Angélica, Mery Magdalena y Gustavo Raúl.

 

LA ALEGRÍA

Merino Salazar cuenta que la clave para llegar a cumplir cien años ha sido principalmente su carácter alegre, lo cual no debe confundirse con ser bohemio. “Soy muy alegre, he ido a fiestas, pero nunca he fumado, soy sano”, revela.

 

A puertas de cumplir cien años, manifiesta que se siente satisfecho y complacido con la vida, a la cual considera maravillosa si es que se sabe vivirla. Ha viajado por México, Argentina, Chile, Panamá, Estados Unidos y más.

 

“Antes la diversión era más sana, nos íbamos al cine que costaba 20 centavos y teníamos que llegar temprano a casa. Hoy hay chicos que se la pasan en discotecas. A los jóvenes les digo que siempre sean honestos y vivan sanamente”, aconseja.

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