Cuántas veces lo hemos escuchado o leído en titulares breves que parecen consagrados y creativos memes en el escenario de la política centralista peruana, aunque en realidad se trata de una expresión lingüística que trasciende por ser un pleonasmo burdo para el purismo del lenguaje. Si el buen Denegri lo oyera con atención, seguramente convocaría a Martha Hildebrandt para resolver lo que Noam Chomsky señaló alguna vez: el ser humano desarrolla competencia lingüística para comunicarse, pero olvidó que un político nace para los memes como cancha, y cree que pedirle «cero asaltos» o «cero bombas» es ingenuo en lo que respecta a un individuo con aspiraciones presidenciales incapaz de gestionar una región crucial. Ostentar poder sin dominio del lenguaje es un virus cuyos efectos superan a los de la covid-19, pues hablar o escribir con propiedad es tan humano como el parpar de un pato o el rebuzno de un cuadrúpedo —y no me refiero necesariamente al inocente burro—.
Ejercer el buscado poder a diestra y siniestra sin el mérito usual de la palabra, salvo cuando esta sirve de insumo para creativos memes virales, implica existir al margen de la propia competencia comunicativa. El buen y sano discurso es también una dosis discreta de filosofía y razonamiento contextualizado que debe verse reflejado en cualquier político. El poder sin palabra es la ambición vacía que socava cualquier destreza intelectual. Preguntarse: «¿qué haría en Trujillo ahorita si ocurriera un asalto o tiran una bomba?», lo más probable es que este dedicado servidor huya o salga despedazado por doquier —ya respondí—; por tanto, la interrogante no busca respuesta, sino evidenciar la condición flagrante de «no poder hacer nada», mientras se buscan camas Susy en tiempo de pandemia. Con esta lógica, solo se ratifica la condición humanoide de quien, consciente de que de llegar a la presidencia no actuará, nos inundará de material para ingeniosos memes. Seguramente, Carlin terminará henchido de precario conocimiento para elevar su nivel y ser recordado como meme antes que como forjada competencia lingüística.
El poder ajeno a la palabra es una categoría históricamente deformada por la audacia humana, sometida a un cambio brutal al perder relevancia en el contexto político del verboide de crepúsculo candidato de corta palabra. Para nadie es un secreto que «[e]n Trujillo no hay secuestro, ahora hay extorsión», frase tan segura como quien la profiere con desparpajo y racionalidad oculta ?tal vez creada adrede?. Su egoísmo lingüístico se expone en cada intento por trascender al hablar como político. Cada movimiento labial tras el verbo genera dicotomías entre el racionalismo andino y la dislexia doctoral desmedida. Su comprensión alucinada sugiere que la extorsión es «otro nivel» de convivencia —salvo que mi dislexia me confunda—. Incluso podría pensarse que la delincuencia ha mutado hasta permitirnos caminar sin temor al secuestro, lo que implicaría que la extorsión no opera por celular. Afirmar que no hay secuestros es, de cierto modo, decirnos que ya no hay a quién secuestrar o es que se trata de un vano oficio frente a la extorsión. Algo así como que en la actualidad ser político es cualquier oficio de mandato popular.
Edad para aprender
Sostener tal razonamiento del político huele más a mensaje copiado bajo la carpeta cuando dábamos examen, sin que el profesor detecte el plagio. Según mi dislexia desbordante, el candidato solo sigue indicaciones y actúa como ventrílocuo posmoderno dentro de la fauna política. Como corolario, esta amalgama insana entre el poder y la palabra es el desmadre del racionalismo humano bien trabajado desde siempre, porque de algún modo existe, no importa que su vida sea un meme. Desde siempre ha sido un recurso social que lo mantiene vigente. Lo esencial consiste en ser carnada explosiva de un lenguaje vanguardista de periplo irreversible. El poder y la palabra, en su lisura y prosapia, resultan el dinamismo encubierto que forjan estilo y fungen pureza y propiedad cada vez que enfrenta al receptor. Dicen que para el amor no hay edad, como tampoco para aprender; ojalá, con la madurez política, hable mejor y yo pueda descartar la idea de ser disléxico de nacimiento cuando leo la sutileza de su precario lenguaje en memes o pintorescos titulares al día siguiente.
(*) Investigador Renacyt | Palmas Magisteriales 2016.
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