Desde los años 90, cuando el amarillo irrumpió con su tractor dejando de lado a Vargas Llosa, se supo que el enfoque por competencias ingresaría en el sistema educativo peruano. Con ello se ha dicho y desdicho muchas «cosas» en torno a la calidad de los egresados. En ese sentido, muchas universidades top —junto con el poder de sus estrategias publicitarias y con conceptos tergiversados de Philip Kotler— nos dibujan un perfil de abogado y abogada (es mucho decirles doctores) que da mucho que pensar al mirar sus orígenes universitarios. Como dice una universidad capitalina poray, ya son «62 años construyendo tu futuro».
Resulta que el discurso político y siniestro siempre andará en boca de todos, eso de la «calidad», las «competencias», que uno es más competente que el otro y que tiene un doctorado. Ocurre que el cretino, y su coyuntura, egresó de la Universidad San Martín de Porres, luego de la Universidad Nacional Federico Villarreal, y también se la pasó por EE. UU., dibujando su perfección para ser abogado de todos. En España, posee, al menos, cinco diplomas o reseñas que estudió algo. También realizó estudios en Argentina, Alemania, Colombia (en cuatro oportunidades), México y cuenta con, en su patrimonio, más de 100 publicaciones. Con estos halagos y méritos académicos, se perfila como candidato fijo a un Honoris Causa y abogadillo de cualquier delincuente, quien se supone lo conoce por ser casi colega.
El desarrollo de las competencias en la universidad es inferior al poder del marketing que permite disponer de cretinos con flatulencia en su propia deontología. Ostentar un cargo político no es mérito: es filtro para saber quién con abundantes estudios no puede con la delincuencia en nuestro país. Lo que sabemos es que ni su suegra lo quiere. A todo esto, alguna vez, cuando leía Plata como cancha, le pregunté al mismo autor si es que la «universidad» tiene alguna responsabilidad cuando sus egresados no son lo que son, asumiendo que se les entrega un «título a nombre de la nación» y con rima a la sazón. El mismo Acosta me respondió que no había una; sin embargo, cuando el egresado es premio nobel, sí recibe el merecimiento y es consagrado egresado.
Si de competencias empezamos escribiendo, es lógico preguntarse cuáles son las del cretino con tantos estudios sobre «derecho disciplinario», que niega el mínimo resquicio de su inexistente etología del derecho. Muchos menos habrían pensado que existe la ontología de las ciencias, que es lo mismo que «una cosa» cuando no funciona racionalmente. Entre la formación universitaria y los deseos de ser «algo», aunque sea ministro, existe una serie de factores vinculados con la naturaleza del ser que, con el tiempo, por una distorsión de la cognición, se convierte en un meme y que, de pronto, no sería objeto de estudio de las ciencias sociales, sino de la memética.
La vida política de nuestro país siempre ha sido polémica, austera, democrática y desgraciada, puesto que muchos «profesionales» han tenido la responsabilidad política de conducirnos. No obstante, la utopía de la meritocracia se guardó en un cofre o en el aroma macizo de un Rolex y todos ellos profesionales. ¿A dónde se fueron las competencias? En definitiva, cuando de competencias se habla, es solo para el discurso y la necedad de buscar el voto para «jodernos» voluntariamente.
Competencias profesionales
En la línea de las competencias de todo profesional, ha de pervivir muchos conceptos relacionados con el saber hacer, saber ser y saber conocer. No dudamos mucho que el cretino sabe demasiado en cuanto a derecho disciplinario, eso lo puede demostrar y enrostrarnos la cara con semejante recorrido académico; sin embargo, en torno al saber hacer, puede generar suspicacias: «saber mucho» implica tener conocimiento para resolver problemas y no meterse en ellos frente a un set de televisión.
La olvidada deontología del saber hacer indicaría que las competencias de los delincuentes resultan mejores que las del cretino. La delincuencia «sabe más» que el académico ministro; por tanto, queda en duda la sabiondez con halitos de hediondez cretina. La utopía de las competencias, al mezclarse con la política, revela grietas conceptuales que muestran la dificultad de relacionar lo aprendido después de egresado con la realidad.
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(*) Investigador Renacyt, Palmas Magisteriales 2016.
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