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EL SÉTIMO ARTE EN CHICLAYO: EL CINE QUE SE NOS FUE

Escribe: Semanario Expresión
Edición N° 827

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Ahora que la gente va al cine en un solo lugar, dividido en varias salas y que muchos prefieren ver las películas por televisión o a través del video y el cable, recordamos una pequeña parte de todo un siglo de este sétimo arte que hasta hace unos veinte años en Chiclayo apasionó a multitudes y que hoy se pierde con el tiempo. Creo que mi generación fue y será la última en haber vivido y sentido la fantasía y sensaciones del sétimo arte en la pantalla gigante del cine de barrio. Y también del centro de la ciudad, al menos de Chiclayo, donde al término del espectáculo salíamos a tomar un café o pasear por el parque principal; o, en todo caso, volvíamos a nuestras calles para representar lo que en pantalla habíamos visto y vivido. Gran parte de los cinéfilos de entonces besó y sufrió en los cines "Colonial", "Tropical" y "Sur", con los besos y la angustia de Clark Gable y Vivian Leigh, aprendidos de Lo que el viento se llevóCleopatra de Elizabeth Taylor y celó a su eterno Richard Burton; perdonó con Ryan O'Neill y Ali Mac Graw, aplicando su frase de "Amar no significa tener que pedir perdón" de Historia de Amor; soñó con Marilyn Monroe en su lecho; recogió las experiencias de El Graduado; y, con Dustin Hoffman se robó a su chica; se apasionó hasta las lágrimas con nuestra inolvidable Natalie Wood en sus Cumbres Borrascosas; con Anouk Aimee, esa bella francesa de Un hombre y una mujer; y con Geneviev Bujold, la Ana de los mil días; bailó en la calle y bajo la lluvia con Los paraguas de Cherburgo, My Fair Lady, Mary Poppins, Cabaret, Zorba el Griego y EI violinista en el tejado; se rebeló junto con James Dean, el Rebelde sin causa; bendijo a Cristo y los cristianos gracias al Charlton Heston de Ben Hur; maldijo al terrorífico monstruo del doctor Frankestein (que, de niño, asustado, me obligó esconderme bajo las butacas del cine "Norte"); se motivó con la caracterización de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman de Casablanca; tomó las armas y escuchó los estruendos de la guerra a través de Los cañones de Navarone, Patton y EI puente sobre el río Kwai y se confundió y hasta abochornó con EI Golpe y la secuela de El Padrino. Los cines "Colonial", "Tropical" y "Sur", el primero ubicado en la calle Alfonso Ugarte y los dos últimos en pleno parque central de Chiclayo, ambos a un costado de la Iglesia Catedral, se disputaban la primacía de la presentación de tales filmes. Eran unas espectaculares salas, algunas como el "Tropical", con balcones incluidos, para los amantes del teatro y en sus paredes relucían majestuosas decoraciones en alto relieve, algunas de ellas labradas a mano por el artista lambayecano Miguel Baca Rossi. El cine "Colonial" comenzó a funcionar en 1921, en base a otro cine, el Pathé-Royal. El "Tropical" inició en 1945 y el "Sur" en 1959. íÂbamos con nuestros padres y después solos, a enfrentarnos unas veces contra la multitud que pugnaba por ingresar, y otras contra quien más tarde fue nuestro gran amigo, don Luis Cortez Ruiz, administrador de esos cines, quien, mismo amo que engorda el caballo, chicote en mano nos hacía formar en orden, exigiéndonos documentos de acuerdo a la edad, para entonces no poder ver a la "sex symbol" Sylvia Kristel y su Emmanuelle; o a Ornella Mutti y su Seducción: y ni siquiera a la argentina Isabel Sarli, cuyo productor y esposo, Armando Bo, la hacía protagonizar películas que en ese tiempo se consideraban "eróticas", como Fiebre, pues solo mostraba por unos fugaces instantes, la desnuda belleza de su dorso y parte de sus senos; y ni siquiera en primer plano, sino ayudada con las trampas cinéfilas que provocaban la lujuria de los jóvenes de entonces. En tanto, por la pantalla del cine "Norte", cerca a los barrios del este de la ciudad, fundado en 1949 en la calle Vicente de la Vega, adjunto a la entonces urbanización Campodónico, desfilaban los cowboys del norteamericano oeste. Llegábamos antes que comience la película para que ni el acomodador, ni su linterna, distrajeran nuestra atención en Roy Rogers, Durango Kid, Gene Autry, Hopalong Cassidy, El Llanero Solitario; la insuperable actuación de John Wayne; seriales que en cada capítulo arrastraban a nuestra collera a salir montando un imaginario corcel y disparando a diestra y siniestra hasta llegar a nuestro barrio, donde proseguíamos inventando bandidos y gastando municiones. Como las películas norteamericanas no eran traducidas y traían sus créditos al pie, también había cine hablado en español, para gente que no entendía ni jota de lo que decían los gringos o que simplemente no sabía o no podía leer las letras que pasaban violentamente. Primero vinieron las películas argentinas y luego las mexicanas. En el Cine Teatro "Dos de Mayo", donde antes funcionara el cine Olimo, fundado en 1918, Marcelino, pan y vino, fue nuestro vivo ejemplo de un niño con la fe en Cristo; y de otro lado, con el español Joselito, supimos de nuestro frustrado y boquiabierto deseo de cantar como aquel mozalbete español. Para quienes íbamos al cine solos, no se había inventado el balcón y menos la platea, y desde la tradicional "cazuela" del "Dos de Mayo" (a la que no ingresábamos por la calle Teatro sino por la parte posterior, en Cuglievan), gozábamos con las disparatadas pero filosóficas ocurrencias de Cantinflas y la retahíla de lloronas mexicanadas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Luis y Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía, etc., etc., que hicieron dueto varias veces con la "abuelita de América", doña Sara García. "Cazuelaso" encima, silbábamos la aparición de las divas Marisol y Rocío Durcal, que repletaban el "Dos de Mayo" de jóvenes de mi edad que queríamos verlas actuar, cantar y bailar, hasta que Raphael vino a hacerles la competencia con Cuando tú no estás, en una taquilla que solo fue superada por Tiburón. Y al abandonar la sala de cine, hasta buscábamos encontrar en algún lado un trapo viejo para enmascararnos como "El Santo", ese cachascanista invencible cuyas llaves para zafar el cuerpo reinventábamos a nuestra manera. En Chiclayo las cintas mexicanas alcanzaron el quinto lugar en recaudación a nivel nacional. Películas de este tipo posteriormente fueron proyectadas en los cines "Tumi" y "San Antonio", ambos fundados en 1960 en la avenida Luis Gonzales y este último convertido después en el cine "Oro", a un costado del convento San Antonio. Nacionalizado el cine mexicano, esta sala fue a la deriva, hasta que desapareció. Como no, si a la dulce Sara García pretendieron hacerle decir lisuras bajo el prurito de cine "comprometido". Y para quienes vivían cerca de la urbanización San Carlos, hoy distrito de Leonardo Ortiz, a una cuadra del parque principal tenían el cine "Elba", fundado en 1954, adonde lamentablemente iban las películas que hace tiempo se habían estrenado en los cines principales del centro de Chiclayo; y muchas veces algunas de éstas nunca llegaban. Nuestra generación también tuvo singulares héroes como el Tarzán de Johnny Weissmüller, Supermán y su kriptonita y Batman con su inseparable Robin, rescatados de los cómics, cuya lectura devorábamos y que las bibliotecas consideraban en su archivo para bien de nosotros, los sumisos y consuetudinarios lectores. Así, nuestros ídolos estaban en carne y hueso en pantalla gigante y podíamos ver y oír gritar al Rey de la Selva; asombrarnos por la forma de volar del incógnito periodista Clark Kent y confundirnos con la personalidad de Bruno Díaz, cambiándose para salir de su baticueva convertido en el hombre murciélago. Y siempre el proyector detrás de nosotros, asombrándonos con esas luces intermitentes y esos sonidos incesantes de truenos, balas, cascos de caballos, alucinantes apariciones, ires y venires de los primeros planos de nuestros actores y actrices favoritos. Queda aún en nuestras manos un listín cinematográfico del diario local, adonde siempre acudíamos para verificar qué película debíamos disfrutar. En 1955 las funciones eran de matinée, vermouth y noche. Tanto en el cine "Norte" como en el "Sur", la platea costaba 2.50 soles. Las damas sólo pagaban 1.90. Y el balcón, adonde solíamos ir, nos costaba sólo 1.01. Y te daban los centavos de vuelto. O te hacías el loco para no pagar el centavo más. Hasta la década de los noventa, en que desaparecieron los cines, los costos de las entradas no subieron en la proporción que hoy cuestan. Además, a los cines que ya no están uno sí entraba con sus galletas, chocolates, caramelos, sánguches o canchita de afuera y nadie nos decía nada por ello. Es decir, para ir al cine no tenías que pagar un ojo de la cara. Sólo tu boleto nada más y tus ganas de disfrutar la película solo o en familia. ¿Qué pasó con nuestro cine? Hace unos veinte años, don Juan Garbich Cabezas, un empresario con más de 40 años metido en estos afanes, y con el que conversamos sobre este tema, pensaba con nosotros que entonces, paradójicamente, la modernidad comenzó a matar el cine en pantalla gigante. La televisión, el video en casa con su piratería y todo, el nintendo, el telecable, la computadora y de repente la televisión pagada de alta definición y la fibra óptica, que a pesar de tener el tamaño de un cabello permite la selección de programas por el sinnúmero de frecuencias que puede contener; amén del cambio en las actitudes y costumbres de la familia y especialmente de la juventud, son varias de las causas de la debacle de las salas de cine y de que por lo menos cien de estas hubieran cerrado desde Chimbote hasta Tumbes y que otras tantas estuvieran próximas a dirigir su infraestructura para otra actividad. Otra causa fue la económica. Si a comienzos de la década del 90, el 98 por ciento de los trabajadores ganaba el sueldo mínimo, ¿qué iba a alcanzar para una entrada al cine? La gente tenía otras prioridades y como tenía su televisor en casa, éste le compensaba en algo el no ir al cine. Aquel que tenía un poco más de dinero, se conectaba al telecable y veía las mejores películas, como comenzó a suceder en Chiclayo y en Lima, con telecables de 30 canales, hasta llegar a los 100 y más. Hace veinte años, aún quedaban cinéfilos que decían que la televisión no se comparaba con el cine, pero los muy comodones no iban a las salas, adonde incluso solo acudían tres personas. En un cine del centro de Chiclayo tuvo que suspenderse una función porque una persona abandonó la sala, temeroso, al verse solo en medio de tantas butacas vacías y el ecran como fondo. En Lima, muchas salas fueron convertidas en centros de juego de bingo, o en templos evangélicos, como el Azul; en galerías o ferias, como el Monumental. Aquí, en Chiclayo, se cerraron totalmente los cines. El "Tropical" y el "Colonial" no abrieron más; el cine "Norte", se convirtió en un hotel y ahora viene siendo remodelado para otros fines. Lo peor de todo es que, de 50 ó 60 salas que había en Lima, la mitad exhibía pornografía, como algunos cines de Chiclayo, entre ellos el "Sur", que de ser una sala espectacular, la primera en proyectar películas en Cinemascope, pasó a ser la primera en brindar pornografía cruda, incluso con funciones de medianoche y de trasnoche. La situación, pues, era desesperante. En diciembre de 1995, hace exactamente 18 años, se conmemoraron 100 años de cine. Ahora se ve de nuevo cine en Chiclayo, por supuesto, pero sólo películas comerciales y pocas son las ganadoras de premios Oscar o de festivales internacionales que podamos disfrutar en la pantalla grande que, al menos por estos lares, sólo nos da lo que no queremos y nos deja de dar lo que tenemos que ver a través del DVD o la televisión por cable. Pero también otra cosa importante. Las salas de cine, que tantos recuerdos dejaron a muchas generaciones, deberían conservarse como museos; tal y como lo han sugerido al Municipio de Chiclayo desde hace varios años personas e instituciones diversas; tal vez con el fin de estos edificios ser dedicados a centros culturales; o quizá con el fin de reavivar el teatro tan venido a menos por estas tierras y que en algún tiempo nos diera lauros. Sin embargo, para estos menesteres, los oídos siempre han estado sordos. Tal vez el porqué de la muerte lenta del cine, en Chiclayo, sirva para un enjundioso estudio y solo quede a nuestra generación la satisfacción de haber vivido lo que vivió con el cine que se nos fue. (Larcery Díaz Suárez)

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