Bernardo de Monteagudo es una de las figuras más intrigantes de la historia de la independencia sudamericana. Como ministro clave del Protector San Martín en el Perú, se ganó una reputación tanto de notable pensador político como de gobernante autoritario. Su papel en los inicios del Estado peruano, sus enfrentamientos ideológicos con Sánchez Carrión, y las circunstancias enigmáticas de su asesinato merecen unas líneas.
Un intelectual comprometido con la revolución
Nacido en Tucumán en 1789, Monteagudo mostró desde joven una inclinación hacia las ideas revolucionarias que marcaban la época. Su formación jurídica en las Universidades de Córdoba y Chuquisaca le permitió desarrollar una elocuencia y una capacidad argumentativa que pronto se tradujeron en escritos políticos apasionados. Así, en 1808, escribió una célebre obra, Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos, distribuida de forma clandestina en el virreinato del Río de la Plata, donde formulaba un célebre silogismo: “¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego las Indias deben gobernarse a sí mismas”.
Monteagudo participó del proceso independentista en el Alto Perú, y tras el triunfo realista en Huaqui, se trasladó a Buenos Aires, fundando el periódico Mártir o Libre, donde demandaba la necesidad inmediata de la independencia. El radical Monteagudo intervino activamente en las vicisitudes de la política porteña, proceso en el que cambió su orientación política: defendía la emancipación de América del dominio español, a la par que proponía la instauración de una monarquía constitucional como forma de gobierno para garantizar el orden en los nuevos Estados independientes. Para Monteagudo, una monarquía constitucional ofrecía un equilibrio entre autoridad y participación ciudadana, evitando los excesos de los regímenes absolutistas y las inestabilidades de una democracia incipiente.
Sin embargo, su figura no solo era la de un pensador. Monteagudo era partidario de la toma de medidas contundentes para aplastar a sus enemigos. Unido al Ejército Libertador de los Andes en el cruce de la cordillera para liberar Chile, su rápido regreso a través de los Andes tras el desastre de Cancha Rayada en marzo de 1818, ha sido considerado un acto de cobardía; sin embargo, en la historiografía chilena, Monteagudo figura con caracteres siniestros, por estar involucrado en la ejecución de los hermanos Carrera, el asesinato del guerrillero Manuel Rodríguez o la ejecución de prisioneros realistas en San Luis. Ello originó un cierto alejamiento de sus compañeros de la Logia Lautaro, pero al fallecer Álvarez Jonte, auditor del ejército que iba a partir al Perú, se decidió llamar a Monteagudo a ocupar su puesto.
El primer ministro de Guerra y Marina del Perú
Cuando San Martín proclamó la independencia del Perú en 1821 y asumió el título de Protector, Monteagudo se convirtió en su principal asesor político, formando parte del gabinete como ministro de Guerra y Marina (agosto de 1821), asumiendo también la cartera de Gobierno y Relaciones Exteriores (octubre de 1821). En este rol, Monteagudo lideró reformas destinadas a consolidar el poder del nuevo gobierno, destacando la expropiación de los bienes de los realistas y la promoción de una prensa favorable al Protectorado.
El ministro mostró una gran antipatía hacia los españoles residentes en el Perú, para lo cual dictó medidas para expulsarlos del país, para confiscar sus bienes y para prohibirles el comercio, mientras no se nacionalizasen. El octogenario arzobispo de Lima, Bartolomé María de las Heras, fue expulsado por negarse a aceptar la clausura de las Casas de Ejercicios. Monteagudo manifestó con orgullo que de 10 mil españoles que vivían en Lima al llegar San Martín, sólo quedaban 600 antes de su caída: “Esto es hacer una revolución, porque creer que se puede entablar un nuevo orden de cosas con los mismos elementos que se oponen a él es una quimera”.
Uno de los grandes temas que el Protectorado de San Martín abordó, fue el de la forma de gobierno para el nuevo Estado. San Martín y Monteagudo creían en la necesidad de una monarquía constitucional, considerando la poca preparación política de los pueblos recién independizados. Monteagudo diría que un pueblo sujeto a la calamidad de seguir los hábitos de la obediencia servil, era incapaz de ser gobernado por principios democráticos. Por ello, se buscó crear un ambiente favorable, mediante medidas como la creación de la Orden del Sol, de naturaleza hereditaria, confesando en su defensa, que tenía la finalidad de “restringir las ideas democráticas”.
Además, usando la prensa y una serie de debates en la Sociedad Patriótica, Monteagudo buscó difundir la idea monárquica. Pero estas medidas resultaron contraproducentes. Frente a los argumentos monárquicos de José Ignacio Merino y de José Cavero y Salazar, que se basaron en la realidad y costumbres peruanas, se alzaron las voces de Mariano José de Arce y Manuel Pérez de Tudela, que defendieron el sistema republicano. Desde Sayán, José Faustino Sánchez Carrión remitió una serie de cartas bajo el seudónimo de El Solitario de Sayán, cuya lectura en la Sociedad fue impedida por Monteagudo, aduciendo su anonimato. Las cartas de Sánchez Carrión serían difundidas a través de la prensa, agudizando el desprestigio del autoritario ministro.
No obstante, su estilo de gobierno, marcado por un autoritarismo implacable, generó rechazo entre diversos sectores. Monteagudo tenía poca tolerancia hacia la disidencia, lo que le valió enemistades tanto dentro (los ministros Guido y Unanue) como fuera del gobierno (Riva Agüero y Sánchez Carrión). Y cuando San Martín viajó al Norte para entrevistarse con Bolívar en Guayaquil, el marqués de Torre Tagle asumió el mando como Supremo Delegado; el hostigamiento a los defensores de la idea republicana y algunas maniobras en la elección del futuro primer Congreso, motivaron una serie de peticiones y movilizaciones populares, ante las que cedió Torre Tagle. Monteagudo renunció, y a pedido de los protestantes, fue expulsado a Panamá (julio de 1822). En el exilio, el derrocado ministro intentó justificar su conducta con su Memoria sobre los principios políticos que seguí en la administración del Perú, y acontecimientos posteriores a mi separación.
El crimen misterioso
En 1823, Monteagudo se unió a las fuerzas del Libertador Bolívar. Sin embargo, aún no podía pisar suelo peruano, pues estaba proscrito. No obstante, el antiguo ministro de San Martín logró ganarse la protección de Bolívar: “Monteagudo conmigo puede ser un hombre infinitamente útil”, escribiría el Libertador. En esos meses, escribió un Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización, texto en el que abogaba por la posibilidad de una integración entre los países surgidos de los antiguos dominios españoles en América.
Unido al Estado Mayor de Bolívar, con el rango de coronel, apenas pudo disfrutar un mes en Lima. La noche del 28 de enero de 1825, mientras transitaba por la plazuela de la Micheo (más o menos a la altura del teatro Colón en la plaza San Martín), Monteagudo fue apuñalado. Su cadáver fue encontrado boca abajo con el puñal aún clavado en el pecho. Se descartó rápidamente la idea de que el atentado se debió a un intento de robo al encontrar con el cuerpo sus joyas y ornamentos.
La pista principal para encontrar a los asesinos fue el cuchillo utilizado para el asesinato. En base a esa evidencia, se arrestaron a los asesinos materiales, Candelario Espinosa y Ramón Moreira. Sin embargo, lo que nunca se logró dilucidar plenamente fue la autoría intelectual. El presidente de la Corte Suprema, Manuel Lorenzo de Vidaurre, escribió a Bolívar, “Señor: una mano poderosa movió el puñal de ese asesino, yo lo hubiera descubierto si obrara por mí solo. El negro conducirá el secreto a la eternidad”.
Los asesinos materiales se negaron a declarar hasta que se les llevó a presencia del mismo Bolívar el cual guardó el secreto de lo revelado por los asesinos. Desde Europa, el general San Martín preguntaba a cuantas personas pudo sobre las circunstancias del asesinato de Monteagudo, recibiendo versiones contradictorias.
Otra versión, acaso más truculenta y que en algún momento recogió don Ricardo Palma, generando una polémica continental en la que incluso intervinieron los últimos sobrevivientes de la independencia, apuntaba la existencia de una logia republicana que, opuesta a la presencia de Monteagudo cerca de Bolívar, decidió su eliminación física, llegando a afirmar una presunta participación intelectual de Sánchez Carrión; teniendo en cuenta la muerte del tribuno republicano meses después, se llegó a sospechar un posible envenenamiento ya sea por el mismo Bolívar o por su implacable ministro de gobierno, general Heres.
El asesinato de Monteagudo marcó el fin de una figura controvertida cuyo ejercicio del poder como la eminencia gris del protectorado de San Martín, terminó siendo contraproducente para la idea de una monarquía constitucional en el Perú, consolidando por contra la idea republicana. Los odios que despertó y las circunstancias de su muerte refuerzan la hipótesis de un complot amplio en su contra, permaneciendo como uno de los grandes misterios de la historia del Perú republicano.
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(*) Abogado, historiador e investigador.
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