Como sociedad, en los últimos años, hemos empezado a tomar conciencia, cada vez más clara, de una realidad dura en la Iglesia Católica. Se nos abre un camino desafiante en el que debemos abrir con fe los ojos, sintiéndonos invitados para hacernos cargo de las consecuencias de un dolor social que nos afecta. Se afecta no sólo a las víctimas -foco de nuestra atención- sino también se daña a nuestro entorno global -en general- el que no es común a todos y todas. El papa Francisco, también el obispo de nuestra Diócesis de Chiclayo, así como otras congregaciones religiosas más -como la Compañía de Jesús en el Perú (jesuitas)- se unen y nos invitan a que reaccionemos con más diligencia ante una realidad dura, sufriente y cruel la que debemos enfrentar con suma responsabilidad.
Por ello, ante la situación que afronta hoy la Iglesia Católica, enmarcada en el caso del Sodalicio y ahora el de Juan Luis Cipriani, se plantea abordar con firmeza la delicada y dura realidad respecto a los abusos a menores y también a personas adultas que se hallan quizá en alguna posible situación de vulnerabilidad. Desde estas inhumanas situaciones de abusos que han ido saliendo a la luz en las últimas décadas -y que han puesto de manifiesto un cierto desentendimiento social cultural, incluso dentro y fuera de la Iglesia Católica, respecto a la protección de personas en situación de desamparo o vulnerabilidad- se nos presenta la oportunidad de anunciar -y denunciar obviamente- lo que no puede seguir permitiéndose que ocurra.
Renovación
Es la oportunidad para renovar la cultura de nuestras actuaciones, las que usualmente -o de ordinario- son ofensivas o violentas, que, siendo hechos dolorosos -y de horror-, podrían ser evitadas en nuestro entorno, si así nos los proponemos. Lo que se debe impulsar es definir una política interna eclesial pero pública al mismo tiempo. Acciones concretas que no sean sólo reactivas -ni sólo de denuncia- sino proactivas, vale decir, de anuncio de cómo recomponer nuestra sana convivencia. Habrá que impulsar y exigir y promover una política social santa que facilite y potencie el respeto de la dignidad de las personas.
No basta denunciar sino construir una cultura del cuidado, del bien común y de la promoción del buen trato en todas nuestras relaciones sociales. Una plataforma cultural eclesial que garantice, de tal forma, que se convive en relaciones sanas, que fomente siempre la amplitud de los ambientes sanos y seguros para todos y todas. Los cristianos queremos -y deseamos- que esto no sea sólo un aporte o una etiqueta de catecismo más, sino que se convierta en una política pública eclesial viva que facilite la promoción de una sana cultura, en la que existan mínimas condiciones éticas de convivencia las que nos ayuden a comprender -con claridad- cómo, desde la Iglesia en sus propias actuaciones diarias, previene ciertas e indignantes conductas violentas jamás deseadas, y, así, siendo conscientes, se busque imperativamente la creación de un entorno seguro en el que todos y todas queremos -o deseamos, o añoramos- como seres humanos humanizarnos más a diario.
Quizá sería oportuno proponer a nuestra Diócesis siga alentando o continué la motivación de colaborar en la protección de menores y adultos en estado de vulnerabilidad e influya positivamente en cada una de las parroquias e instituciones que conforman este espacio regional eclesial. Que deseemos contribuir con valentía, con coraje y entusiasmo en pro del fomento de dicha protección. Que el compromiso sea nuestra apuesta institucional religiosa, mucho muy sólida, pro activa, justa y solidaria, en el sentido de constituir una política de protección clara, bien discernida y de misión compartida. Sabemos que, aislados o solos no se logrará jamás, pues, se necesita de la ayuda o del compromiso o de la colaboración de los demás. Sin la solidaridad de todos, el efecto será pequeño. Por ello, invito a leer el presente artículo con una actitud asertiva, buscando, o más bien deseando, ansiar construir -o reconstruir- esos entornos en los cuales nos movemos o actuamos para que sean verdaderamente seguros, más protegido, más saludable o más “normales” como es el deseo y sueño del Dios de Jesús.
Entornos seguros
Persigo con este texto, subrayar que nos convenzamos todos en que la colaboración de la construcción de entornos seguros es un llamado urgente. Por tanto, siendo esto un reto, o un gran desafío, sigamos remando con fe, confiando en que, aún en medio de indeseables complicaciones -tristes, deleznables y sufrientes- sí será posible crear una atmósfera de bienestar social común en la que nuestras relaciones sociales diarias sean más esperanzadoras revirtiendo el dolor u ofensa que genera lamentablemente ciertos indignos desencuentros eclesiales.
Que no perdamos esa sensibilidad de mantenernos alertas en el cuidado de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. Es nuclear que no perdamos esa sensibilidad primordial de cuidar al más vulnerable, al más pequeño, a la mujer, a los desvalidos, a los niños y niñas. Que estemos atentos en especial a los más necesitados -a los sin voz- de nuestra pujante sociedad peruana. Que lo leído, espero nos inspire y nos “afecte” en nuestro interior para desear involucrarnos prontamente. Que, con liberalidad, sensibilidad, suma prudencia y sin perder la esperanza, sepamos que esta indeseable problemática -sin lugar a dudas- podrá y puede ser revertida. Es el papa Francisco quien, al disolver el Sodalicio y confirmar sanciones vaticanas a un cardenal, nos educa y nos enseña cómo actuar: con suma determinación, con decisión ante este tipo de casos, en cómo denunciar, en cómo orar con firme oración para actuar y en cómo sancionar sin temor ni reparo alguno. Que este llamamiento nos ayude a extirpar no de a pocos, sino de raíz estas situaciones abominables e indeseables de nuestra sociedad y de la Iglesia.
(*) Ingeniero y filósofo.
La crisis climática está transformando significativamente la capacidad de nuestros ecosistemas para recuperarse de eventos extremos. Un análisis global revela que mientras las zonas áridas se vuelven más vulnerables al estrés hídrico, las regiones húmedas muestran una resistencia inesperada. La respuesta a esta divergencia no solo radica en la disponibilidad de agua sino en factores como la radiación solar, nutrientes y sobre todo la biodiversidad. Aunque se ha observado que los sistemas naturales pueden recuperar su equilibrio en un periodo de 4 a 5 años tras sequías e incendios severos, la creciente frecuencia de estos eventos extremos amenaza con interrumpir este ciclo natural de regeneración.
Los ecosistemas terrestres cada vez tienen menos tiempo para poder regenerarse de los grandes incendios forestales. Si bien estos tienen un impacto inmediato y devastador a nivel local, destruyendo hábitats y causando la muerte de numerosas especies, a largo plazo, los incendios pueden alterar las características de un bioma entero, cambiando la composición de la biota, los patrones de crecimiento y la estructura de la comunidad ecológica. La disminución de área forestal a su vez, está reduciendo su capacidad para absorber y retener el C02 que, cada año, se emiten por el uso del petróleo, gas y carbón.
La recuperación
Una investigación publicada por el profesor Meng Liu, de la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad de Utah, en la revista Nature, reveló tres factores determinantes para la recuperación de un ecosistema tras un incendio: la disponibilidad de agua, la radiación solar y la biodiversidad. Según el investigador, la biodiversidad actúa como un seguro de vida en áreas húmedas, donde la variedad de especies permite que las más resistentes sobrevivan y ayuden a la recuperación del ecosistema después de sequías o incendios. Sin embargo, en zonas más áridas, la limitada biodiversidad y el estrés hídrico hacen que las plantas sean más vulnerables tanto a la sequía como al fuego, dificultando su capacidad de regeneración.
Desde el 7 de enero de 2025, California enfrenta un devastador incendio forestal circunscrito a Los Ángeles. Si bien estos eventos son recurrentes y característicos en esta región durante el otoño y finales del verano, particularmente este año, los fuertes vientos de Santa Ana, sequías prolongadas y baja humedad, complicaron la posibilidad de aplacar oportunamente el siniestro cuyo origen aun es materia de investigación y que ha producido varias víctimas mortales.
Desde una perspectiva biológica, las consecuencias de este tipo de incendios son alarmantes. En situaciones de esta índole, se suscitan cambios significativos en la composición de especies, donde algunas desaparecen mientras otras se adaptan a las nuevas condiciones, alterando las redes tróficas y la dinámica poblacional. La pérdida de vegetación suele intensificar la erosión del suelo, comprometiendo su fertilidad, mientras que la alteración del ciclo hídrico afecta la capacidad de retención de agua en los bosques, incrementando el riesgo de inundaciones y sequías.
Lo sucedido en California
Los incendios forestales, como los que actualmente azotan a California, no solo generan un impacto inmediato devastador en el entorno, sino que también alteran profundamente el equilibrio de los ecosistemas locales y globales. Un ecosistema, definido como el sistema biológico que incluye a las comunidades de organismos vivos (biocenosis) y el medio físico en el que interactúan (biotopo), enfrenta un colapso funcional tras eventos de esta magnitud. Por ejemplo, la eliminación de la cubierta vegetal afecta la transferencia de energía y ciclos de nutrientes, desarticulando las interacciones entre especies y comprometiendo la biodiversidad.
La biodiversidad, entendida como la variedad de formas de vida que abarcan desde los genes hasta los ecosistemas, desempeñan un papel esencial en la resiliencia ecológica. Sin embargo, con la pérdida de hábitats generada por estos incendios, muchas especies enfrentan la reducción de su nicho ecológico, ese espacio funcional donde cada organismo desempeña un papel específico, como la polinización en el caso de las abejas o el control de plagas por aves insectívoras. Cuando los nichos ecológicos se ven alterados, las redes tróficas se modifican, lo que puede derivar en desequilibrios, como el incremento descontrolado de especies oportunistas o invasoras.
En paralelo, la dinámica de las poblaciones se transforma profundamente. La sucesión ecológica, es decir, el proceso de cambio en la composición de las comunidades biológicas a lo largo del tiempo, se acelera en los entornos afectados por incendios. Las especies pioneras, generalmente adaptadas a condiciones extremas, ocupan rápidamente los espacios degradados, pero las etapas sucesivas para recuperar la biodiversidad original pueden extenderse por décadas o incluso siglos. Además, los ecosistemas enfrentan limitaciones asociadas a su capacidad de carga (el número máximo de individuos que pueden soportar a largo plazo), afectada drásticamente por la reducción de recursos y la calidad del hábitat.
Problemática aguda
El cambio climático intensifica esta problemática, alterando los patrones de temperatura y precipitación de biomas en todo el mundo. Un bioma comprende a grandes comunidades ecológicas caracterizadas por su vegetación y clima distintivo, como los bosques mediterráneos de California. Las modificaciones climáticas no solo reducen la capacidad de recuperación de estos biomas, sino que también potencian fenómenos como la biomagnificación, donde las sustancias tóxicas derivadas de incendios se concentran a lo largo de las cadenas alimentarias, afectando tanto a depredadores como a especies clave en los ecosistemas.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estima que el riesgo de incendios forestales extremos podría aumentar un 30% para el año 2050. El aumento de las temperaturas globales, junto con cambios en los patrones de precipitación, creará condiciones más propicias para la aridez y la acumulación de material inflamable en ecosistemas vulnerables. En regiones como los bosques mediterráneos, las selvas tropicales y las sabanas, estos eventos podrían desencadenar ciclos recurrentes de degradación, dificultando aún más la regeneración natural de los biomas. Además, enfrentaremos desafíos como la pérdida acelerada de especies, el desplazamiento masivo de poblaciones humanas debido a la escasez de agua y la intensificación de crisis alimentarias, dado que muchas áreas agrícolas dependerán de recursos hídricos cada vez más limitados. Este panorama refuerza la necesidad de tomar medidas inmediatas y contundentes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover estrategias de adaptación a nivel global.
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(*) Decano del Colegio de Biólogos de Lambayeque.