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El honor de ser periodista y el reconocimiento de la ciudadanía a nuestro ejercicio profesional

Escribe: Rosa Amelia Chambergo Montejo (*)
Edición N° 1223

Quiero expresar con firmeza que ser periodista es un honor, en tanto con dignidad, decencia, honradez y conciencia ejerzamos la profesión que con vocación elegimos para el desarrollo de nuestra vida. El reconocimiento espontáneo de la población a lo que hacemos como periodistas viene por añadidura y con el tiempo.

Esta fecha me ha permitido recordar mis 44 años de ejercicio periodístico, los 36 como periodista colegiada, así como mi responsabilidad de 28 años al frente de la dirección del Semanario Expresión, obviamente rememorando mi paso por diferentes radioemisoras lambayecanas, por América Televisión y Canal 21, la jefatura de Imagen de la Universidad San Martín de Porres, la presidencia del Centro Federado de Periodistas de Lambayeque y del Rotary Club de Santa Victoria.

Valió la pena empezar desde la época escolar, presentarme a la primera convocatoria profesional para trabajar en un diario, estando aún en la secundaria. Valió la pena sufrir, pero también aprender y rodearse de las mejores personas que por años llevaban ejerciendo la más noble de las profesiones. Y es allí cuando mi mente recuerda los hermosos momentos de haber interactuado al lado de grandes del periodismo como Nicanor de la Fuente Sifuentes – ‘Nixa’, Glicerio García Campos, José Arana Cuadra, Elías Pinglo Chunga, Benigno Febres Fernandini, José Abad Valiente, José Pachérrez Valverde, Cristian Díaz Castañeda, Antonio Cabrejos Fernández, Fredy Medianero Ayudante, Alejandro Gonzáles Bravo, Rafael Sorogastúa Leyva, Juan Barturen Dueñas y otros tantos distinguidos periodistas a quienes tuve el honor de conocer conforme está graficado.

Y entonces es cuando asoma la gratitud que guardo en mi corazón de buenas personas, seres humanos y admirables hombre de la prensa de quienes aprendí el ejercicio periodístico que, a través de la prensa escrita, radio y televisión pude desarrollar con pasión profesional. Siempre supe que apostar por el periodismo podría sonar como una partida que no se sabe si se pueda ganar o perder. Sin embrago, tuve claro que mi perseverancia, constancia y sacrificio me llevaría en algún momento a alcanzar el triunfo, porque lo puse todo en manos de Dios y me rodeé siempre de los mejores, de los que sabían más que yo. Eso me permitió aprender y aprender cada vez más.

Sabía que los resultados no eran de un año a otro, de un día a otro, de una semana a otra, sabía que el reconocimiento llegaría sin darme cuenta. Siempre reconocí que nuestra profesión es arriesgada, incomprendida y que siempre somos tachados por algunos como irreverentes, irrespetuosos, improvisados y capaces de cometer más errores que cualquiera, conocimiento que siempre me llevó a tener mucho cuidado en lo que publiqué.

De hecho que varias veces me he equivocado, porque soy un ser humano, pero esas equivocaciones nunca han sido a propósito para dañar a alguien o hacerle sentir el poder que tiene el periodismo en sus diversos géneros. Si algo debo afirmar en esta oportunidad es que cualquier persona no puede ser periodista. El reportero ciudadano o la persona que asume funciones de comunicador a través de las redes hace un ejercicio periodístico informal y empobrecido, que muchas veces de manera falsa induce al error a la ciudadanía y contribuye a moldear la opinión pública de manera equivocada. No confundamos a los dateros con los periodistas comprometidos y formados para ejercer la noble tarea del periodismo.

Es un honor ser periodista, sobre todo cuando recuerdo el hecho que marcó mi trabajo y fue lo ocurrido el 7 de septiembre de 2006, que cayó jueves, día de nuestra circulación. Estábamos con la edición lista para distribuir y en la madrugada conocimos el atroz incendio del Palacio Municipal de Chiclayo, lo que nos llevó a replantear la portada, colocando la foto del incendio y el titular ‘¿Quién es el Nerón de Chiclayo?’. Fuimos el único medio impreso que el mismo día de aquel siniestro tuvo en los quioscos la edición que narraba lo sucedido.

Una edición exitosa y que se agotó pronto fue la que dedicamos a la vida, obra y milagros del excongresista Gerardo ‘Cucho’ Saavedra, que además estuvo debidamente documentada. Fue expuesta durante varias semanas y probamos a través de un proceso judicial que no había difamación, calumnia o injuria. La Corte Suprema de la República nos dio la razón.

Sin duda otro tema que marcó mi trabajo fueron los dichos sin sustento que cada vez que podía hacía el exalcalde Arturo Castillo Chirinos, manifestando en una reunión pública, con presencia de periodistas de Lima, que el exalcalde Fernando Noblecilla nos había favorecido con dos millones de soles en publicidad, hecho falso, malévolo y calumnioso que nunca probó. Sin embargo, algunos “locutores” pretendieron enlodar mi nombre con aquella mentira durante años.

Desde luego, ello llevó a Expresión a fiscalizar la labor edil de Castillo, quien me demandó ante el Poder Judicial para que no se mencionara su nombre en el periódico. Recuerdo que el exjuez- hoy fallecido- Óscar Burga emitió una resolución amparando la pretensión de Castillo, la misma que de inmediato cuestioné, poniendo de conocimiento tal situación ante los organismos de defensa de la libertad de expresión. Nos amparó la Sociedad Interamericana de Prensa, que en aquel entonces estaba dirigida por Gustavo ‘Chicho’ Mohme y sesionaba en México. Desde allí nos dieron su respaldo y mandaron una alerta internacional, con lo cual al juez no le quedó otra cosa que anular su resolución y rectificarse.

Otro caso entre los tantos que he enfrentado por el ejercicio periodístico es el de la denuncia del excongresista Virgilio Acuña Peralta, quien dijo que lo habíamos difamado por publicar las deudas tributarias de su constructora y que pretendía apropiarse de un caserío en Cayaltí. Consciente que no habíamos faltado a la verdad no le quedó más que desistirse.

Y también recuerdo con honor haber denunciado documentadamente la transferencia de tierras del proyecto del Terminal Portuario de Eten, las que por largos años se disputaron de manera judicial.

Asimismo, denunciamos la conexión clandestina de la Universidad Juan Mejía Baca, precisamente en plena campaña política. Tuve que enfrentar al poder político y económico que estaba detrás del candidato David Cornejo Chinguel y nuevamente a pseudoperiodistas que trataron de enlodar mi nombre por las denuncias desarrolladas con profesionalismo. Fueron tres ediciones seguidas en las que una a una desbaratamos las mentiras que dijo Cornejo sobre el tema, revelando incluso que el pozo tubular que decía tener era ilegal.

Y ahora recientemente la pretensión de amedrentarme por parte de una autoridad judicial solo por el hecho de hacer público un parte policial que lo involucraba en una denuncia de una servidora de su institución. Gracias a los organismos e instituciones defensoras de la libertad de expresión por la defensa a nuestro ejercicio.

Pero quiero recordar en esta oportunidad el inmisericorde trato y la falta de respeto que ejerció sobre mi persona el alcalde Marcos Gasco Arrobas, cuyas imágenes dan vuelta en la nube. Agradezco la solidaridad de personas que entienden mi trabajo y entiendo también la posición de mujeres y hombres cuando no te avalan, ni respaldan, menos se solidarizan. El tiempo resulta ser el mejor juez.

Por estas y otras tantas razones, para mí ser periodista es el más grande honor que me ha dado la vida. Hoy mi ejercicio periodístico lo acompaño con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación que me ayudan a sostenerme en la credibilidad, veracidad e importancia de los contenidos que publico semana a semana o que muestro a través de mis cuentas personales, donde me gusta resaltar un sello particular. No olvido y soy consciente del poder trascendental que tengo en esta misión de informar, que como bien señala Albert Camus,  es la más bella del mundo. ¡A mí me valió apostar por el periodismo! Y compartir experiencia al lado de grandes del periodismo lambayecano.

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