Tengo consciencia de que no soy el más calificado para dedicar un homenaje a Sandro Chambergo Montejo, y lo digo porque existen otros amigos y otros colegas periodistas que compartieron mucho más tiempo con él. Sin embargo, recurriré a mi cercanía casi familiar para expresar, desde el corazón, los sentimientos que deja su fallecimiento.
Sandro Chambergo fue una persona especial, no solo por su carácter, sino también por la manera en la que demostraba el amor por los suyos. A doña Manuela, su madre, la engreía con paseos, con gustos gastronómicos o con cualquier caprichito que a ella le provocara. Era muy sublime verlos siempre con una complicidad única, que desde luego hacía suponer que entre todos los hermanos él era el preferido. Pero, ojo, es solo una suposición.
El corazón de su madre, mujer trabajadora y solidaria, y el entusiasmo de su padre, don Raimundo, dieron a Sandro Chambergo los insumos suficientes para labrarse un camino de éxito en el periodismo, oficio que abrazó desde muy joven, con una disciplina admirable… disciplina que quizá ya mostraba cuando siendo alumno del Colegio Nacional Nicolás la Torre, de José Leonardo Ortiz, integraba la escolta y participaba en todos los desfiles.
Alguna vez escuché a doña Manuela contar, a modo de anécdota, que el dolor de cabeza que él le causaba tenía que ver con las suelas gastadas de los zapatos, esto por tanto marchar.
La familia Chambergo Montejo, conformada además por Rosa, Nelly (Kotty), Lena, Luis y Enrique, se afincó muy pronto en la urbanización Francisco Bolognesi, en el barrio de Moshoqueque, y fue allí donde él mostró otro de sus talentos, el futbolístico.
Confieso que nunca lo vi jugar, mas recuerdo haberlo visto muchísimas veces salir de la oficina de Expresión, en la calle 7 de Enero, con ropa deportiva y regresar “molido”, pues había dejado alma, vida y corazón en la cancha, recurrentemente con otros colegas del periodismo, con los que siempre se reunía a practicar el deporte que tanto le apasionó.
También recuerdo la vez en que tuvo la oportunidad de viajar a Lima para presenciar el partido que le dio la clasificatoria al Perú para el mundial de Rusia 2018. A su retorno lo contó emocionado, pues tuvo atestiguó el retorno de nuestro equipo a un torneo global después de 36 años.
Su nombre en el periodismo
Empezó en el periodismo, como era natural, en Expresión, pero lejos de quedarse en la casa periodística dirigida por su hermana, decidió emprender su propio camino. Trabajó en Correo, fue corresponsal de CPN y luego llegó al Grupo El Comercio, donde por 13 años ocupó la redacción de Trome para la edición macroregional.
Para entonces, Sandro Chambergo había desarrollado una capacidad incomparable para la cobertura de las noticias policiales. Eran su especialidad y, tal como decimos los periodistas, otra de sus pasiones era bailar a los colegas. Tenía siempre la pepa, la exclusiva, la abridora. Eso, y su alto sentido de responsabilidad y trabajo hicieron que su nombre destaque y se gane el respeto de todos.
Fue esa la razón por la que nunca lo llamé directamente por su nombre. Yo, formado en un hogar un tanto conservador, consideré imposible tutear a quien, en principio, era mayor y, claro está, tenía ruta de ida y vuelta en el periodismo.
Lo conocí en el 2008, cuando me inicié en esta casa editora y siempre fue muy considerado conmigo. Sus bromas, sus llamados de atención (siempre en positivo), sus sugerencias y consejos, me han servido de mucho y por eso siempre le guardé el mayor de los respetos, incluso cuando gritaba de oficina a oficina: ¡Ineficiente! y luego reía, cada vez que algo me salía mal.
Sandro Chambergo fue, además, una persona extraordinariamente generosa. Nunca hubo negativa ante el pedido de algún favor y de eso no solo yo puedo dar fe, muchos amigos también. Eso sí, el favor requería de una condición inalterable: la responsabilidad. Si se rompía, ¡Válgame Dios! Un jalón de patillas quedaba corto.
La misma nobleza la tuvo con sus hermanos y sobrinos. Fue muy independiente, tanto en su trabajo como en lo personal. Era amante de las zapatillas, le gustaba vestirse bien y en los últimos años se volvió especialista en pedidos por internet. Eso sí, y procedo a cometer una infidencia, al momento de pagar era yo quien lo hacía, obviamente con sus datos y sus tarjetas, pues prefería confiarme dicha tarea antes de errar.
Varias veces me preguntaba si sabía de alguna oferta en línea, si había aprovechado el “cyber day”, si no iba a pedir nada… Si le decía que sí, inmediatamente me respondía: “Me dices nomás, lo pagamos con mi tarjeta y lo pones en tantas cuotas como te sea más cómodo”. Larga fue la lista de ofertas aprovechadas y largo el historial de recomendaciones.
Dardo en el blanco
Estudió periodismo en la Universidad de Chiclayo y en los últimos dos años disfrutó con entusiasmo la culminación de esa etapa de su vida, logrando obtener el título profesional y colegiarse. El día que recibió su título, mientras estaba en el taxi, Lena le hizo una videollamada y yo me colé. Le dije, tras felicitarlo, que nos invite el almuerzo en el Fiesta para celebrar y respondió: “Sal de aquí, mogoso”. Reímos todos.
Fue espontáneo en su respuestas, podría decir que hasta las tenía preparadas para con un solo dardo dejar al interlocutor sin sonrisa o arrancarle una carcajada. Así fue preciso en el periodismo y por ello fue convocado a trabajar por el Grupo El Comercio en Lima, pasando después a la redacción de Perú 21, donde demostró su gran capacidad y olfato.
Recuerdo haberlo visto enojado, muy enojado, pero también sumamente feliz. Era feliz cuando veía a los suyos felices, cuando lograba alguna buena nota, cuando mostraba los rendimientos de su iniciativa informativa, La Página, que en poco tiempo superó los 100 000 seguidores.
Fue feliz siendo él, sembrando, quizá sin saberlo, recuerdos imborrables entre sus amigos; recuerdos que justamente han revivido en los últimos días.
La angustia
Al mediodía del miércoles 23 de octubre, al despedirme de Rosa y Lena, horas antes de salir al extranjero, les dije con suma confianza que todo estaría bien y que el señor Sandro se recuperaría. Días antes, el 19, durante la procesión del Señor de los Milagros, cumpliendo mi promesa como hace 13 años, oré por él y estaba seguro que todo sería favorable.
Lo había visto día atrás, conversamos un buen rato y me despedí de él tomando de la mano, alentándolo, mientras él me agradecía. Difícilmente borraré esa imagen de mi memoria.
En Kaliningrado, Rusia, desde donde escribo estas líneas, hay 7 horas de diferencia con el Perú, por lo que la noticia de su muerte me tomó por sorpresa la madrugada del domingo 27 de octubre, al leer un discreto mensaje de mi compañero Javier Onofre en el que me preguntaba si ya había recibido la noticia. ¿Qué noticia? Me pregunté. Indagué y al saber solo atiné a pegar un grito.
Sandro Chambergo, el amigo, quien junto a su familia me acogió desde los 18 años y me hizo sentir uno más de ellos; el periodista referente, el futbolista talentoso, el salvador en momentos complicados, había muerto y yo estaba al otro lado del mundo sin poder despedirme de él.
Quizá Dios quiso que sea así por razones que sólo él conoce. Siento aún en el corazón la angustia de no haber estado en esos últimos momentos y poder abrazar a su madre y a sus hermanos. Duele perder a un ser querido, y más cuando se está lejos.
El consuelo es que hay mucho para recordar de él, mucho para contar, para escribir, para reflexionar. Mucho de qué aprender, mucho de qué sentirse orgulloso y mucho para agradecer, pues fue una persona buena y haberlo conocido fue un privilegio.
El mensaje de San Agustín
Existe un poema atribuido a San Agustín de Hipona que deseo compartir con ustedes. Su mensaje es una recomendación para nosotros, los vivos, quienes tenemos la tarea de llevar en el corazón a nuestros muertos, mas porque ellos han trascendido, pero su amor sigue vive.
“La muerte no es nada, solo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo.
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho.
No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero. No estoy lejos, solo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.
No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudiérais oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudiérais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudiérais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!
Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la luz y de la vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás”.
Ría en el cielo, señor Sandro. Ría y esperenos. Atentamente, el “Ineficiente”.
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(*) Coordinador periodístico de Expresión.
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