Tras el fin de la Guerra Fría y la victoria de los EE. UU., muchos académicos como William Wohlforth, Michael Mastanduno o Francis Fukuyama quien anunciara “El Fin de la Historia” convergieron en la idea de EE.UU. como Potencia Dominante Global. Dicha postura no solo trascendería en el ámbito académico, sino que a la luz de los acontecimientos sería ampliamente aceptada durante décadas por la opinión pública, así como la clase política estadounidense e internacional. A este fenómeno de hegemonía global se le denominó Unipolarismo o Mundo Unipolar, ilustrando así la percepción frente a la distribución y el ejercicio internacional del poder, que reemplazaría al Mundo Bipolar donde la URRSS, otrora rival del imperio americano perdiera relevancia tras su disolución.
Durante los años que duró el apogeo de los EE. UU., el país del tío Sam ha logrado construir más de 800 bases militares en más de 70 países y ha emprendido (según los propios documentos desclasificados) numerosas campañas para ejercer de manera efectiva el poder en sus áreas de influencia buscando ampliarlo a través del Poder Duro (Hard power) y el Poder Blando (Soft Power). Ambos tipos de poder son herramientas geopolíticas importantes y a menudo se utilizan de manera combinada y equilibrada para conseguir objetivos políticos.
El Poder Duro se refiere a la capacidad de un actor (como un país) para influir en otros a través de medios coercitivos, como el poder militar o económico. Implica el uso o la amenaza de la fuerza para lograr los objetivos deseados. Por otro lado, el Poder Blando se basa en la atracción y la persuasión. Un actor ejerce Poder Blando cuando influye en otros a través de su cultura, valores o ideas. En lugar de obligar, el Poder Blando busca convencer y seducir.
EE. UU. no está solo
No obstante, en el escenario global contemporáneo el predominio de los EE.UU. como única superpotencia ha comenzado a ser desafiada por el ascenso de otras naciones que buscan redefinir el equilibrio del poder global. China, con su crecimiento económico sin precedentes y su expansión militar, se ha posicionado como el principal contendiente, promoviendo iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda para ampliar su influencia en Asia, África y Europa. Rusia, por su parte, ha reafirmado su papel como actor clave en la geopolítica mediante su intervención en conflictos regionales, como en Siria y Ucrania, y su capacidad para influir en los mercados energéticos globales. Además, potencias emergentes como India, con su creciente poderío económico y demográfico, y la Unión Europea, a pesar de sus divisiones internas, buscan consolidar su autonomía estratégica frente a Washington. Estos actores, junto con otros como Brasil, Turquía e Irán, integrados a través de los BRICS, están impulsando un mundo multipolar donde el poder se distribuye entre varios centros de influencia, en contraste con el orden unipolar liderado por EE.UU. tras la Guerra Fría.
Los diversos cambios de gobierno producto del vaivén democrático norteamericano, así como la desconfianza de los demás actores políticos hacia dicho liderazgo han acelerado proliferación de alianzas regionales y la agrupación en grandes bloques, incrementando el cuestionamiento a instituciones tradicionalmente dominadas por occidente.
Así lo ha admitido recientemente el propio secretario de estado de los EE.UU., Marcos Rubio:
"No es normal que el mundo tenga simplemente una potencia unipolar, eso fue una anomalía, fue producto del fin de la Guerra Fría. Pero con el tiempo vamos a volver a tener un mundo multipolar... Nos enfrentamos a eso ahora con China y, en cierta medida, con Rusia”.
El hecho que el Halcón de la administración Trump es en extremo relevante puesto que es la primera admisión de parte de la cúpula de poder estadounidense de la pérdida gradual de protagonismo que han venido teniendo los EE. UU. a nivel global, no solo porque reconoce públicamente a sus principales rivales en la arena internacional, entendiendo que dichas potencias actuarán en función de sus propios intereses, sino porque ofrece un panorama realista sobre la actualidad geopolítica, permitiéndonos entender en cierto modo las radicales medidas que viene implementando EE. UU. en materia de política exterior para mantener su posición en el mundo.
Acciones en América Latina
Una vez aceptada la realidad por los tomadores de decisiones lo que corresponde es un replanteo para determinar quiénes están dispuestos a “cerrar filas con los EE. UU.” en su intención de recuperar el terreno perdido, incluso si eso significa la ruptura de acuerdos como los tratados de libre comercio como el TLCAN con Canadá y México o el Acuerdo Torrijos-Carter que otorga soberanía a Panamá sobre el canal del mismo nombre.
Si bien dichas medidas han sido puestas en “stand by” por un lapso de 30 días, han servido para sentar a los países en mención nuevamente en la mesa de negociación. A cambio de la pausa arancelaria Canadá, por ejemplo, creará una fuerza de ataque conjunta con EE. UU. para combatir el crimen organizado, el fentanilo y el lavado de dinero, cuyo respaldo será de US$200 millones íntegramente respaldados por el gobierno canadiense.
La presidenta mexicana Claudia Sheinbaun, por su parte, accedió a enviar 10 mil efectivos de la Guardia Nacional a la frontera norte con el objetivo de combatir el contrabando de fentanilo, como el tráfico de armas a fin de evitar que estas lleguen a los carteles.
En cuanto a Panamá, tras la conversación entre Marco Rubio y el presidente Mulino, en la cual se advirtió al jefe de estado panameño sobre las repercusiones de seguir incrementando sus relaciones con China, este ha concluido en no renovar el acuerdo de entendimiento con China en el marco de la Ruta de la Seda.
Estamos observando que, durante el primer mes de gobierno de Donald Trump, se está produciendo un intenso conjunto de medidas y decisiones relacionadas con América Latina y China, así como con asuntos medioambientales, sociales, migratorios y de cooperación internacional. Dichas medidas pueden llegar a ser más amables con aquellos países que puedan alinearse a su postura e intereses.
Si bien la amenaza como mecanismo de negociación puede llegar a ser un recurso válido para el replanteo de la política exterior, no puede ni debe ser el único. Tensar la cuerda con fiereza puede llevar a romperla, y el desenlace podría conducir a la búsqueda de otros caminos o alianzas económicas, comerciales o militares que puedan hacer frente de manera conjunta a las exigencias norteamericanas, sobre todo en actores internacionales que por sí solos no podrían hacer frente al poder de dicha superpotencia.
En tal contexto, la competencia por el control de tecnologías críticas, recursos naturales y rutas comerciales estratégicas continúa redefiniendo la arena internacional, dando lugar a un sistema global más fragmentado y complejo, donde la cooperación y el conflicto coexisten en un frágil equilibrio.
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(*) Politólogo.
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