A pocos días que Vizcarra ordene nuestro espantoso encierro, la osadía del «Aprendo en Casa» apareció en las pantallas ocasionando comentarios de todos los colores. Poco tiempo después, un alucinado ministro, que recordaba una escena con burócratas de dos o tres universidades privadas, daba cuenta que las 840 mil tabletas estaban en proceso de adquisición bajo los mecanismos que salvaguardan el más mínimo sentido ético y algún resquicio moral. Desde un modesto sillón contemplaba la noticia, pero al mismo tiempo imaginaba la ceremonia protocolar a toda la mediocridad alrededor de un objeto electrónico más pequeño que una hoja de papel bond reciclado para fotocopias.
No me cansaba de mirar la «propaganda» a la genial idea de que los escolares de la zona rural tengan una tableta, como si los del V Sector de Urrunaga o los que viven cerca de Simón Bolívar o los que viven en Nuevo Mocce tuvieran todas las condiciones para acceder al programa. Semejante fiasco de trémulas conspiraciones ministeriales para hacernos creer que la preocupación por la conectividad sería un detonante con el mismo poder siniestro de la Covid-19. Pero no sería aguafiestas para quitarle la ilusión tanto a los maestros como a los pequeños escolares que viven desperdigados sin esperanza sobre su propio futuro; sin embargo, es la bandera para cualquier advenedizo para «robar» pantalla con bombos y platillos con alucinados mensajes de solución y por debajo el Excel cambia los precios y condiciones.
La motivación
A todo esto, recurrí a viejas teorías y prevalentes tesoros de la ecuanimidad del maestro cuando trata de encausar el entusiasmo de los escolares que no siempre van a la escuela por aprender o dizque «desarrollar sus competencias». En este contexto, entendí que cuando el docente habla de que la «motivación es permanente» tiene toda la razón; sin embargo, no se calcula el impacto cuando se genera la expectativa sobre «algo en particular». En este caso es un aparato electrónico que a muchos les llamará la atención mientras que a otros les causará intriga por saber cómo funciona; sin embargo, a muchísimos nos les importará que legue o no llegue porque un aparato sensible no cambiará la vida de muchos alumnos, dado que sus motivaciones tienen otra mirada: ausencia de cariño, violencia, sin escuela, sin propina, sin algo, sin todo o sin nada y el maestro sin megas y esmerada automotivación.
A nadie le importará si llegan o no, porque detrás del telón y entre papeles de escritorio mudo se había tejido el otro yo siniestro del burócrata inútil, incompetente, inmoral y mil veces trivial hasta cuando contesta una llamada y no sabe qué personalidad escoger para ser atento y muy técnico al exigir las condiciones de las tabletas. Sin saber esta recua de funcionarios estaba desarrollando sus propias motivaciones a expensas de los escolares que sí las necesitan y urgente. Pasará la maldita Covid-19 y las tabletas no llegarán y si llegan se guardarán hasta que la espuma del champagne de la esquina esté presente en la entrega oficial; mientras tanto, algunos niños estarán viendo su diploma de egresado sin saber nada de ella, ¿y la motivación?
¿Ilusión perdida?
Es más que evidente, es más que entendible y muy obvio, que llegar a ser funcionario dentro de cualquier ministerio es muy sencillo y asequible para salir más gordo con mórbidos deseos de maquillar el buen desempeño. En las redes sociales dejan la bífida y anfíbica lectura del pensamiento marginal para atreverse a crear sensaciones alrededor de una tableta electrónica cuando se sospechaba «el negociazo» que no puede negarse mientras en acto seguido se acusaba que las arcas financieras del ministro tienen notables diferencias, es que también tuvo su «propia motivación» para decirnos que su programa «Aprendo en Casa» vino para quedarse como las tabletas se quedaron con las ganas de llegar a los niños cuyas expectativas una vez más se postergaron, ¿es cierto que la motivación es permanente?
Si alguna vez los mediocres pensaran que las motivaciones de los escolares es una forma de existir cuando aprende, si alguna vez entendieran que ellos nos necesitan, tal vez no se cometa groseros y torpes gestos técnicos premunidos de incompetencia por no saber comprar pequeñas tabletas antes que la Covid-19 les arranque algo de ellos, sus ganas de ir a la escuela. Más seguro es que llega papá Noel desnutrido antes que las tabletas y se regrese con su “jo-jo-jo-jo-jo”.
(*) Educador, ganador de las Palmas Magisteriales 2016.
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