En todo el Perú, el domingo 2 de octubre se llevó a cabo el proceso de elección de nuevas autoridades regionales y municipales para el período 2023-2026. Serán 4 años de un nuevo mando político que, entre luces y sombras, sigue empantanado en medio de un virus social sin vencer aún. Esta fiesta electoral nos ha recordado la tarea de re-pensar nuestra condición de ciudadanos, en medio de una coyuntura política aún caprichosa. Desde antes de los años 80 y de los 90, y junto a nuestra historia colonial, incluida la pre-emancipación, el contexto de nuestra sociedad peruana ha estado manchada siempre por los signos de la corrupción moral, el caos político y el deterioro civil, la cual nos exige, primero, no caer en el pesimismo, sino, situarnos todos en la urgente tarea de asumir nuestra responsabilidad moral como ciudadanos. El Perú republicano que se celebra no es aún maduro, pues a su adultez aún no se arriba. En su bicentenario, esa república naciente sigue -creo yo- aún en pañales, pues aún no es lo que cree o pretende ser. Urge, re-pensemos la identidad del Perú.
¿Qué pasa con la política en el Perú?
Este proceso de los 200 años de nuestra independencia nos debería proyectar, de manera impostergable, hacia el fondo de la cuestión, hacia el centro del problema político de nuestro tiempo, pues no cabe duda que enfrentamos un evidente deterioro del progreso moral en nuestro país, que nos tiene a todos escépticos y perplejos. Ante ello, surge una pregunta subyacente que sería probablemente antropológica: ¿qué está pasando con la política peruana?, ¿qué motivación mayor la moviliza?, ¿por qué no se percibe de la política el querer vivir bien como imperativo categórico de la voluntad popular? ¿No es acaso el ser humano fuente de bellas motivaciones solidarias, morales y políticas?, ¿qué pasa entonces con la política peruana?
Es una cuestión o una pregunta aún muy poco explorada pero que sí debería explorarse. Su respuesta de seguro no es nada fácil porque ante la situación hermenéutica que toca vivir no se nos devela fácilmente, sino que se oscurece, nos desconcierta, y nos indigna. De largo se denota que la respuesta a dicha cuestión pervive no sólo ahora, en estos tiempos, sino desde el nacimiento de la república, desde aquel 28 de julio de 1821 (realmente entre 1821-24). El proceso post independentista no se ha consolidado aún, porque aún no se ha conseguido la libertad anhelada.
Estamos aún lejos de la emancipación de una sociedad civil razonable cuya moralidad cívica sienta a la comunidad como aquel espacio común donde ciudadanos y ciudadanas promueven la no instalación de la corrupción, forjan la virtud del bien común, sin distinción de razas, sin privilegios de ciertos sectores más acomodaticios que, como en su momento M.G.Prada lo denuncia con firmeza en su Politeama, no ven que, nuestra forma de gobierno no se reduce a una gran mentira, porque no merecería llamarse república democrática aquel estado en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley, pues sería un remedo de república, con violación de todo derecho.
Sabemos todos que, el s.XIX hereda la disputa entre conservadores y liberales, que, en medio de la victoria del liberalismo, se eliminaba la monarquía (centralismo del poder) y propugnaba la construcción de una república soberana (libertad de voluntades). Una república que puso sobre el tapete la discusión de la afirmación de la libertad civil. Una rebeldía ciudadana que despertó al Perú colonial hacia la independencia, pero que no ha traído aún la libertad en términos de ciudadanía, donde aún no se ven rasgos firmes del verdadero ejercicio democrático republicano, como, por ejemplo, construir un "orden" ante el permanente caos político peruano que pervive aún incluso hasta nuestros días. Hoy seguimos sin encontrar la legitimidad política anhelada, sin un sólido estado representativo (no sólo legal), con una eterna democracia pobre sin remedio para los más pobres y más excluidos. Seguimos creyendo en aquellas promesas electorales que dicen que la consolidarán. O con la esperanza resentida de si se cumplirá o no. Votamos bajo la angustia de no saber si será posible tanta belleza. Recordemos que son 04 los presidentes que juramentaron en menos de 05 años y son 03 los que fueron vacados por un congreso que usurpaba ilegítimamente el poder de la decisión popular: ¿volverá a resucitar la misma historia de siempre?
La herencia de la esperanza política
Este modo típico de caos político, sumerge al Perú obviamente en el atraso económico: ¡he ahí por qué cala hondo ciertas promesas populistas de ciertos atrevidos candidatos improvisados que prometen un super estado, o un super municipio, o una super región: gran progreso industrial más desarrollo social, prometen! En el Perú aún, se sigue advirtiendo la no abolición de la servidumbre indígena, sin “indiófilos”, sino, por qué razón sucedió lamentablemente lo del baguazo, sino por qué aún no se consolida ese “carácter nacional” que se percibe tan líquido para nada un imaginario sólido, expresión típica de M.G.Prada en Politeama. Este s.XXI, ni tan cerca ni tan lejos al s.XIX, sigue sin la firme unificación de poderes, sin respeto de los derechos de la voluntad popular, y sin haber consolidado ese desarrollo social prometido, pues, continua siendo producto de la simulada pervivencia de un antiguo régimen: centralista o de monarquía paternalista, de privilegios, de “mis amigos partidarios” y con una seguidilla de, ya no de guerras internas como las post-independencia de la 2da mitad S.XIX, sino de rebeldías internas como paros, plantones, huelgas, y pro-marchas que personifican la inconformidad ante las decisiones de los padres (y las madres) de la patria que traen a menos, con sus decisiones políticas, el orden civil de la sociedad peruana en general.
¿Qué esperamos celebrar entonces en este próximo bicentenario? En el Perú actual, a partir de dicho deterioro político, el cual se gesta desde hace décadas atrás, brota una urgencia o una esperanza per se: re-pensar nuestro concepto de ciudadanía. Una tarea impostergable ante una república bloqueada, débil e incompleta; ante la legitimación de una actitud paternalista permisiva inmersa en la política peruana; ante la licitud de una corrupción generalizada: si hace obra, no importa que robe; ante las restricciones al derecho del bien común, donde pocos se benefician y prima la servidumbre de muchos; ante la pasiva disposición solidaria de un gran sector de actores políticos y también de la sociedad civil; ante la connivencia junto al deterioro moral del espacio público peruano, que legitima la agresión política, la invasión del espacio privado y la pos-verdad de los medios de comunicación como los fake-news de las redes sociales; ante la gestación premeditada de redes de corrupción política que con perverso cálculo buscan gobernar para tomarlo por asalto o una región o un municipio. Todo éste asunto, amigos lectores, es tarea que nos exige atrevernos a re-pensar nuestra república democrática. Pensar para contemplarla desde de nuestra condición de ciudadanos, vale decir, desde el quehacer de nuestra responsabilidad moral. Implica virtud cívica, implica amor civil al Perú si queremos vivir libres y solidarios por siempre; tarea que ojalá nos permita sostener con pundonor la bandera bicolor anunciando el esfuerzo de ser libres por siempre para vivir tranquilos y renovemos juntos el gran juramento que rendimos a diario al Dios de Jacob.
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(*) Ingeniero y filósofo.
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