En medio del suplicio de la cruz, en ese escenario cargado de dolor, injusticia y abandono, Jesús pronuncia una de las frases más conmovedoras del Evangelio: "En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso". Estas palabras, dirigidas a un criminal moribundo, resuenan con fuerza aún en nuestro tiempo, marcando una línea directa entre la compasión divina y la esperanza humana. En un mundo donde la justicia a menudo se presenta como castigo, y donde la redención parece reservada a los "dignos", esta frase ofrece una mirada radicalmente distinta: la salvación como regalo, no como mérito.
La escena es conocida: tres hombres crucificados, rodeados de burlas, soldados y espectadores indiferentes. Dos ladrones, cada uno con su propia historia, compartiendo el último aliento junto al Nazareno. Uno lo increpa con sarcasmo; el otro, en un gesto de humildad y reconocimiento, dice: "Acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Jesús no solo responde, sino que eleva esa súplica a una promesa definitiva: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
Aquí no hay juicio, no hay reproches. Solo misericordia. En la antesala de la muerte, cuando todo parece perdido, Jesús afirma que aún es posible la esperanza. Esta segunda palabra en la cruz es profundamente sensible y reveladora: habla de un Dios que no espera perfección, sino sinceridad; que no se escandaliza ante la culpa, sino que se conmueve ante el arrepentimiento.
Una lectura desde el presente
En un tiempo marcado por el individualismo, la polarización y la cancelación, la frase de Jesús desafía nuestras lógicas actuales. Vivimos en sociedades que categorizan, que miden la dignidad en función de la utilidad, la productividad o los antecedentes. El perdón, cuando existe, suele venir acompañado de condiciones, pruebas o contratos. En contraste, la promesa del paraíso a un condenado nos interpela profundamente: ¿Qué entendemos por justicia? ¿Por qué seguimos creyendo que hay personas que “no merecen” segundas oportunidades?
Esta palabra de Jesús se convierte en un espejo para nuestra cultura: una cultura que valora el éxito, pero teme el fracaso; que aplaude la virtud, pero marginal al que cae. Sin embargo, el mensaje evangélico es claro: nadie está demasiado lejos para ser alcanzado por el amor de Dios. Ni siquiera en los últimos minutos de vida.
Religión como consuelo y denuncia
Desde una mirada religiosa, esta frase también reconfigura el sentido del cristianismo. No se trata únicamente de un credo, sino de una experiencia vital de encuentro, consuelo y redención. Jesús no ofrece al ladrón una doctrina, ni le exige una confesión formal. Le ofrece compañía: “estarás conmigo”. En un mundo cada vez más marcado por la soledad —emocional, social y espiritual— esta presencia es revolucionaria.
Pero la frase no es solo consuelo, también es denuncia. Denuncia la rigidez de los sistemas religiosos o legales que olvidan la compasión. Denuncia nuestras resistencias a aceptar que el amor de Dios no responde a lógicas humanas de castigo y recompensa. Nos recuerda que la fe no es un espacio de élite moral, sino un camino abierto a todos, incluso a los que están al margen.
El paraíso como presente posible
Es significativo que Jesús diga “hoy”. Ni “mañana”, ni “cuando seas mejor”, ni “si cumples”. Hoy. En esta inmediata está la fuerza de la promesa. El paraíso no se presenta solo como un lugar después de la muerte, sino como una realidad accesible aquí y ahora, cuando somos capaces de confiar, de abrirnos al perdón, de aceptar la gracia. Esa palabra nos invita a vivir con los ojos puestos en una esperanza activa, que transforma la desesperanza en el horizonte.
Una invitación a la misericordia
En definitiva, la segunda palabra de Jesús en la cruz es un llamado a practicar una misericordia que no clasifica, que no espera condiciones perfectas para manifestarse. Nos invita a mirar al otro —al caído, al que se equivocó, al que carga culpas— con los ojos del crucificado, no con los del verdugo. Porque, al final, todos somos el buen ladrón: todos cargamos con errores, con contradicciones, con zonas oscuras que desearíamos redimir.
Pero también, como él, todos podemos ser alcanzados por una promesa: la de un amor que no pregunta por el pasado, sino que se entrega completamente en el presente. Un amor que nos dice, aún en los peores momentos: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
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(*) Educador.
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