María, fue una joven valiente que decidió aceptar la voluntad de Dios por medio de la visita del arcángel Gabriel, para anunciarle que se convertiría en la madre de Jesús, decisión que a pesar de temores y dudas asumió con firmeza y audacia, teniendo la capacidad de afrontar aquella experiencia con un corazón abierto y confiado en Dios, diciendo “Sí” a lo inesperado, sostenida por la fe y esperanza de que la llegada de su hijo salvaría a la humanidad. Sumado al rol de madre, también emerge esa virtud de ser discípula de aquél que trajo al mundo, para caminar fielmente a su lado y; en ese trayecto, atravesar episodios tanto de júbilo como de inmenso dolor, esto último, al ser condenado a muerte.
Ya en el momento de su crucifixión, Jesús expresó 7 frases antes de morir, siendo la tercera de ellas delante de María y Juan -su discípulo más amado- quienes se encontraban al pie de la cruz, palabras aquellas que significarían la verdadera manifestación de una gran e incondicional disponibilidad: “Mujer ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre”(Jn 19, 26-27). Valiosa invitación a uno de sus más fieles discípulos, para acoger a la Madre en su “casa”, término que no solo se limita al lugar o espacio dónde habitarla, sino a un sentido más trascendente, es decir, acogerla en su corazón, en su interioridad. Este momento nos revela que la presencia de María no solo quedaría marcada en la historia por ser la madre de Jesús; sino en adelante, el hecho de convertirse en la progenitora de todos nosotros, sus hijos amados, comprendiéndose desde la lógica de donación total, entrega, generosidad, justicia y misericordia. En definitiva, un profundo acto de amor en el dolor.
Madre e intercesora
Quiero destacar dos reflexiones importantes. La primera, es que podamos contemplar la experiencia de María como la madre que sufre, mujer que acompaña y; sobre todo, figura espiritual de intercesora, pues aparece como presencia cercana y protectora. En este tiempo complejo con realidades tan diferentes y muchas de ellas desoladoras, existen aún personas que cuidan en silencio, que sostienen a sus familias, amistades genuinas, que acompañan comunidades o a la misma iglesia sin buscar reconocimiento, pero siendo fundamentales en el proceso, incluso ante el agobio o el cansancio. Por qué no pensar en visibilizar y apoyar a las "Marías" actuales: madres o padres solos, abuelas o abuelos cuidadores, familias en situación de duelo, trabajadores informales, entre otros. Es aquí que nos debemos preguntar: ¿cuán dispuestos estamos a vivir el amor como entrega silenciosa y generosa?
La segunda, es cómo Jesús muestra compasión aún en su sufrimiento. En una sociedad inmersa en altos niveles de estrés y dominada parcialmente por el individualismo o la indiferencia, esta actitud es un llamado a mirar al otro, es decir, al prójimo, incluso en medio de nuestras propias dificultades. Vivimos en un mundo donde muchas veces el dolor propio se convierte en una barrera para conectarse con el otro, pero esta escena del Evangelio invita a dar un paso más allá, a entender que incluso en el sufrimiento, podemos ser puente, consuelo y presencia para otros. Todos enfrentamos situaciones duras, muchas veces con carga emocional propia, sumergidos en la vulnerabilidad, estado que conlleva mucho esfuerzo, calma, sosiego para poder sanar y salir a flote pacientemente. Hagamos que esta escena nos inspire a practicar una empatía que no huye del dolor, sino que se hace presente en él, permitiendo que nuestras adversidades, a través de una mirada piadosa, amorosa, sensible y misericordiosa, también sean camino de conexión y amor, haciendo de cada uno, seres más justos, pero sobre todo más humanos.
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(*) Abogada y coordinadora regional del Voluntariado Magis.
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