Pagar 100 soles por ciclo en la UNMSM podría exponer el mito de la economía, pues, como se sabe, en un colegio «pequeñito» se paga lo mismo mensualmente. Quiere decir que durante los cinco años ?si es que no repite? pagará cinco mil soles durante la educación secundaria. Se supone que el colegio elegido le garantiza el ingreso; de no hacerlo, habrá invertido en vano. Volverá a postular las veces que quiera. De postular tres veces, incluye ?suponiendo que ingresa? al menos tres ciclos en la academia preuniversitaria; ello supone 900 soles más. Siguiendo con las suposiciones, que se pueda redondear a 1000 soles quiere decir que el postulante ha gastado seis mil soles solo para ingresar. Con este gasto solo para responder un maldito examen, ¿no es posible pagar 100 soles por ciclo? Es decir, mil soles por una carrera si es que no lo jalan en cualquier ciclo. Los no pobres estudian en un instituto tecnológico, dejan de ser pobres y cuentan historias igual de asombrosas de carburadores. ¿Por qué levanta tanto polvo una sencilla opinión?
El mito de la economía con sus leyes y el mito de las cinco hélices (sistema de actores en países desarrollados) son cuestión de moda para un país con un 76 % de informalidad. Hemos vivido y vivimos en la informalidad. La Sunat no puede con la informalidad económica ni con las grandes empresas. Las leyes se meten por doquier, se cruzan entre el mercado informal, y en esta maraña de los que se ?piensan pobres? es difícil pensar que se pague «alguito» en cualquier universidad nacional. El síndrome de ser pobre se ha convertido en complejo social, porque es más fácil ser pobre antes que luchar contra ello creativamente. En un país tan diverso como complejo, tan desestructurado, con marcadas diferencias, se pretende lograr la utópica igualdad. La indigencia no es patrimonio peruano; en cualquier parte del mundo hay pobreza y, por tanto, siempre seremos distintos.
Los que pueden pagar una mensualidad lo pueden hacer; los que no, es porque no quieren hacerlo y prefieren pensarse siempre como pobres. Sobre ello existen historias estremecedoras que resaltan el sacrificio que hicieron para ingresar en la universidad, cuando en realidad se trata de solo estudiar para un examen de memoria y ahorrar unos soles. Miles de jovencitos estudian y trabajan y no se piensan pobres; otros estudiantes dependen excesivamente de los padres, que hasta el celular no pueden pagar. La pobreza es una percepción con fuerte dosis de inercia; por comodidad, es mejor sentirse pobres. Pareciera que para un pobre no existen las oportunidades; es que nunca se ha preguntado qué puede hacer con sus manos o sus neuronas y pueda solventarse y no depender de los padres. Pagar un requisito en mérito a la opinión de Jerí pareciera que es la única forma de no ser pobres. Ingresar en la universidad y estudiar una carrera para colgar el título en la pared y seguir jodiendo que no hay chamba es una narrativa empobrecida por cansancio.
El mito de la gratuidad
Nos negamos a pagar para formarnos medianamente en una carrera profesional, pero votamos libremente por un congreso que ha deteriorado la moral de un país, y nadie dice nada, excepto los que quieren ser parte del circo con acomodados senadores. Si se hubiera legislado para que la educación sea verdaderamente gratuita, estaríamos cayendo en el mismo argumento de pedigüeños y negando el poder de la creatividad ante la pobreza. Ser pobre o rico en un país tan desigual que lucha por la igualdad siempre será cardumen para la filosofía contemporánea de quienes intentan reducir la pobreza hasta con esterilizaciones forzadas o dejar que la escuela duerma en el memorismo y despertar con ánimos de cambiar la percepción de ser pobres. Como colofón: la educación gratuita no existe, y si existiera, es evidente que con ello el universitario solo repite lo que aprendió, porque se supone que no tiene dinero para comprar uno. De comprarlo, lo hace en versión pirata para repetir lo que veinte años atrás ya se escribió; por lo tanto, la gratuidad es un mal endémico, pero significativo pretexto para vernos y seguir pensando en la utópica igualdad y presumir calidad.
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(*) Investigador Renacyt y docente universitario. Palmas Magisteriales 2016.
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