Pronunciada por Jesús en la cruz es una de las frases más profundas y desconcertantes de la Escritura, que se menciona en los evangelios de Mateo y Marcos. Mientras esta exhortación fue el resultado del sufrimiento y la angustia de Cristo, que, sin duda, sufrió extremadamente durante la crucifixión, no trata solo sobre la agonía física. Por el contrario, también se extiende a los aspectos más profundos de la teología cristiana, religados a la experiencia del sufrimiento humano y de la relación con Dios. Esta reflexión puede tener un eco profundo en el ámbito familiar, ya que muchas veces, las familias atraviesan momentos de dolor, angustia y aparente abandono que pueden parecer insuperables. A través de este pasaje, se puede explorar la presencia de Dios en medio del sufrimiento familiar y cómo la fe y el amor se mantienen vivos incluso cuando se experimenta la ausencia de respuestas inmediatas.
En primer lugar, la exclamación de Jesús, que se encuentra en el contexto de su dolor extremo, refleja una de las características más universales de la experiencia humana: el sufrimiento. Jesús, al igual que cualquier ser humano, experimentó el dolor físico, emocional y espiritual de una manera radicalmente profunda. Al pronunciar estas palabras, Él no está negando la relación con el Padre, sino que está expresando el sentimiento de desolación, la sensación de separación de Dios en ese momento de crisis. En el ámbito familiar, este tipo de sufrimiento puede verse reflejado en situaciones de pérdida, enfermedades graves, crisis económicas, o conflictos familiares que parecen alterar el orden natural de la vida, llevándonos a cuestionar la cercanía de Dios.
En la tradición teológica, la frase de Jesús se entiende no solo como una expresión de angustia, sino también como un acto profundo de identificación con el sufrimiento humano. El hecho de que Jesús, el Hijo de Dios, haya experimentado este sentimiento de abandono tiene implicaciones teológicas significativas. De acuerdo con algunos teólogos, la cruz es el lugar donde Dios se hace completamente accesible a la experiencia humana; en el dolor más extremo, Dios no se distancia del sufrimiento humano, sino que se hace uno con él. En su abandono, Cristo no está alejándose de la presencia de Dios, sino que está asumiendo el pecado y el sufrimiento del mundo, tomando sobre sí mismo el peso de la separación que el pecado genera entre el hombre y Dios.
Acercarse a Dios
Por más difícil que sea el sufrimiento, puede ser una forma de acercamiento hacia Dios; nunca se debe pensar en el sufrimiento como abandono. Dura y extraordinaria puede ser la vida de una persona; puede cambiar por completo al sufrir en familia, pero al mismo tiempo, sufrir puede ser transformador en las relaciones familiares y la vida espiritual. Tal y como sucede en la cruz, las partes más oscuras de la vida revelan la existencia de Dios, su redención y todo el consuelo que necesita aquel que sufre.
La sensación de que Dios guarda silencio frente al sufrimiento es otro aspecto que este pasaje toca de manera relevante para las familias. Muchas veces, las personas atraviesan momentos de crisis sin recibir respuestas claras o inmediatas a sus preguntas. Sin embargo, teológicamente, el silencio de Dios no implica ausencia de su amor o de su presencia. Al contrario, el silencio de Dios en la cruz es el acto supremo de amor. Dios, en su amor infinito, no evita el sufrimiento humano, sino que lo asume completamente. En la familia, el silencio de Dios frente a las dificultades puede ser interpretado como una invitación a confiar más plenamente en Él, a vivir una fe madura que no depende de respuestas inmediatas, sino de la esperanza que brota de la relación continua con Dios. Esta fe, que se expresa incluso en medio del dolor, es capaz de transformar la experiencia del sufrimiento, dándole un sentido redentor.
En definitiva, el grito de Jesús “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” se convierte en una invitación para las familias a afrontar el sufrimiento con la esperanza que, aunque Dios esté aparentemente en silencio, está presente y transformando la cruz en salvación. También esta expresión de Jesús puede animar a vivir el sufrimiento de manera comunitaria. Después de haber sido abandonado, Jesús, no está solo en su sufrimiento y las familias que enfrentan problemas, están llamadas a vivir el dolor solidariamente. La comunidad cristiana como cuerpo de Cristo juega un papel fundamental en este proceso, porque motiva a cada miembro a avanzar en el camino como Cristo con sus discípulos, compartiendo el sufrimiento y también la esperanza.
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(*) Educador. Docente universitario e investigador.
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