Tener sed no sólo es un deseo fisiológico intenso e interno. Toda sed clama ser saciada, además se torna angustiante cuando se siente que no se satisface. Lo desesperante incluso es si, ante una sed excesiva más un calor sofocante, y habiendo agua para beber, que ningún samaritano se atreva a superar cualquier impedimento para salvar al sediento. Quizá se posee agua, pero sin aguador la sed subsiste.
Lo dicho por Jesús: “Tengo sed” (Jn, 19, 28) es palabra puente entre las cuatro anteriores y las dos últimas dichas por él. Las dos últimas expresan la entrega total. Es el designio del destino humano que es finito. Es la consumación o el último instante de vida ofrecida al dador de ella. No hay más qué hacer ni qué decir. En manos del misterio de la infinitud se entrega la finitud de lo vivido. Esa consumación implica que por fin toda necesidad o todo deseo jamás saciado en vida por fin se calma en aquella entrega última. En aquel final, nuestra excesiva sed humana -por fin- será saciada en sí al beber de la fuente de agua eterna. Toda sed no colmada en vida, al final del camino será en definitiva la experiencia de la comprensión plena gracias a esa fuente eterna jamás vacía. Seremos saciados como hizo la mujer samaritana que al pie de la fuente supo saciar la sed de Jesús: “¿Cómo tú… me pides a mí de beber que soy mujer…? Jesús respondió: Si tú conocieras a Dios (¡Jamás tendrías sed!)…mujer, dame tú de beber…y Él te dará a ti agua viva (y vivirás para siempre)”.
Reflexión de mayor alcance
Esta quinta palabra, además, impulsa una reflexión cristiana de mayor alcance. Al contemplar (que sería orar) las anteriores cuatro palabras, advertiremos en su expresión el vaivén de nuestras más hondas necesidades existenciales, con las que nos enfrentamos a diario. Es una sed más existencial que corporal. Es una sed social que nos examina en si estamos trascendiendo conformando el sentido de nuestra vida comunitaria conforme al querer divino más no estancados en una simple sed física fácil quizá de saciar.
Es una sed humana que desea transformar su interior en un ser más humano o menos inhumano. Una sed de esperanza de que podemos saciar esa necesidad de aprender a convivir entre ciudadanos en esta pujante sociedad peruana (y chiclayana). De tratarnos fraternalmente. Sed de desear dejar de mirarnos como meras cosas sin valía ni dignidad. Que tengamos sed de sentir socialmente que sí valoramos la vida humana porque estamos convencidos de que es un valor social inalienable. Que sintamos -de verdad- que saciamos esa sed al sentirnos fraternos. ¿Qué beneficios trae beber esta agua? Sus propiedades son de protección al más vulnerable, custodia al indefenso y ayuda solidaria al más pobre, a los sin voz, a los que huyen sin éxito de la violencia callejera o alberga al huérfano a quien la bala criminal le arrebató su hogar.
Sed de perdón
Es una sed de perdón. Quien condiciona su perdón desfallece por deshidratación amorosa en su corazón. Ante una petición del mismo, acogiendo lo justo, es sabio perdonar para hacer posible que se recupere la promesa que unió una relación la que quizá una ofensa dañó. De alguna manera, por diversas razones, transitamos sedientos de la acción del perdón. Nos hace falta practicarla para resocializarnos una vez más. Así como el buen ladrón al pie de la cruz, nos hace falta sentir esa sed de perdón. Ese “ladrón bueno” en medio de su miseria supo reconocer cuál fue su falta. Sin hundirse en su culpa, sale de sí mismo, y pide vivir la experiencia de saciar su sed pecadora. Sentirse pecador al umbral de su muerte -junto a su amigo Jesús- sentirá el triunfo de una vida humana sana y digna en su totalidad por y hasta siempre.
Sed de sentirse querido. De esto todos experimentamos gracias al querer casero del amor materno. De experimentar sentirse protegido también por papá. Es usual que una madre cuide del hijo incluso al extremo de no importarle cuan miserable él haya sido. Un amor de madre parecido al del padre sería como el visto en la parábola del hijo pródigo: “… Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero lo hemos encontrado…“ (Lc. 15, 23-24). Es probable que, en repetidas ocasiones, tercamente hemos sido hijos in-fraternos o hijas desagradecidas, hasta quizá mezquinos o malvadas. Si en alguna ocasión pusimos en jaque nuestro ser buen hijo o ser buena hija, solo en el abrazo del Dios de Jesús se recuperará la gracia de sentirnos renovados en el amor. En Él no hay forma de sentirse jamás no querido ni no amado. En su amor paterno maternal se recupera el verdadero sentido de re aprender de cómo amor filialmente.
Solo el amor calmará toda sed por más insaciable y extrema que ésta sea. Quien no beba de esta fuente -del amor-, carecerá de sed samaritana y vivirá en la soledad y su ser in-fraterno reinará por siempre en las acciones y en las ideas de su corazón. Pero quien desee beber más de aquella agua cuya propiedad es la de proceder como Jesús procede conocerá de buena mano que la única fuente del sentido de la vida es saber vivir en fraternidad, sirviendo y amando a los demás. Es en el modo de querer de en todo amar y servir que sí se podrá saciar innegablemente toda sed existencial. ¡Qué deseemos tener esta sed de amar y servir más y mejor!
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Ingeniero y filósofo. Magíster en Administración y Gestión de Tecnologías de la Información y Comunicación.
respuesta de Juan Carlos Ordinola Pingo el 2023-07-22.
La Macro Región Norte debemos unirnos para detener la intervención del OTASS, cualquier coordinación al siguiente número 959520046, Juan Carlos Ordinola Pingo del Frente Regional de Defensa del Agua y el Medio Ambiente de Piura.
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