Sube!

La necesidad de verse bonita

Escribe: Beder Bocanegra Vilcamango (*)
Edición N° 1397

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Quien nace con cierta gracia en el rostro o con cierto color de ojos, de pronto es «blanquita» o tiene ese «airecito» de ser guapa, nos da más de un mensaje para sentir la diferencia cuando uno es «cobrizo» y con vientecito de ser «cholo» o «medio aserranao». Aunque otros tienen los ojos verdes, pero se apellidan Mondragón. Hablan con el supremo «dí», pero es oriundo de la sierra, que a su vez sus ancestros son más serranos que la papa.  En este contexto, entre la belleza y la fealdad existen patrones que tienen que ver con la economía. En Cali, existe la industria de la cosmética, donde cada quien se cambia orejas, ingresan con ojos oscuros y salen de otro color, etc. En nuestro medio, cuando los complejos y vanidades resultan más fuertes que el autoconocimiento presidencial permite que la grasa corra desde el abdomen hasta el rostro, el objetivo consiste en verse bonita para el selfie y no saber que estaba frente a la prueba que la incrimina como mentirosa, terca y testaruda que cree que todos le creemos, tanto como que los Rolex fueron prestados por su wayki favorito.

No es pecado, tampoco delito verse bonita al pie del instrumental quirúrgico y hacernos creer que no abandonó su cargo presidencial, tampoco es criminal que, teniendo dinero suficiente, no acuda a la clínica para acomodarse los cornetes y pueda respirar mejor la podredumbre de su gobierno. Cuando oí eso de su «nariz bonita», pensé que le hacía falta olfato político para darse cuenta de que su gestión es denigrante de la mano del poder. Pensé que se había acostumbrado al maloliente poder que había creado, pensé que su falta de olfato político frente al poder de la corrupción le permitiera tomar decisiones más adecuadas y hacer sagrados deslindes para desprenderse de su ministro favorito. Nada de eso. La simbiosis atrevida entre política y belleza la ha puesto al descubierto, pues se convirtió en la «mami» que deja sus obligaciones por algo banal para verse bonita y con una nariz que no podría meterla en cualquier lado excepto crueles insinuaciones de quien sería el padre, cuyo silencio atrofiado es insano y los hijos abandonados a su suerte.

Las situaciones dicotómicas generadas para quienes la defienden y quienes la detestamos es una quimera para la farándula política, para unos fue delirante defenderla de otros patanes, que fácilmente diría: «no Quero que nadie me defienda», porque el ignorante de la educación es un servil ministro importado que cuida de su salud funcional. Insistir con la mentira y haberse sustraído su propia historia médica forma parte de la narrativa del poder siniestro. Buscar la belleza fue tan real como los estudios de Morgan Quero, que estudió en la Universidad Autónoma de México, Universidad de París y Universidad de Grenoble (Francia), ¿para qué tanta sabiduría?, ¿para defender una mentira? Se evidencia que, en política, cualquier imberbe con estudios europeos piensa que la belleza es la necesidad femenina en el máximo límite del poder.  Verse bonita trasladando grasita de un lado a otro, quitarse las bolsas y aflojarse los cornetes significa una vanidad humana que representa el reducido autoconocimiento, solo exalta el poder.

Las necesidades de la sociedad «de a pie» se resuelven con trabajo, no importa cuál sea el oficio, pero hay miles de personas que no comen si no trabajan, que no se visten bien si no trabajan, que no pueden ir al cine si no trabajan, que se ven «feítas» porque no invierten. Hay quienes prefieren ser honestas antes que ir a la peluquería, otras se muerden las uñas antes que hacerse una manicure y otras prefieren sonreír «al natural» antes que presumir belleza debajo de una operación funcional. Ello significa suficiente autoconocimiento, significa reconocer sus propios límites, son conscientes de lo que pueden hacer frente a una necesidad banal. Para finalizar, ostentar el máximo cargo y la supremacía del poder presidencial debería significar el reconocimiento y discriminación del deber ante un país y no la flatulencia de una decisión equivocada que valora superficialidades y remoción de grasita para verse distinta, porque al no pagar sus «jales y estirones de piel» la hacen bien feíta, pagando con cargos a diestra y siniestra.

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(*) Investigador Renacyt. Palmas Magisteriales 2016.

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