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CARLOS MENDOZA CANTO: “LA INTERCULTURALIDAD SUPONE EL RECONOCIMIENTO DE LAS DIFERENCIAS”

Escribe: Semanario Expresión
Edición N° 1144

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  • El coordinador de la Red de Interculturalidad de América Latina y el Caribe – ODUCAL, afirma que aún no existe una política cultural definida a nivel país.
  • La primera semana de diciembre se realizó el III Congreso Internacional de Interculturalidad.

 

La diversidad cultural se expresa en cifras. Según la Base de Datos de los Pueblos Indígenas del Ministerio de Cultura, el Perú cuenta con 47 lenguas originarias y más de 170 expresiones y manifestaciones culturales vigentes declaradas como Patrimonio Inmaterial de la Nación. Además, la información levantada del censo desarrollado por el Instituto Nacional de Estadística e Informática – INEI, del 2007, revela que la población cuya lengua materna es indígena bordea los cuatro millones de personas. Consciente de esta realidad, el coordinador de la Red de Interculturalidad de América Latina y el Caribe – IDUCAL, y director del Instituto de Cultura de la Universidad Santo Toribio de Mogrovejo – ICUSAT, reflexiona sobre los retos y paradigmas de la interculturalidad.

 

En el Perú existen alrededor de 55 pueblos indígenas y casi 10 mil comunidades campesinas. ¿Hasta qué punto esto representa una ventaja o desventaja para el acortamiento de las brechas sociales?

La diversidad cultural es una gran ventaja en cuanto tenemos una vasta riqueza cultural ancestral recreada desde el momento histórico de la conquista y que está presente hasta nuestros días. Sin embargo, podríamos considerar que es una desventaja en cuanto desde ese mismo fenómeno hubo una cultura hegemónica que se superpuso e invisibilizó a las otras diversas que coexistieron en épocas prehispánicas.

El tema de la interculturalidad suena a moderno hoy en día, pero dichas sociedades ya convivían armoniosamente en diferencia, pues la interculturalidad no supone una igualdad, sino el reconocimiento de las diferencias. Algunos no entienden la idea de plantearse una política social intercultural, partiendo del reconocimiento de esta diferencia, pero en la igualdad en derechos y oportunidades.

Existen leyes nacionales y supranacionales que las sustentan, pero vivimos una cultura hegemónica que determina los modos y criterios de valoración que opaca otros saberes, prácticas y formas de concebir la educación, vida, familia y el cosmos. La desventaja radica principalmente allí y por supuesto tiene como correlato la desigualdad social.

¿Cuánto se ha avanzado en la disminución de la discriminación, teniendo en cuenta que aún la práctica de ‘cholear’ es común en el país?

‘Cholear’ es hablar de discriminación y racismo. Es el brazo de una cultura hegemónica porque plantea la idea de un blanco superior frente a los negros, cholos y mestizos que están más abajo en la cadena del valor humano. Creo que incluso las leyes están hechas más en beneficio de unos que de otros.

Hay pequeños espacios en los que existe la posibilidad de dar valor en igualdad de derechos a las comunidades menos favorecidas como la consulta previa, pero desde la explotación y extracción de minerales de una zona ya estamos yendo en desmedro de una forma de vida con la agricultura, el respeto al cauce de los ríos, a sus formas y sistemas de irrigación. Estamos atentando contra todo un sistema cultural que ha sobrevivido a lo largo de la historia y del cual debiéramos aprender.

Las comunidades ancestrales pueden convivir en el espacio natural sin generar un mayor impacto. Creo que desde el principio no hemos aprendido a valorar ese conocimiento por considerarlo menor y querer vivir una vida de occidental. Es oportuno detenerse para pensar y valorar sobre estos saberes.

No entiendo cómo a veces celebramos la diversidad cultural del país, pero en la práctica no la valoramos. Ver en un escenario un danzante de marinera, tondero o cashua nos llena de un orgullo falso, porque cuando vemos pasar por la calle a un incahuasino o cañariaco no lo respetamos. Tenemos una equivocada valoración respecto a nuestra condición de superior porque somos académicos, pero la importancia debería radicar en cuán seres humanos iguales somos en derechos y oportunidades.

Hoy tenemos a la red de interculturalidad como un espacio para hablar de estos temas. Cada dos años desarrollamos un congreso y hace poco ha terminado la tercera edición denominada ‘Epistemologías latinoamericanas’. La USAT tiene una licenciatura en Etnoeducación, mediante la cual forman a profesores interculturales, aquellos que salen hacia los pueblos a dar las clases en vez de que sean los miembros de la comunidad los que vengan. Si se va a formar en interculturalidad, uno tiene que moverse a otro lugar para enseñar a respetar y valorar la cultura.

¿Qué ocurre cuando llega un alumno de Cañaris o Inchuasi? Ese chico tiene que forzarse a valorar de la misma forma que todos los alumnos que ya están allí. ¿Eso es ser intercultural? Va a ser necesario que pronto en las universidades realicen talleres de lengua quechua o realicen algunas pequeñas estancias entre los universitarios y las comunidades originaria, cuya cultura sobrevive con mucho orgullo y valor.

Y eso que el quechua no es originario de Lambayeque, pues acá se hablaba Muchik.

Claro, en los sistemas de conquista había una lógica más política administrativa que de dominación completa. La cultura está en constante movimiento. Existen evidencias arqueológicas en la Huaca Santa Rosa donde se han encontrado piezas cerámicas de las culturas Cajamarca, Wari y Mochica en un mismo espacio y tiempo. Eso nos puede hacer suponer que, si bien se vivía una hegemonía cultural de gobierno, las sociedades podían convivir. La propuesta de una política cultural intercultural se basa precisamente en no homogenizar la cultura como se pretendió en la conquista.

Aun con todo, la nuestra no ha podido desaparecer. Todavía se siguen produciendo sistemas artesanales de cultivo e irrigación como el que tiene Lambayeque que sigue siendo exclusivamente mochica. Incluso los caminos de Qhapaq Ñan no son propiamente incas, ya que ellos sumaron los que habían sido construidos por otras culturas. Lo que crearon fue el sistema que articuló todo eso. No desaparecieron lo anterior, sino que lo sumaron a lo suyo en beneficio de la diversidad cultural que habitaba ese territorio.

Todavía hay pueblos en Lambayeque como Mórrope, Ciudad Eten o Monsefú que tienen muy arraigadas sus manifestaciones culturales…

Hay resistencias culturales porque el fenómeno identitario es complejo. La identidad se construye a partir de reconocerse tanto uno mismo como sus diferencias con el otro. Algo propio de la cultura norteña, por ejemplo, es la crianza de los caballos de paso, pero si a eso le sumamos lo que nos hace diversos, entonces tenemos un potencial turístico. Debemos conocer lo que encierra ser lambayecano, los descendientes de la época de la bonanza de la agroindustria con sus caballos de paso, la marinera, el acento afro con los descendientes de Zaña y Capote, o el andino de Cañaris e Incahuasi. Tenemos diversas maneras de vender Lambayeque turísticamente, pero debemos encontrar armonía en la diversidad.

¿En la gastronomía ha sido más fácil reconocer esa diversidad?

Ha sido mucho más fácil reconocer las identidades culturales, pero también es fruto de un trabajo silencioso que se produjo de manera natural y espontánea. Al final aparecieron algunos gurús que la promocionaron, pero la comida ya estaba allí. Por ejemplo, el chifa existía, no lo creó nadie. Hay que sentirnos orgullosos de este producto del mestizaje, de la hibridación, del aculturamiento, del reconocimiento de la diversidad, de un saber que está muy ligado a nuestro paladar. El Perú es un lugar de sibaritas, pues somos muy exigentes en la gastronomía, la música, la danza y esto solo es posible por la diversidad cultural.

La marinera, por ejemplo, fue un intento de un minué francés en su época, pero los miembros de la comunidad lo apropiaron a su manera. A los peruanos no nos gustaba que se llame ‘la chilena’ y apareció Abelardo Gamarra quien la bautizó como marinera en honor a la Marina de Guerra del Perú, pero si uno mira nuestra danza y la cueca chilena, dirá que son primas hermanas.

Lo interesante y valioso es lo auténtico. En el último congreso de interculturalidad desarrollado en Medellín hubo 600 personas pertenecientes a unas 25 etnias, las cuales llevaban su propio traje. Todo el espacio se veía de colores y las conferencias terminaban en un baile o un canto. Para mí fue muy emocionante porque eso también es el Perú, sino que estamos en un despertar distinto. Creo que el peso de la conquista española ha sido muy fuerte y por lo tanto su dominio cultural más resistente. Nuestras sociedades autóctonas han sido más golpeadas y por ende no han podido romper la cultura hegemónica que se propone hasta la actualidad.

¿Cuáles son los retos en materia de política cultural?

No tenemos una política cultural definida y esto no es un secreto. Se está construyendo a través de asambleas que desarrolla el Ministerio de Cultura. Esto es bueno, sin embargo ha demorado demasiado. No sé qué se determine finalmente, pero creo que debe partirse desde el reconocimiento de la diversidad cultural existente.

La inestabilidad del país también permea a sectores de importancia en la construcción de ciudadanía, la misma que es una de las estructuras más importantes del Estado, pero a veces no es entendida por los gobiernos, pues hemos tenido ocho ministros en la cartera de Cultura que, dicho sea de paso, no está para dar formación artístico cultural, eso le compete al Ministerio de Educación. A Cultura le corresponde contribuir al desarrollo de la identidad intercultural del ciudadano peruano.

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