Casi setenta mil víctimas dejó como saldo la violencia terrorista en el Perú, entre 1980 y el 2000, según el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, impacto cuyas heridas en la sociedad todavía permanecen abiertas. En el mundo, muchos son los países que han vivido y viven aún situaciones similares, con consecuencias catastróficas y, sobre todo, con reclamos cada vez más fuertes de justicia.
Uno de ellos es España, que fue azotada por el terrorismo interno durante 51 años, desde el primer hasta el último atentado de las cinco organizaciones que se desarrollaron en la península. Sin embargo, hoy enfrenta a un nuevo peligro, al igual que el resto de Europa: el terrorismo internacional.
La experta en criminología y directora de la Fundación Miguel Ángel Blanco, Cristina Cuesta Gorostidi, cuyo padre fue asesinado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas en 1982, señala que la violencia terrorista desencadena impactos profundos en cualquier sociedad, aun cuando las circunstancias, contextos políticos, democráticos y las teologías de cada situación sean diferentes.
“En España condicionó la vida política y social durante décadas. El debate político, las estrategias institucionales y el día a día de los ciudadanos estuvieron amordazados por la violencia terrorista. Se condicionó incluso la percepción del país, que en determinada época era uno de los que menos se visitaba por el temor que suponía la criminalidad. Las consecuencias del terrorismo en cualquier parte son profundas y, por desgracia, todavía no lo suficientemente estudiadas o investigadas. Conocemos la punta del iceberg”, precisa.
ROL DE LOS ESTADOS
Cuesta Gorostidi, que llegó a Chiclayo para participar del II Seminario Internacional “El terrorismo: Amenaza global, educación para la memoria y derechos de las víctimas”, organizado por la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo, refiere que en líneas generales los gobiernos de los países afectados por este problema social han tenido reacción tardía, lo que ha posibilitado el avance de las organizaciones extremistas.
“En España, como en muchos otros países de América Latina, no se actuó, desde el punto de vista institucional y político, con la diligencia y efectividad que nos hubiera gustado desde el inicio, aunque al final se lograron consensos fundamentales y estables, ligados a las coyunturas políticas, que han hecho en pruebas objetivas que el terrorismo local (interno), sea derrotado militar y policialmente, lo cual no quiere decir que la legitimación por algunos actores sociales o políticos sea efectiva del todo efectiva, porque hay gente que justifica, comprende y relativiza. Eso es un gravísimo problema, sobre todo para las futuras generaciones, por la lectura o narrativa que se da frente al problema terrorista”, enfatiza.
Anota, que la reacción de los gobiernos también se ha dado – en varios casos – a “golpe de atentado”, y que las víctimas y las organizaciones de la sociedad civil han ido pasos adelante en comparación a las instituciones y los partidos políticos para exigir justicia.
“No se vence al terrorismo de una forma lineal o total, no hay situaciones en el mundo en las que el terrorismo haya sido vencido totalmente y las víctimas estén satisfechas al 100 %, siempre hay situaciones de impunidad, cuestiones de relato, cuestiones militares y policiales”, refiere.
DEFENSA DE LA DEMOCRACIA
Cristina Cuesta señala que es necesaria la construcción de un relato democrático y de defensa de los Derechos Humanos que involucre de verdad a los estados, sobre todo en la atención que requieren las víctimas del terrorismo.
“Es necesario crear una consciencia colectiva. Todos y cada uno de nosotros debemos preguntarnos qué hacemos para ayudar a solucionar este problema; es verdad que debemos exigir mayor responsabilidad a los estados y a los gobiernos, pero no podemos olvidar que somos ciudadanos con derechos y con obligaciones, y si creemos en nuestros países tenemos que estar unidos, crear consciencia, crear responsabilidad y defender los valores”, agrega.
El accionar terrorista no solo se limita al campo armado, también está el aspecto ideológico cuyo enfrentamiento, en países como el Perú, sigue siendo tarea pendiente para los Estado.
La experta considera que en este terreno es fundamental el trabajo educativo, más aún en la construcción de un sistema democrático con virtudes que convenzan a los jóvenes y así se reduzca al mínimo la posibilidad de que estos se adhieran a las corrientes extremistas o violentistas.
“En Europa esto se ha convertido en una corriente muy importante por el terrorismo yihadista. Hay expertos y analistas internacionales de primerísimo orden que están denunciando que no hemos construido, y esto se puede aplicar a cualquier contexto como el latinoamericano, una narrativa democrática lo suficientemente atractiva para neutralizar al mensaje extremista. Las narrativas radicales, fanáticas y totalitarias que conducen al terrorismo están acaparando, sobre todo a través del terrorismo yihadista, las consciencias de los jóvenes porque resultan mesiánicas, atractivas, que dan explicación a unas cuantas cuestiones ideológicas, filosóficas e incluso políticas de una manera fácil, muchas veces superficial, llena de tópicos, de viejas ideas y viejos credos”, menciona.
Añade que es una seria debilidad para los países la ausencia de un discurso democrático lo suficientemente atractivo para los jóvenes como respuesta para vencer al extremismos.
“Es cierto que esto es muy complicado, porque uno de los puntos fundamentales de la democracia es la pluralidad de ideas, pero no nos hemos parado a defender los principios con fuerza y vehemencia, porque independientemente de las diferencias ideológicas, izquierdas, derechas, nacionalistas o no nacionalistas, existen los principios que marcan la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los principios democráticos, las cartas y convenciones más importantes en los ámbitos políticos institucionalizados, tanto a nivel local como internacional y esto es lo que no se ha sabido vender a las nuevas generaciones. El orgullo de defender una democracia de verdad no agita conciencias, la gente piensa que la democracia es natural y no, hay que construirla, hay que cuidarla y mimarla”, asevera.
Añade que los recursos de la violencia están al alcance de todos debido a los contenidos de los medios de comunicación. “Vivimos en una cultura violenta y todo eso se explica y se justifica con las películas o los videojuegos, quizá estoy ridiculizando un poco, pero pareciera que el más fuerte es el que triunfa, por lo que debemos hacer el lenguaje contrario para que lo que realmente triunfe y nos haga más libres y nos dé bienestar sea la defensa de la democracia. Eso debemos creérnoslo de verdad”, menciona Cristina Cuesta.
EL CLAMOR DE LAS VÍCTIMAS
Por otro lado, la presidenta de Fundación Miguel Ángel Blanco sostiene que sí es posible lograr la reconciliación después de períodos de violencia como los vividos en el Perú.
Para ello – explica – antes debe hallarse la justicia, porque sin esta no se aplacarán los sentimientos de las víctimas y sus deudos.
“Sin justicia no puede haber reconciliación, otra cosa es que cada uno renuncie en su fuero interno a odiar porque quiere vivir tranquilo. El odio no permite hacer más efectiva una lucha justa. Lo que más reconforta a las víctimas de violación a los Derechos Humanos o terrorismo es que su derecho a la justicia sea efectivo”, remarca.
Finalmente, la activista internacional hace referencia a lo que significa para Europa la presencia de los refugiados sirios, entre los cuales han podido infiltrarse terroristas del Estado Islámico. Cristina Cuesta señala que aun cuando existe alerta permanente en los países del viejo continente, el sentido humanitario se antepone a cualquier riesgo.
“Se habrá podido colar algún terrorista pero no por ello vamos a estigmatizar a la gente que sale huyendo del ISIS. Yo creo que Europa está teniendo un problema que todavía no ha sabido enfrentar bien, pero hay que ayudar a estas personas. Recordemos que los que no pueden pagarse la huida son los que se quedan, son clases medias en las que podemos sentirnos representados todos. Estamos siendo espectadores de procesos de consecuencias del terrorismo que todavía no somos capaces de asimilar”, concluye.
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