El sol está en su máximo esplendor. Emana aquella calentura que me hace suspirar y decir. – Qué bonito día- . De inmediato pienso que sentirme así es una señal. Dicho y hecho. Mis ojos se llenan de vida gracias a verdaderas esculturas de la cultura Lambayeque y Moche.
Sesenta inmensas obras de arte, trabajadas a detalle en fibra de vidrio, adornan los 1600 metros del llamado “Paseo Yortuque”. Estas figuras ubicadas en la avenida Chinchaysuyo, entre los distritos de La Victoria y Chiclayo, son parte de mi infancia.
Al apreciar ese gran espacio, recordé cuando tenía 10 años. Mis padres me enseñaban esas esculturas en un viejo álbum de figuritas. Esos momentos eran tan entretenidos. Me divertía mucho imaginar las voces de cada personaje.
Mi recorrido inicia con las entretenidas esculturas de obreros y artesanos de la civilización Mochica. Continúan, como rollo de película, todos los recuerdos de mi infancia. Cuando niña, estas figuras parecían tomar conciencia del mundo moderno y cobraban vida para mostrarme una comparativa de lo que fue la civilización Moche en su apogeo y la vida cotidiana en la actualidad.
Mientras más camino, más recuerdo mi niñez. Una voz amigable me decía.
— Hola, ¿eres María?
— ¿Quién eres? — Ladeé la cabeza para ver su rostro con claridad.
—Mi nombre es Chimo. Soy un ciudadano constructor de la cultura Moche. Estamos construyendo un templo para Ai Apaec, nuestra deidad creadora. Utilizamos ladrillos de barro y los mezclamos con paja para darle consistencia. Luego, vestimos las paredes con pinturas silvestres para darle belleza a los templos y casas.
— ¿Cómo hacían construcciones tan altas? — Pregunté curiosa, mirándole los ojos.
—Bueno, aunque ya conocíamos los metales, nuestra metalurgia era aún muy primitiva para conocer las propiedades del hierro en las construcciones. Por eso apilábamos los adobes de forma escalonada y se reforzaban con vigas de madera para darle consistencia a las construcciones altas.
Asentí maravillada por aquella nueva información y por el nuevo amigo que había hecho a mis diez años. Mi cuerpo seguía caminando por el tramo, pero mi mente estaba viajando por las páginas de aquel viejo álbum. Me topé con una nueva estatua y de pronto escuché a otro personaje en mis recuerdos.
—Hola María, por si te lo preguntabas, yo soy el gran sacerdote Moche. Siempre cuentan con mi presencia en los rituales para intermediar a dioses y hombres. Esta es mi corona en forma de búho, y representa la sabiduría ancestral. Y esta copa ceremonial sirve para recoger la sangre de los sacrificios humanos.
— ¿Por qué hacían sacrificios humanos? — Cuestionó mi voz de niña curiosa.
—Era una época de catástrofes naturales, María. El fenómeno del niño y las abundantes lluvias que hacían colapsar nuestras construcciones nos llevaba a pensar que era obra de Ai Apaec, nuestro dios castigador.
Pasé las páginas del álbum sorprendida por la brutalidad de la nueva información. Parpadeé y mi mente volvió a la realidad. Sonriendo, continué con esta hermosa travesía hasta encontrarme con la escultura de un personaje muy conocido en américa Latina y el mundo. Era el viejo Señor de Sipán, con su cara muy seria y adusta.
—Soy el soberano de la antigua civilización Moche. Represento el poder político y militar. Mi misión era el de dirigir los rituales de sacrificios humanos y ordenar la construcción de templos para los dioses.
Una diferente voz, una diferente figurita y una diferente página que recordaba con nostalgia. Más adelante, mientras seguía caminando, encontré a varios ídolos del mundo Mochica que también recordaba con voces graciosas y graves.
— Soy “La Araña”. Represento a la divinidad. — me dijo un hombre con ocho brazos.
— Me llaman “El Caracol”. De mi todos huyen por ser quién amenaza a la sociedad. Se me asimila con los asaltos del día a día.
— Soy “El Pez” con unos dientes muy filudos. Con brazos y piernas de humano. Represento a la intoxicación y me asimilo con el hombre que no se cuida de su salud.
— Y yo soy “El arribo de Naylamp”. Represento a Llampayec, mi Región. De ahí proviene el nombre de la región Lambayeque.
Al llegar al lugar más céntrico del paseo, encuentro a una de las esculturas más representativas; al gran “Dios Decapitador”.
— María, soy Ai Apaec, Deidad suprema y creador del mundo Moche.
— ¿Por qué los Mochicas hacían sacrificios humanos? — Preguntó mi voz curiosa de niña, pasando mis dedos por el contorno de la figura.
— La sangre representa la vida. Al tomar la vida de un hombre y regarla en la cima de la pirámide en la que me rinden culto, logran calmar mi sed de sangre humana y también las catástrofes naturales.
Despejé mi mente y me encontré con que mi recorrido estaba concluyendo en las esculturas referentes al Periodo de la Conquista y la Colonia. Me acerqué y un Inca me mostró los murales de la época republicana, con figuras que representan costumbres contemporáneas. Pero ya no era una niña, miré con mucha nostalgia aquellas esculturas que antaño me provocaban tantos divertidos momentos. Ahora regreso a casa a paso lento. Una gran satisfacción embarga mi ser. Siempre recordaré esas amenas conversaciones con mis personajes históricos favoritas.
(*) Estudiante del VI ciclo de la Escuela de Comunicación – USAT.
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