Sube!

Un aniversario más de Chiclayo

Escribe: Jorge Chávez Pita (*)
Edición N° 1395

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Tenues celebraciones y magras condiciones de Chiclayo, son las que este aniversario mostrará. La chiclayanidad no está presente.

Sin duda que desde hace un buen tiempo Chiclayo sufre los embates de la precariedad funcional de sus autoridades y el total abandono de sus condiciones básicas de habitabilidad, que la convierten cada vez más como una ciudad disminuida y carente, de por lo menos, ser considerada como tal, con una situación mínimamente confortable y receptiva, como ancestralmente lo fue.

Recordemos a un Chiclayo querido, símbolo de cariño y amistad, el afecto receptivo y ocurrente de sus habitantes, cuando se trataba de recibir a las personas que en aquellos aciagos días nos visitaban y transitaban por aquellas calles pedregosas y adoquinadas con algarabía plena y total satisfacción, gozando a plenitud de las bondades singulares que le ofrecía – en ese entonces - la bien llamada “Capital de la Amistad”.

Los tiempos han ido evolucionando, las costumbres de esta tierra salerosa y alegórica, digna de ser bien tratada y cuidada, han ido desapareciendo por las razones imperativas del modernismo y la migración constante de ciudadanos que han llegando en busca de un mejor porvenir y una forma de vida más adecuada y sostenible para sus descendientes en el tiempo previsto, razones y condiciones que, hasta hoy, no se han hecho realidad.

Decisiones incorrectas

Los fundamentos de todo lo prescrito están concentrados en los recurrentes desatinos de las autoridades y la deficiente labor funcional de sus ayudantes de ocasión, quienes, secuencialmente y a pulso, han logrado que año a año Chiclayo se vea sumida en el caos total, hasta convertirla en una ciudad tal como hoy lo es; es decir, sin orden, sin mejoras estructurales y condiciones básicas de bienestar medianamente aceptables que podrían generar el deseo de ser visitada y admirada constantemente como en antaño solía suceder.

Cada vez que tenemos que celebrar un año más la designación de Chiclayo como provincia, hoy capital de la región Lambayeque, sentimos el peso y el acoso de una tristeza extrema, el arraigo de un desinterés celebrativo y la desazón de ver a una ciudad devastada en todos sus niveles en razón de las ineficientes y recurrentes gestiones ediles que hicieron de Chiclayo una ciudad retraída en su crecimiento y alejada del orden y la modernidad que debería ser parte de su estructura urbana.

Digamos que, desde hace años Chiclayo no tiene nada que celebrar ni razón para alegrarse por un aniversario más de su existencia, si cuando miramos el pasado y lo comparamos con el presente las diferencias son muy marcadas en sus estructuras ornamentales y su capacidad receptiva de aquellos que llegaban, en estas fechas, a celebrar una efeméride más con la ansiada predisposición de afecto que esta digna ciudad les podía ofrecer.

El futuro de Chiclayo como una ciudad sostenible y admirada, con la mejora sustancial de sus capacidades y sus condiciones básicas de habitabilidad, es cada vez más lejano. Con los años transcurridos, los actos celebratorios de esta ciudad principal se van extinguiendo y las alegrías de vivir aquí, desapareciendo.

Elegir bien

En el corto tiempo y, según norma electoral, estaremos eligiendo a una nueva autoridad municipal que regirá los destinos de esta tierra que a muchos nos vio nacer, sin duda que el augurio sano, justo y bien pensado sería elegir a una buena persona, proba, capaz y bien intencionada, lo cual – según nuestras decisiones – desde hace ya buen tiempo no hemos podido lograr, razón que, siendo de nuestra entera responsabilidad, el mea culpa debe prevalecer y, a partir de ahí, poder elegir mucho mejor en bien de nuestro querido Chiclayo, que hoy en día se debate en la precariedad absoluta social y estructural.

Lo absoluto existe cuando lo permitimos y relativizamos una realidad a todas luces funesta y negativa, qué duda cabe. Las razones y los hechos de la degradación moral que ha imperado en algunas autoridades ediles que han obtenido el mandato popular para dirigir y orientar el futuro de Chiclayo como ciudad, no solo han sido estériles e inconsecuentes, también han servido para mostrar el lado oscuro de sus actos con indecencia pura y total anuencia de aquellos que debieron fiscalizar y controlar los presupuestos y las acciones inherentes a la gestión municipal.

En síntesis, celebrar los desatinos y las acciones ineficientes que han arrastrado al estado en el que hoy Chiclayo está, no solo es ir en contra de una realidad absoluta de la recurrente mediocridad de sus autoridades, sino que los actos protocolares que obligatoriamente se tienen que dar ponen de manifiesto que lo que se está celebrando no es una realidad feliz, con un sentir ciudadano de identificación y cariño, aspectos que desde años está ausente. ¡Dicho está!      

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(*) Especialista en Contrataciones del Estado.

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