Esta semana que concluye, nos deja una buena noticia a los peruanos: La condenan a cadena perpetua a la cúpula de Sendero Luminoso organización que se caracterizó por su fanatismo, terrorismo sistemático y, más ampliamente, por la atrocidad con la que quiso imponer su supuesta revolución, tal como ocurrió con el atentado de Tarata de 1992.
Transcurrieron 26 años después de aquella noche del 16 de julio de 1992, cuando explotaron dos vehículos, cargados cada uno con cientos de kilos de explosivos, en la calle Tarata, distrito de Miraflores, Lima. Muchos cristianos católicos ese día rendía tributo a la Virgen del Carmen, fue era su día central de festividad.
El horrendo atentado y crimen de Tarata cometido por los senderistas nos dejaba 25 personas muertas y 155 heridos.
Más de dos décadas y media – 26 años- pasaron para que la Sala Penal Nacional del Poder Judicial de nuestra patria condenara por los atentados a cadena perpetua a la cúpula de Sendero Luminoso, incluido el fundador del grupo guerrillero, Abimael Guzmán quien purga condena por el caso Lucanamarca.
Por ello y después de esta condena hay lecciones que debemos aprender y no olvidar tal como lo señala el sociólogo Félix Reátegui, al señalar que los habitantes de las grandes ciudades, como Lima, recuerdan a Sendero Luminoso por sus actos de sabotaje y, sobre todo, por las explosiones que dejaban decenas de personas muertas, mutiladas, heridas, aterrorizadas. Son menos los que recuerdan, a la hora de hacer el balance del terror urbano, la aniquilación selectiva de líderes populares –dirigentes de barrios que cerraban el paso al senderismo en sus comunidades– y el asesinato de policías a diario.
Pero si las ciudades guardan una aguda memoria de la violencia armada, ninguna historia de la época, ninguna representación de Sendero Luminoso sería precisa ni justa sin la experiencia rural y andina. Félix Reátegui en sus investigaciones realizada afirma “fue en el campo donde el grupo sedicioso perpetró las mayores atrocidades, donde las masacres y el sometimiento por las armas cobraron el mayor número de víctimas. Fue en los Andes donde Sendero Luminoso se reveló como lo que fundamentalmente es: una organización sanguinaria y un proyecto fanático y profundamente racista para el cual los pobres del Perú solo eran instrumentos al servicio de una idea. Un proyecto totalitario, en suma”.
Por ello, queridos lectores debemos con contundencia afirmar en todo lugar, sobre todo en las mesas familiares donde solemos hablar con los nuestros: “la captura de Guzmán Reinoso constituye un hito en la lucha por los derechos humanos. Y tanto como su captura es importante que haya sido juzgado con severidad y también con pulcritud procesal; las democracias, las sociedades racionales no actúan movidas por la venganza, sino en cumplimiento de la ley. Por lo tanto la sentencia por la que se condena al líder terrorista es una reivindicación de las víctimas y, si hubiera sido adecuadamente difundida y conocida, habría sido también una importante lección cívica y humanitaria para nuestra sociedad”.
La captura y el juzgamiento del cabecilla, más allá de su fundamental importancia en el fin de la violencia armada, contienen importantes lecciones que no siempre han sido oídas. Una de ellas reside en el proceso que condujo a su arresto y a la consiguiente derrota. Mientras el gobierno de entonces desarrollaba una táctica clandestina de guerra sucia, que no solo era criminal sino también ineficiente, un equipo policial mostró cuál era el camino adecuado para derrotar al terrorismo.
Por tal motivo tal como lo sostiene Félix Reátegui comparto su análisis al señalar que “todavía no hemos asimilado la enseñanza existente en ese contraste, y hay quienes insisten en creer que la brutalidad subversiva solo puede ser contrarrestada con brutalidad estatal. Esa celebración de la violencia, aun si es inconducente, es un espejo invertido del raciocinio senderista”.
Y ahí se encuentra otra tarea pendiente. Sendero Luminoso fue merecidamente derrotado y sus dirigentes altos y medios están cumpliendo condenas de cárcel proporcionales a sus crímenes. Pero la sociedad peruana se ha resistido a elaborar un pensamiento, a madurar una sensibilidad, que sea no solo un repudio en concreto, sino un rechazo general, basado en principios, anclado en el sentido común democrático, de la violencia, la marginación y el abuso en la vida pública peruana.
El 12 de setiembre de todos los años debe establecerse como una fecha de celebración y de conmemoración. Abimael Guzmán debe ser recordado como uno de los mayores criminales en la historia del Perú contemporáneo. Pero para que este aniversario sea, de verdad, la conmemoración de un triunfo democrático, nuestro recuerdo debe estar centrado en las víctimas de la violencia senderista, en la memoria de esos policías asesinados en los centros urbanos, de los campesinos masacrados en Lucanamarca, de los comuneros asediados en Chungui, de las víctimas de las explosiones en Lima, del pueblo asháninka sometido al cautiverio y casi al genocidio.
Saludo desde aquí la decisión del Tribunal de justicia que condenó por terrorismo agravado a Guzmán, de 84 años; a su esposa y número dos de Sendero, Elena Iparraguirre; a María Pantoja, Laura Zambrano, Florindo Eleuterio Flores Hala, Florentino Cerrón Cardoso, Edmundo Cox, Osmán Morote, Margot Liendo y Óscar Ramírez Durand.
No sé, si pagará o no la liquidación solidaria que se les ha impuesto que asciende a US$117 millones para la reparación civil, pero lo que si sabemos y no debemos jamás olvidar es que este grupo de insensatas personas asesinaron con hachas y armas de fuego a 69 personas, y durante los años 1980 y 2000, dejaron alrededor de 69,000 muertos y desaparecidos, cifras establecidas por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.
Guzmán Reynoso se encuentra recluido en la Base Naval del Callao, donde también están cumpliendo sus condenas Víctor Polay, líder del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, y Vladimiro Montesinos, exasesor presidencial de Alberto Fujimori.
Considero que es por la memoria de las víctimas que debemos aprender el valor permanente de la paz. El Perú todavía se resiste a hacer ese aprendizaje y vivir abrazando la paz, es no jugarle en contra al país, es cuidar de sus recursos, es ayudar a los más pobres, es gobernar con honestidad y desechando la corrupción. Es pensando que si todos actuamos bien el Perú no solo abrazará la paz, sino que abrazará el progreso, desarrollo y bienestar que necesitamos como país.