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UN CENTENARIO OLVIDADO

Escribe Freddy R. Centurión González para la edición N 951

“Acaba de extinguirse una de las vidas intensas que formaran el desfile de nuestras horas republicanas: la señora Antonia Moreno de Cáceres. La historia patria escribirá algún día el elogio de esta mujer, en quien revivirán legendarias hazañas y viejos días de epopeya. La señora Cáceres, para ocupar sitial de gratitud en los corazones peruanos no necesita más que el recuerdo de sus horas de lucha, en la guerra más funesta que ha tenido el Perú: la de 1879. Patriota abnegada, invencible, astuta, valerosa, serena, esta dama fue la heroína, uno de los principales factores de aquella gloriosa campaña que el Perú recuerda con orgullo y que se llama La Breña”. Con esas palabras, hace un siglo, Abraham Valdelomar informaba en el diario La Prensa, la muerte de doña Antonia Moreno de Cáceres (1848-1916). Inevitablemente su nombre nos lleva a recordar a su heroico esposo, el mariscal Andrés Avelino Cáceres. Pero ¿por qué recordar a doña Antonia?

 

Hija de un hacendado iqueño, doña Antonia contrajo nupcias en 1876 con el entonces coronel Cáceres, con quien tuvo tres hijas. Hasta ese momento, su vida podría hacer sido la típica de una dama de la clase media: consagrada en exclusividad a la vida hogareña. Pero al igual que a toda una generación de peruanos, la guerra de 1879 cambiaría su vida.

 

Mientras su marido partía al frente de guerra en el sur, doña Antonia afrontó la lucha desde el frente interno. Presenció las carencias del abastecimiento doméstico, la contante devaluación de los billetes fiscales, el escándalo de las emisiones clandestinas del Banco Nacional, la euforia ante las hazañas del “Huáscar” y luego el pesar tras la muerte de Grau y la cadena casi ininterrumpida de desastres para el Perú: Pisagua, San Francisco, el Alto de la Alianza, Arica… hasta ver a las tropas peruanas (y con ellas, su esposo), batirse a la vista de la capital, en San Juan y en Miraflores. Herido su marido en esta última acción, doña Antonia lo cuidó hasta que estuvo en condiciones para escapar a la sierra central, a iniciar lo que sería la Campaña de la Breña.

 

Y mientras Cáceres mantenía en alto el pabellón nacional en los Andes peruanos, doña Antonia le prestó todo su apoyo. “Mi dignidad de peruana se sentía humillada viviendo bajo la dominación del enemigo y decidí arriesgar mi vida, si fuera preciso, para ayudar a Cáceres a sacudir el oprobio que imponía el adversario” escribiría años después. Cualquier elogio a la labor de doña Antonia queda corto frente a su personalidad. En medio de aquella coyuntura crítica, demostró de lo que es capaz la mujer peruana: coraje, espíritu de sacrificio y patriotismo. Con el apoyo de grupos patriotas en Lima, como el Comité Patriótico encabezado por Monseñor Pedro José Tordoya, contribuyó a dotar de armas, municiones y víveres al Ejército del Centro, encabezado por su marido. Célebre es la ocasión en la que enviaron a los breñeros un cañón escondiéndolo en un ataúd y simulando un cortejo fúnebre.

 

Al ser notoria la vigilancia a la que las autoridades de ocupación chilenas la sometían, fue preciso que se trasladase a la sierra junto a su marido. Doña Antonia acompañó a su esposo en gran parte de la campaña, y no resignándose a dejar libradas a sus hijas a cuidados ajenos, las llevó consigo. Afrontaron a lomo de mula o de caballo, el sol implacable, la lluvia serrana, la helada nevada, en medio de horas de angustia para la Patria que doña Antonia y su familia vivieron personalmente. Convivió con las rabonas indígenas de los soldados de la resistencia breñera, y aprendió a quererlas como a hijas. Su carácter humanitario le ganó también el afecto de oficiales y soldados. Y si a su marido le decían el Taita, a ella la llamaron cariñosamente Mamacha.

 

Terminada la guerra, doña Antonia fue primera dama en las dos ocasiones en que su marido fue Presidente. No todo fue paz en esos años: doña Antonia también fue injuriada en medio de la feroz campaña periodística contra el segundo gobierno de Cáceres; una letrilla soez empezaba “si ese Tuerto bandido muriera, y muriera también la Melón…”. Y al caer el gobierno de su marido frente a la rebelión pierolista en 1895, doña Antonia acompañó a su marido al exilio, así como en sus comisiones diplomáticas. No llegó a presenciar el ascenso de Cáceres a mariscal en 1920, pues falleció en la mañana del 26 de febrero de 1916. Hoy sus restos acompañan a su marido en la Cripta de los Héroes.

 

Si Cáceres dejó testimonio de los años de guerra en sus “Memorias de la Guerra con Chile”, doña Antonia dejó sus reflexiones en sus “Recuerdos de la campaña de la Breña”, publicadas en los años 1980. Su testimonio nos acerca a los entretelones del drama bélico de 1879, haciendo serias reflexiones sobre la condición del indígena y su valor moral: “como peruana y testigo de sus grandes hechos, quiero dejar unas palabras de cariñosa gratitud a esos queridos indios de las sierras andinas… ellos soportaron, con la más grande abnegación y coraje, todo el formidable peso de la epopeya de la Breña, que a fuerza de heroísmo y sacrificio dejó muy limpio y alto el pendón del Perú”.

 

Su centenario luctuoso ha pasado olvidado, como el de tantos peruanos que sacrificaron todo por esta Patria dulce e ingrata. Sólo un reducido grupo de patriotas, miembros de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres, concurrió a la Cripta de los Héroes para presentarle homenaje. A la distancia y desde esta modesta tribuna, nos sumamos al homenaje a Mamacha Antonia.

Freddy R. Centurión González
Fecha 2016-03-03 21:43:13