“Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, es una frase que revela la personalidad de Jesús, profundamente misericordiosa y condescendiente para con el prójimo (aún en la cima de su vulnerabilidad). Y a pesar que la frase data de más de dos mil años atrás, tiene un sentido que ha trascendido, confirmado y ha enriquecido la filosofía y la ciencia espiritual que hoy conocemos.
Un análisis rápido de la frase y su vinculación con el mundo moderno y las prácticas espirituales nos enfoca en dos términos que sobresalen: el “perdón” y “el no saber” o “desconocer”.
Perdón
Sobre el primer término (perdón) existe abundante referencia. Casi todos sabemos de qué se trata y reconocemos que es una virtud trascendente, esencial para una vida armoniosa incluso al momento de la muerte. De hecho, existe un trabajo científico-médico denominado "El perdón como necesidad del paciente al final de la vida", que consiste en la revisión sistemática de bibliografía escrita acerca del significado que guarda para pacientes y familiares la experiencia del perdón al final de la vida y su influencia en el afrontamiento de la muerte. Dicho estudio concluye que el perdón es un medio espiritual para alcanzar la paz y reconciliación interior, así como una necesidad para cerrar el ciclo de vida y mejorar la atención integral del paciente y su familia.
El perdón es reconocido actualmente como una práctica de sanación. Una filosofía mundialmente conocida y practicada en el mundo moderno como es la filosofía del “yokonopono” se concentra en el perdón como un medio de transformación personal y emocional que cambia la perspectiva de una persona. En palabras de Jack Kornfield "el perdón es la clave para liberarse del sufrimiento causado por los demás". Da la sensación que cuando Jesús mencionó estas palabras, literal e históricamente recogidas en la Biblia, tenía una sabiduría visionaria al obsequiarnos esa palabra clave, el “perdón”.
Desconocer
El segundo término es también muy interesante. Por ejemplo, volviendo al escenario de la pasión de Jesucristo, nos preguntamos qué es lo que “desconocen” las personas que lo condenaron a morir en la cruz. La respuesta inmediata seguramente es: “desconocen que se trata de un ser divino, el Hijo de Dios”. Desconocer estos principios de fe, aludían a un ser pagano o alguien que actuaba como tal; es decir, un individuo cegado, envilecido o embriagado por sus instintos, sin freno, sin conciencia moral.
Con todo el avance de la filosofía, la psicología y el aporte, incluso del Budismo, sabemos que el desconocer las realidades espirituales, hoy en día, nos convierten en una persona que vive en modo “inconsciente”, “dormidos” o “adormecidos” estado de la mente del que Jesús también hizo referencia de modo similar cuando mencionó: "Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden” (Mateo 13:13-16).
Visto de este modo, el grado de consciencia o inconsciencia no tiene un valor histórico relacionado con una comunidad determinada o con la geografía o con la edad o la raza o la edad de la civilización, sino se trata de una experiencia personal que atañe a cada ser humano.
Deduciendo entonces, el ser consciente de las realidades espirituales implica vivir en la práctica permanente del perdón, lo que te conduce a un modo armonioso, libre de conflictos y condescendiente con los demás, es decir tolerante, considerado, respetuoso de las diferencias; cualidades que nos llevarían a un estadío comunitario de paz mundial que se inicia en el interior de cada persona.
De otra parte, acerca de la condescendencia también hubo otro maestro espiritual, Adams, que expresó la idea de ser exigente consigo mismo y condescendiente con los demás como parte de su enfoque de justicia (“Lecciones de los maestros”-George Steiner) En ese caso, el ser “duro” con uno mismo también se puede entender como severo, estricto; que solo es posible en un patrón de conducta de disciplina y responsabilidad. Lo que, de hecho, muchas veces convierte a una persona en exitosa.
Según esta enseñanza espiritual con esta práctica podríamos ser exitosos y a la vez compasivos y tolerantes; es decir, personas que logran sus objetivos mediante el acuerdo, el diálogo, la apertura, la aceptación. En ese caso, el ser exitoso no te convierte en ególatra ni mezquino, por el contrario.
El asunto sigue vigente y lo seguirá siendo aun cuando la humanidad avanza en edad y se abre paso cada vez más rápido al mundo de la tecnología de avanzada. Hoy, hablamos asombrados de los alcances de la Inteligencia Artificial, pero mantenemos lamentables cifras de demanda social. No hemos podido superar el hambre, la corrupción, la falta de seguridad. Nuestros niños se suicidan a gran escala y nuestros ancianos padres mueren en el abandono porque, aunque avanzamos en la superficialidad no resolvemos los temas de raíz. Qué bueno tomarnos un momento para revisar nuevamente esta frase, un regalo del maestro Jesús. Al menos quienes queremos cambiar un poco la realidad en la que vivimos sabemos que si volvemos la mirada al perdón que pasa por la empatía, a la compasión que pasa por la tolerancia y la responsabilidad, tal vez algo, algo podría empezar a cambiar en nuestra familia. Y con eso es bastante.
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(*) Magíster y docente universitaria.
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