Tras la victoria del Ejército Unido Libertador en la batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, la campaña en la sierra peruana se tornó en una serie de movimientos estratégicos en busca del enfrentamiento decisivo contra las fuerzas realistas. A pesar de la importancia de Junín, la independencia del Perú aún no estaba asegurada, ya que el Ejército Real del Perú, bajo el mando del virrey José de la Serna, seguía siendo una fuerza formidable.
Los movimientos previos
Después de Junín, Simón Bolívar siguió un avance cauteloso al sur. En octubre, partió a Lima para alistar refuerzos, dejando la dirección de la campaña al general Antonio José de Sucre, indicándole que debía acantonar al Ejército Unido Libertador confiando que La Serna no emprendería acciones. Pero el virrey no estaba dispuesto a esperar: tras la imprevista derrota de Junín, reagrupó sus fuerzas y marchó hacia el enemigo. Sucre no se dejaría copar, y dio inicio una campaña en la que ambos ejércitos marchaban en paralelo. Una partida de ajedrez usando como tablero las sierras y quebradas andinas, diría Carlos Pereyra.
Durante los meses siguientes, Sucre empleó una estrategia de maniobras y desgaste. Movió a sus tropas de manera hábil, obedeciendo (contra sus deseos) las órdenes de Bolívar de evitar un enfrentamiento directo, tratando de ocupar posiciones estratégicas que garantizaran el control de los pasos andinos. Por su parte, los realistas intentaron cortar las líneas de suministro del Ejército Libertador y forzar una batalla en condiciones favorables para ellos. Tenían la ventaja adicional del elemento humano: las tropas patriotas enfrentaban el desafío de mantener el ritmo a las unidades realistas, formadas mayormente por soldados acostumbrados al clima de la sierra peruana. Y es que después de 14 años de intensas campañas, el Ejército Real del Perú “era más americano que el de los enemigos” (en palabras del general Valdés), a tal punto que los españoles peninsulares no pasaban de 500, de soldados a jefes.
A fines de noviembre de 1824, ambos ejércitos convergieron en la región de Ayacucho; para entonces, Bolívar dio libertad a Sucre para actuar según las circunstancias, librando batalla de ser necesario. En medio de las constantes maniobras, el 3 de diciembre de 1824, mientras el ejército patriota cruzaba la quebrada de Corpahuaico, el ejército realista lanzó un ataque sorpresa sobre su retaguardia; el batallón colombiano Rifles quedó diezmado y se perdió uno de los dos cañones con que contaba el Ejército Unido Libertador. Otro batallón colombiano, el Vargas, logró reagruparse y proteger la retirada patriota; su jefe, coronel Trinidad Morán, se estableció en el Perú, y defendiendo el gobierno constitucional de Echenique, fue fusilado sin juicio en Arequipa, en la víspera del aniversario de Corpahuaico en 1854.
Aunque Corpahuaico fue una victoria táctica para los realistas, Sucre reaccionó rápidamente, reorganizó sus fuerzas y mantuvo la moral alta, asegurando la continuidad de la campaña.
El 8 de diciembre, Sucre encontró a las fuerzas realistas en lo alto del cerro Condorcunca. El general venezolano posicionó sus tropas al sur en la pampa de la Quinua, una amplia planicie que ofrecía ventajas tácticas para un enfrentamiento abierto; años después, el jefe de Estado Mayor patriota, el general Agustín Gamarra, se adjudicaría la elección del campo de batalla. Ambos ejércitos se encontraban exhaustos, conscientes de que la batalla próxima sería decisiva.
La batalla decisiva
El terreno ocupado por el Ejército Real era bueno para la defensa, pero difícil para un ataque: se hallaba limitada por barrancos laterales que impedían una fácil bajada al llano. El triunfo en la batalla por venir, más que en la calidad de sus tropas, dependería de sus planes de batalla. Y el terreno jugaba en contra de los realistas, pues tendrían que bajar de las alturas para desplegarse en la pampa, proceso en el que estarían a tiro de las fuerzas patriotas, que los esperaban reunidos y en condiciones de actuar en masa. No obstante, el plan trazado por el virrey, dividió sus fuerzas en tres divisiones de infantería: Valdés a la derecha, Monet al centro y Villalobos a la izquierda. Sus fuerzas ascendían a casi 7 mil efectivos, con catorce cañones.
Por su parte, el Ejército Unido Libertador, compuesto por casi 6 mil hombres y una pieza de artillería, incluía tropas colombianas, peruanas, argentinas y chilenas. También Sucre distribuyó sus fuerzas en tres divisiones: la peruana de La Mar a la izquierda, la colombiana de Lara al centro como reserva y la colombiana de Córdova a la derecha. La estrategia era clara: resistir el ataque inicial y contraatacar en el momento oportuno. Hay que mencionar que había un fuerte número de soldados peruanos, reclutados para suplir las bajas colombianas.
Antes de iniciar la batalla, el general Monet se acercó al campamento patriota para proponer dar un momento para que los familiares y amigos que iban a enfrentarse, pudieran darse un último abrazo, lo que fue concedido por Sucre. Basta con recordar casos como los hermanos Tur, uno al mando del batallón realista Cantabria, el otro en el estado mayor patriota; o los hermanos Castilla, uno sería presidente del Perú, el otro brigadier carlista.
Culminado este momento emotivo, a media mañana del martes 9 de diciembre de 1824, los soldados realistas, vestidos con sus uniformes de gala, iniciaron su desplazamiento. El general colombiano López recordaría en sus memorias: “un pintor habría gozado viviendo sobre el fondo verde pajizo del Condorcunca aquellas largas líneas de matices móviles que rayaban la cuesta alternando con gracia el blanco, el azul, el verde, el gris, el amarillo, el barroso, el encarnado y otros tintes”.
La batalla comenzó con un asalto frontal de Valdés por el flanco izquierdo patriota; La Mar, al frente de la división peruana, resistió el empuje realista, recibiendo refuerzos de las tropas de Lara. En la izquierda realista, envalentonado al ver el avance de Valdés, el primer batallón del Primer Regimiento del Cuzco, sin órdenes de Villalobos, se lanzó a un ataque prematuro contra las fuerzas de Córdova, siendo destrozado; un escuadrón realista intentó protegerlos, pero fue aniquilado por los Húsares de Colombia. Paralelamente el centro realista, al mando de Monet, intentó avanzar y descender el cerro para alcanzar la pampa, pero antes de poder ordenarse fue tiroteado y sableado.
Fue en ese momento, que el joven general Córdova se apeó de su caballo y lanzó la célebre orden: “¡División, armas a discreción, de frente, paso de vencedores!”. La furiosa carga patriota desarticuló las líneas realistas; con el centro hundido y lo que quedaba de la izquierda amenazada, el virrey La Serna movilizó su caballería para frenar en vano el desastre. El mismo virrey se incorporó a la batalla “como un granadero más”, siendo herido siete veces y tomado prisionero. Canterac tomó el mando, e intentó en vano frenar la dispersión de sus fuerzas, pese a la tenaz resistencia de la derecha realista; sólo restaba capitular.
La Capitulación
Las negociaciones no fueron largas, y la Capitulación de Ayacucho, firmada ese mismo día, selló la victoria patriota. El documento constó de 18 artículos y garantizaba una rendición honorable para los realistas, “llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de sus armas en la sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú, ha tenido que ceder el campo a las tropas independientes”, entregando los territorios que aún ocupaban “a las armas del ejército libertador”.
Sucre se mostró generoso aceptando la mayor parte de las propuestas de Canterac. Los oficiales y soldados españoles que desearan regresar a España serían transportados con seguridad a su patria, mientras que quienes prefirieran quedarse en América podían hacerlo, bajo la protección de sus propiedades y derechos.
Este acto simbolizó la aceptación de que el poder virreinal español había llegado a su fin en la región, y aunque algunos focos de resistencia realista persistieron en el Alto Perú y en la Callao, la Capitulación de Ayacucho marcó el final oficial de la guerra de independencia en Sudamérica y selló el triunfo de la causa libertadora.
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(*) Abogado, historiador e investigador.