El Evangelio relata que el Señor en la Cruz exclamó: “Elí, Elí, lama sabactaní” (“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”). Fue tan impactante este grito que los evangelistas han mantenido las palabras en la misma lengua en que Jesús las pronunció. ¿Qué significa esta cuarta palabra? Es la palabra más misteriosa, es la palabra más desconcertante, es la palabra más desgarradora que salió del corazón de Cristo crucificado.
Podríamos preguntarnos: ¿El Padre ha abandonado a su Hijo amado? De ninguna manera, porque entre el Padre y el Hijo hay una comunión eterna de amor. Jesús es el Hijo amado del Padre (cf. Mt 3,16-17). El silencio de Dios no es su ausencia sino más bien otra forma en la que muestra su presencia.
Si Jesús no es abandonado por el Padre ¿cómo entender esta cuarta palabra? Jesús está orando con un salmo. Es el salmo 22 de la numeración hebrea. Aquí tenemos una primera lección. Jesús ora en la cruz, y de esa manera convierte la Cruz es un ámbito de oración. De esta manera, la Cruz se vuelve una cátedra de oración. La respuesta ante el dolor es la oración, decía Benedicto XVI: “Cuando nadie me escucha Dios siempre me escucha, cuando no puedo hablar con alguien, con Dios siempre puedo hablar”. Por ello, seamos personas de oración.
Si nos fijamos en la Biblia es el Salmo que está rezando Jesús es la oración del justo perseguido. Es el salmo del inocente que se ve acosado por las injusticias, es el Salmo de aquel que sufre las injusticias y no encuentra apoyo humano. Jesús es el justo que muere por nosotros los injustos (cf. 1 P 3,18), Jesús es el Cordero que se hace pecado por nosotros (cf. 2 Co 5,21). Jesús es el inocente que carga con las culpas de nosotros pecadores. De los 150 salmos que existen, recita el Salmo 22, porque está expresando la tremenda injusticia que sufre.
Jesús es el justo que se solidariza con todas las injusticias de todos los tiempos de la historia humana. En este grito: “¿Por qué me has abandonado?”: Está el grito del concebido no nacido a quien se le ha quitado la vida; está el grito de los niños maltratados, vejados y explotados; está el grito de los jóvenes, quienes a pesar de sus capacidades, no tienen oportunidades de estudio o trabajo; está el grito de la mujer maltratada, abandonada, o convertida en objeto; está el grito del trabajador explotado que recibe un sueldo de hambre y el grito del inmigrante rechazado, ignorado o despreciado.
También está el grito del enfermo y del anciano que no encuentra cariño ni atención y está el grito de los detenidos arbitrariamente, de los acusados falsamente, de los que sufren escarnio y burlas, los que sufren por el abuso de poder…
El poder de la oración
El dolor, especialmente cuando es tan agudo y carente de explicaciones, necesita simplemente estar agarrado al hilo de una oración que clama a Dios día y noche, que a veces se expresa en la ausencia de palabras.
El Papa Francisco defendió que "la protesta es una forma de oración". "Si tienen en el corazón cualquier dolor y tienen ganas de protestar, protesten a Dios. Dios les escucha, Dios es padre, Dios no se asusta de nuestras oraciones de protesta. Él nos entiende".
Cambiemos la Historia
Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino.
Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar, renunciando a nuestro ser, a ser “imagen y semejanza de Dios”.
Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre. “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz” (San Francisco de Asís).
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(*) Parroquia San Antonio de Padua, Chiclayo.
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