Invitado a colaborar con una reflexión sobre las últimas palabras de Jesucristo en la cruz, el que escribe, sin ser teólogo, ofrece unas rápidas reflexiones surgidas ante el espectáculo del Vía Crucis realizado en la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo en los últimos días.
La última frase de Jesucristo en la cruz, "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46), encierra una declaración de confianza y entrega absoluta a la voluntad divina que resuena profundamente en el corazón de los creyentes. Esta frase encapsula la esencia misma de la fe cristiana y ofrece una fuente inagotable de reflexión para quienes buscan comprender el misterio del sacrificio redentor de Cristo.
Para un católico conmovido por el Vía Crucis, las estaciones que preceden al momento de la crucifixión son una experiencia visceral de acompañamiento a Jesús en su camino hacia la cruz. Cada estación es un recordatorio conmovedor del sufrimiento extremo y la humillación que Jesús soportó por amor a la humanidad. Desde su condena injusta hasta su crucifixión en el Calvario, el Vía Crucis nos sumerge en la realidad cruda del pecado humano y la magnitud del sacrificio de Cristo.
Confianza y serenidad
Es en este contexto de sufrimiento y redención que la última frase de Jesús adquiere un significado aún más profundo. En medio de la agonía física y emocional de la crucifixión, el mártir del Gólgota no se lamenta ni se rebela contra su destino, sino que entrega su espíritu al Padre con confianza y serenidad, constituyendo un ejemplo de fe y obediencia.
De hecho, la frase de Jesús en la cruz es un llamado a imitar su ejemplo de confianza y entrega en todas las circunstancias de la vida. Así como Jesucristo confió en el Padre celestial en el momento más oscuro de su vida terrenal, nosotros también debemos confiar en la presencia de Dios en medio de las pruebas y tribulaciones a que la vida nos somete. Tal confianza no se basa en la idea de una vida sin sufrimiento, sino en la certeza de que Dios nos sostiene incluso en medio del dolor más profundo.
Además, la última frase de Jesús en la cruz nos invita a reflexionar sobre el significado más amplio del sufrimiento en la vida humana. El sufrimiento inocente de Jesús, asumiendo voluntariamente el peso del pecado del mundo, no es un acto de resignación pasiva, sino un acto de amor redentor hacia la humanidad, transformando su dolor en un camino hacia la salvación. Su cruz no es un mero símbolo de redención, sino también un recordatorio del dolor y el sufrimiento que existen en el mundo. Al encomendar su espíritu al Padre en medio de su agonía, Jesús nos enseña a encontrar sentido y propósito incluso en medio del peor sufrimiento.
Reconciliar al mundo
Para quien se conmueve ante el espectáculo de un Vía Crucis, el sufrimiento adquiere un nuevo significado a la luz del sacrificio de Cristo en la cruz. No es simplemente un castigo o una prueba de la fe; es una oportunidad para conectarse con el sufrimiento de Cristo y participar en su obra redentora. Al encomendar nuestro dolor al Padre celestial con la misma confianza que Jesús encomendó su espíritu, nos unimos a él en su misión de reconciliar al mundo con Dios.
Además, la última frase de Jesús en la cruz nos recuerda la promesa de vida eterna que nos espera más allá del sufrimiento y la muerte. Al encomendar su espíritu al Padre, Jesús nos asegura que la muerte no tiene la última palabra, sino que es el umbral hacia una vida nueva y eterna en la presencia de Dios. Esta esperanza de vida eterna es el fundamento de la fe cristiana y la fuente de consuelo para aquellos que enfrentan el sufrimiento y la muerte de sus seres queridos.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Frase que nos recuerda la importancia de confiar en la providencia divina, de unir nuestro sufrimiento al de Cristo y de mantener la esperanza en la vida eterna. Que esta frase sea para nosotros un faro de luz en medio de la oscuridad, guiándonos hacia la plenitud de la comunión con Dios.
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(*) Abogado, docente universitario e historiador.
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