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El vínculo entre deforestación y cambio climático sobre las epidemias virales

Escribe: Franklin Aguilar Gamboa (*)
Edición N° 1366

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En el umbral del siglo XXI, nos enfrentamos a una realidad alarmante: el aumento exponencial de enfermedades virales con potencial epidémico. Este fenómeno, lejos de ser una coincidencia o el fruto de teorías conspirativas, es el resultado directo de la compleja y peligrosa interacción entre la actividad humana y el medio ambiente. En este escenario, la deforestación y el cambio climático emergen como actores principales de una crisis sanitaria global en ciernes.

Los arbovirus, aquellos transmitidos por artrópodos como mosquitos y garrapatas, y las zoonosis, enfermedades que saltan la barrera de especies desde animales a humanos, han experimentado un incremento sin precedentes en las últimas décadas. La pandemia de COVID-19, causada por el SARS-CoV-2, es quizás el ejemplo más contundente y reciente de cómo un virus de origen animal puede tener consecuencias devastadoras a escala global. Sin embargo, esta no es más que la punta del iceberg de un problema mucho más profundo y sistémico.

La deforestación, impulsada por la voracidad de industrias extractivas y la expansión agrícola, está transformando vastos ecosistemas naturales en tierras de cultivo o zonas urbanas. Este proceso no solo altera dramáticamente la biodiversidad y el equilibrio ecológico, sino que también crea un escenario propicio para el contacto entre humanos y especies animales que son reservorios naturales de virus zoonóticos. Estudios recientes han revelado una estadística alarmante: el 70 % de los últimos brotes epidémicos, incluyendo el ébola, han tenido su origen en áreas donde se ha producido una deforestación significativa.

El caso del ébola

El caso del virus del ébola es particularmente ilustrativo. Investigaciones recientes han establecido una clara relación entre la pérdida de cobertura forestal en África y la aparición de nuevos brotes de esta enfermedad. Esta conexión se hace más evidente durante los dos primeros años tras la eliminación de la cubierta arbolada, especialmente en los bosques cerrados de África central y occidental. El brote de ébola en África occidental que comenzó en marzo de 2014 fue la epidemia viral hemorrágica más grande en la historia, con una tasa de mortalidad del 71 % entre los infectados.

Por su parte, el cambio climático actúa como un catalizador, modificando la distribución geográfica de especies animales, incluyendo aquellas que actúan como vectores de enfermedades. Este fenómeno puede llevar a la introducción de virus en nuevas áreas donde las poblaciones humanas carecen de inmunidad, creando las condiciones perfectas para brotes explosivos.

Dengue, zika y chikungunya

El dengue es un caso paradigmático de cómo el cambio climático está redibujando el mapa de las enfermedades virales. En países como Uruguay y Chile, tradicionalmente libres de esta enfermedad debido a sus climas más templados, han reportado sus primeros casos autóctonos a partir de 2016 y 2019 respectivamente, y a la fecha el virus ya se ha instaurado en estos países. En 2023, la Organización Panamericana de la Salud reportó un incremento nunca antes registrado de la enfermedad con más de 4.5 millones de casos en las Américas, con 7665 casos graves y 2363 fallecidos. Este hecho subraya cómo el calentamiento global está expandiendo el hábitat de los mosquitos vectores a latitudes antes impensables.

Otros arbovirus como el zika y el chikungunya también han expandido su alcance geográfico de manera preocupante. El brote de zika en la Polinesia Francesa entre 2013 y 2014, que afectó a unas 30 000 personas, fue solo el preludio de su expansión en las Américas. Por su parte, el chikungunya ha causado epidemias que se han dispersado rápidamente por la región desde su introducción en el Caribe en 2013.

Un caso particularmente preocupante es el del virus oropouche, otro arbovirus que ha ganado notoriedad recientemente. En 2024, se han registrado más de 7000 casos en Brasil, Perú, Bolivia y Colombia. Este virus, transmitido por jejenes y mosquitos, presenta síntomas similares al dengue y su aumento repentino en la región es una clara señal de cómo los cambios ambientales están favoreciendo la propagación de nuevos patógenos. Mientras que la viruela del simio (ahora mpox), una zoonosis que saltó a la fama mundial en 2022 con una variante del clado II, denominada clado IIb, ha vuelto a causar preocupación en 2024 con el aumento de casos del clado I en África. Con más de 16000 infecciones y alrededor de 600 muertes relacionadas al subclado I a, la expansión de esta enfermedad subraya la importancia de mantener una vigilancia constante sobre las zoonosis emergentes.

Es crucial entender que estos eventos no son aislados ni fortuitos, sino que son el resultado predecible de décadas de advertencias ignoradas sobre las consecuencias del cambio climático y la deforestación. La comunidad científica y los organismos internacionales han estado sonando la alarma durante años, pero la respuesta global ha sido, en el mejor de los casos, insuficiente.

Respuesta de los Estados

La agenda de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas para 2030 reconoce esta realidad, dedicando más de la mitad de sus 17 objetivos a abordar directa o indirectamente estos problemas. Sin embargo, la implementación de estos objetivos a nivel nacional y local sigue siendo un desafío monumental, ya que se ha desviado su atención a discusiones de diversa índole.

La respuesta de muchos gobiernos sigue siendo inadecuada y, en algunos casos, contraproducente. En Perú, por ejemplo, la Ley 31973 ha debilitado las protecciones contra la deforestación, eliminando reglas cruciales que evitaban la destrucción de los bosques. Esta ley, al suspender la zonificación forestal, eliminar la obligación de la calificación de tierras y la prohibición de cambio de uso de tierra, efectivamente legaliza conductas que antes eran consideradas delictivas e ilícitas.

Por otro lado, la Ley Marco sobre Cambio Climático en Perú, que busca establecer principios y disposiciones para coordinar, articular y ejecutar políticas públicas para la gestión integral del cambio climático, aún no ha producido resultados tangibles. Esta situación refleja una realidad común en muchos países: la brecha entre la legislación y la implementación efectiva de medidas contra el cambio climático y la deforestación.

Es importante reconocer que, si bien la deforestación y el cambio climático son factores cruciales en el aumento de las enfermedades virales emergentes, no son los únicos elementos en juego. La creciente interacción humano-animal, facilitada por la expansión de asentamientos humanos en áreas naturales, crea oportunidades para el salto zoonótico de patógenos. La movilidad global sin precedentes permite que los virus se propaguen rápidamente a través de continentes en cuestión de días. Además, las mejoras en vigilancia y diagnóstico han aumentado nuestra capacidad para detectar y reportar virus que antes podrían haber pasado desapercibidos.

Lo que nos enseña el brote por virus oropuche

El caso del virus oropouche en 2024 ofrece valiosas lecciones sobre la intrincada relación entre la deforestación, el cambio climático y la emergencia de enfermedades virales. Este brote, que está afectado a varios países sudamericanos, se destaca como un ejemplo particularmente ilustrativo de cómo los cambios ambientales pueden influir en la propagación de patógenos.

La expansión geográfica del virus oropouche a áreas previamente no afectadas en Brasil, Bolivia, Colombia y Perú sugiere una ampliación del hábitat de sus vectores. Este fenómeno podría estar directamente relacionado con los cambios en los patrones climáticos y la alteración de los ecosistemas debido a la deforestación. Un estudio publicado en 2023  titulado: Riesgo de transmisión de la fiebre de oropouche en las Américas,  detalla sobre el riesgo de transmisión de la fiebre de oropouche en las Américas y proporciona evidencia crucial que vincula la pérdida de vegetación con la aparición de brotes. De este modo, utilizando imágenes satelitales, los investigadores demostraron que las áreas con mayor pérdida de bosque tienen una mayor incidencia de casos de oropouche, ofreciendo un enfoque innovador para estudiar esta relación.

 

Estos hallazgos recientes confirman y expanden los resultados de un estudio anterior, titulado: Pérdida de vegetación y brote de fiebre de oropouche de 2016 en Perú  reforzando la hipótesis de que la deforestación es un factor significativo en la emergencia de esta enfermedad. Además, los modelos desarrollados en estas investigaciones no solo explican los brotes actuales, sino que también predicen áreas potenciales de riesgo futuro, lo cual es crucial para la planificación de estrategias de prevención y control.  El rápido aumento de casos en 2024 del virus oropouche demuestra cómo los cambios en el uso del suelo, la deforestación y posiblemente el cambio climático están interconectados en su impacto sobre la salud pública.

 

En conclusión, el aumento de enfermedades virales emergentes no es un intento de atemorizar a la población ni una exageración mediática. Es una consecuencia directa y previsible de nuestra falta de acción frente al cambio climático y la deforestación, amplificada por factores sociales, económicos y de salud pública. La pregunta que debemos hacernos no es si estos eventos son reales, sino qué estamos haciendo para mitigar sus causas y prepararnos para sus consecuencias.

 

El futuro de la salud global depende de nuestra capacidad para abordar estos desafíos de manera integral y urgente. Necesitamos enfocar mayores esfuerzos en la conservación del medio ambiente, la investigación médica, la mejora de los sistemas de salud pública y la cooperación internacional. Solo a través de un esfuerzo concertado y sostenido podremos esperar mitigar los impactos de estas amenazas virales emergentes y proteger la salud de las generaciones presentes y futuras.

 

(*) Decano del Colegio de Biólogos de Lambayeque.

 

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