Los comicios generales del año 2026 se van a caracterizar, una vez más, por la cantidad de partidos políticos que pugnarán por llegar a la Presidencia de la República y al Congreso, como ha sucedido desde que se recuperó la democracia en el año 2000. Esto debilita al sistema democrático, porque se tiende a la fragmentación del voto que beneficia a los grupos de poder económico y a la derecha. A los caudillos de los partidos solo les interesa ganar cuotas de poder para no perder vigencia y las gollerías que les provee el sistema, no les interesa si el país se va al diablo con tal de tener el poder entre sus manos. En la actualidad hay una crisis de representación aterradora, la cual se seguirá profundizando si en cada elección se siguen presentando 15, 20 o hasta más partidos. Por eso es indispensable y condición sine qua non la responsabilidad y madurez ciudadana en cada proceso.
El futuro político del Perú parece que seguirá condenado al sufrimiento permanente, marcado por la incertidumbre y la desesperanza de un pueblo que mira con indignación y rabia cómo su clase política irresponsablemente hunde a esta nación que amamos con nostalgia. Y digo que nuestro futuro político va camino al despeñadero por una razón muy simple, porque si mañana fueran las elecciones casi una veintena de partidos, registrados oficialmente en el Jurado Nacional de Elecciones hasta ahora, buscarían acceder al poder a través de las urnas. Una cifra demasiado alta para un electorado que por lo general no está preparado, y se muestra apático y desinteresado para discernir entre tantas alternativas (candidatos), y termina votando por simpatías, antipatías o por estereotipos que construyeron en base a lo que escucharon, les dijeron o por influencia de los medios de comunicación. Esto al final resulta muy dañino, porque al haber tantos postulantes el voto termina por atomizarse; es decir, se pulveriza, favoreciendo al establishment (grupo de poder o clase dominante que procura mantener y controlar el orden establecido), que todo quiere que siga igual, inamovible, en beneficio de los grupos de la derecha conservadora y del gran empresariado reunido en la CONFIEP, que son los que finalmente gobiernan el país (el caso más patético sucedió con el presidente Ollanta Humala, que en campaña derrochaba ideas de izquierda; pero cuando le tocó asumir el mando cambió su plan de gobierno por condicionamiento de los grupos empresariales y de la derecha).
Caudillos cara dura
A los caudillos de los partidos solo les interesa ganar cuotas de poder para no perder vigencia y las gollerías que les provee el sistema, a ellos no les preocupa si el país se va al diablo con tal de tener el poder entre sus manos, no piensan en el enorme daño que ocasionan a la democracia al fundar partidos que muchas veces nacen para determinado proceso electoral y luego regresan a sus cuarteles de invierno, a la espera de nuevas oportunidades. Esto lo hemos vivido en carne propia en los últimos cuarenta años, con partidos que se mueven en la informalidad y en la improvisación, y que se ofrecen de vientre de alquiler para llegar a la cúspide política; pero al no obtener los resultados esperados terminan por desintegrarse o esperaron cuatro o cinco años para retornar a la vida activa. Este es el juego al que nos tienen acostumbrados los partidos, a jugar con las ilusiones de todo un pueblo que no termina de aprender la lección y casi siempre se equivoca al elegir a sus autoridades. Esta atomización que provoca la misma partidocracia genera una crisis de representación espantosa, como la que se vive en la actualidad en el Congreso de la República, donde hay catorce bancadas que se han formado en el camino, generalmente por renuncias de los legisladores -por desacuerdos con sus líderes o por conveniencias político-económicas- a los partidos que los llevaron al poder. Esta es una práctica común en el Parlamento, que desdice mucho de la seriedad y responsabilidad de las organizaciones y sus caudillos con la ciudadanía que los eligió. El trasfuguismo en su máxima expresión.
¿Ustedes creen que César Acuña, Keiko Fujimori, u otro advenedizo de la política, serán desprendidos y cederán sus posiciones a otras alternativas pensando en la unidad o en la formación de alianzas, para evitar la masificación de candidaturas y la dispersión inútil del voto? No hay que ser ingenuos ni tontos, porque conociendo de que pie cojea cada líder o su grupo político, van a querer jalar agua para sus molinos, porque no querrán perder esas cuotas de poder que tantos beneficios políticos y personales les ha traído. Esta crisis de representación se seguirá profundizando aún más si en cada elección se siguen presentando 15, 20 o hasta más partidos por un solo cupo, cuando lo mejor sería que vayan en alianzas bien sustentadas, política e ideológicamente, y que no terminen por partirse a mitad de camino cuando las papas queman. El politólogo Carlos Meléndez dice que los síntomas de esta crisis de representación son conocidos: partidos políticos que repentinamente pierden simpatizantes y electores, políticos que abandonan las tiendas partidarias para convertirse en “independientes”, movimientos políticos “prometedores” que apenas sobreviven una campaña electoral. Meléndez señala que este malestar de la ciudadanía frente a los sistemas partidarios comenzó en Perú a inicios de los años noventa -gobierno del exdictador Alberto Fujimori- y produjo la caída de su entonces embrionario sistema de partidos. Afirma que en 40 años se han formado más de 300 partidos políticos en América Latina, de los cuales solo 5 o 6 parecen haber desarrollado cierta “inmunidad”; es decir, han logrado sobrevivir hasta ahora.
Antecedentes
La década del noventa para el sistema tradicional de partidos peruano fue catastrófico, porque muchas organizaciones fueron sepultadas del panorama político -básicamente los grupos de izquierda y el Partido Aprista, que fueron estigmatizados como lo peor para la democracia-; pero surgieron otros basados en un populismo barato y engaña muchachos como el propio fujimorismo. Tras instaurarse la democracia, en el año 2000, luego de la caída de la dictadura de Fujimori, aquellos partidos que fueron enviados al ostracismo y maldecidos por ser un lastre para el desarrollo del país, buscaron por todos los medios retornar a la vida política activa. Allí reapareció el APRA y los partidos de izquierda que habían sido proscritos por ese régimen, así como nuevas organizaciones que también querían tener protagonismo en nuestro devenir histórico. Allí saltó a la palestra el economista Alejandro Toledo, quien ganó las elecciones del año 2001 con el partido Perú Posible, hoy desaparecido. El 2001 también fue propicio para el regreso del expresidente Alan García, quien sorpresivamente pasó a la segunda vuelta con Toledo. Ese escenario fue favorable para que Alan recargue baterías y en los comicios del 2006 acceda por segunda vez a la Presidencia de la República.
Es justamente en estas elecciones que se introduce por primera vez el umbral de representación o valla electoral, que había sido aprobado a fines del 2005. Este es un mecanismo por el cual se pretende reducir y evitar el fraccionamiento del sufragio, en un contexto en el que las elecciones presidenciales y parlamentarias coinciden en una misma fecha. Esto produce que un gran número de partidos ocupen escaños en el Parlamento y que, como consecuencia, se generen dificultades para tomar decisiones y llegar a acuerdos mínimos, originando conflictos y negociaciones bajo la mesa. Si el partido no alcanza el número mínimo de votos pierde su inscripción en el registro de organizaciones políticas. En las elecciones del 2001 se presentaron ocho candidatos (salíamos de la dictadura), el 2006 hubo un récord de 26 aspirantes a la Presidencia, el 2011 fueron 10 los postulantes que participaron en esa contienda, aunque cabe precisar que muchos partidos lo hicieron en alianzas, por eso que el numero bajó. El 2016 fueron 19 las agrupaciones que intervinieron en esa justa, y el 2021 se inscribieron 18 candidatos y 20 organizaciones presentaron aspirantes al Congreso, lo que conllevó a una alta fragmentación política. Este ha sido el discurrir político en los últimos veinte años, con partidos y liderazgos que no han contribuido a fortalecer nuestra democracia en ciernes, la cual siempre se ha visto amenazada por atisbos de autoritarismos o dictaduras asolapadas. En estos escenarios de crisis de legitimidad, la gobernabilidad siempre será frágil.
Distritos electorales
Meléndez señala que no existen incentivos para que políticos honestos y serios construyan organizaciones partidarias sólidas y adopten líneas doctrinales elaboradas. Y, difícilmente serán creados por reformas políticas, dado que la realidad informal supera cualquier ánimo de institucionalidad. Por ello, una salida sería rediseñar distritos electorales que dialoguen más de cerca con la dinámica social, económica y cultural que ha transformado la sociedad peruana en las últimas décadas. Con políticos más cercanos a sus electores, más representativos. Tras una relativa estabilidad de casi dos décadas, que generó la sensación de que la democracia por fin iba camino a consolidarse, el año 2018 los escándalos de corrupción, las investigaciones a expresidentes y un férreo choque entre el Ejecutivo y el Congreso revivieron al fantasma. Con un sistema político quebrado por una crisis de representación, institucional y una corrupción endémica. El politólogo de la Universidad Católica, Eduardo Dargent, sostiene que “nuestra gran tragedia es la fragmentación permanente”. "Acá la gente vota por un candidato pensando que es de tal tendencia y después se da cuenta que cambió de postura. Esto tiene que ver con un sistema de conformación de listas para el Congreso demasiado laxo, configurado de manera corrupta y clientelar".
Hasta la convocatoria a nuevas elecciones, por lo menos unos 25 partidos estarán expeditos para participar, pese a que éstos siguen sumidos en graves problemas de liderazgo, donde sus caudillos acusan falta de transparencia y de honestidad en su actuar. Desde finales del siglo XX el Perú ha sido testigo de una crisis del sistema de partidos, lo que se ha reflejado en la fragilidad del mismo, con la aparición de nuevos actores políticos en cada elección y la desaparición de otros tantos. Por eso es indispensable y condición sine qua non, la responsabilidad y madurez ciudadana en cada proceso. Solo así se evitará elegir al menos malo o el outsider, muy común en nuestros tiempos.
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(*) Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Primer Vicedecano del Colegio de Periodistas de La Libertad.
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