Cierto es que el proceso de Jesús es universalmente conocido, cierto es también que desde la antigüedad hasta nuestros días se ha escrito demasiado acerca del Hijo del Hombre, de la encarnación del Verbo Divino, y en ellos se han abordado desde cuestiones mitológica, hasta sociales y políticas en torno a su vida y al proceso que lo condujo a la muerte, es a ello que obedece la realización del presente artículo.
Es bien sabido que Jesús fue prendido mientras hacía oración en el Huerto de los Olivos hacia medianoche, aprovechando la traición de uno de sus discípulos: Judas. Sin esperar al día siguiente, aquella misma noche se reunieron muchos de los principales de los judíos para juzgarle. Llama la atención tanto el modo cómo le prendieron, de noche, como la rapidez del falso juicio, como si no quisiesen que nadie le defendiese y así hallar una justificación para matarlo, según habían decidido.
Después de buscar diversos falsos testigos llegaron a la causa principal de su acusación: «El Sumo Sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Dícele Jesús: Tú lo has dicho, y os digo que un día veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Padre y venir sobre las nubes del cielo. Entonces el Pontífice rasgó sus vestiduras, diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Ellos respondieron: Reo es de muerte» (Mt. 26, 63-66)
El proceso termina con esta acusación de blasfemia. Pero el verdadero motivo del rechazo de Jesús por los jefes de Israel es que se presenta como el Mesías esperado y el Hijo de Dios.
Los judíos que le juzgaban no quisieron aceptar el testimonio de Jesús sobre sí mismo; con una ceguera culpable que les llevará a mentir descaradamente en el juicio ante Pilato y a buscar el asesinato de Jesucristo. De esta manera se hicieron cumplidores de lo anunciado por los profetas.
Tras la condena por el Sanedrín, muy de mañana, llevaron a Jesús ante el tribunal romano. Allí intentaron engañar al gobernador romano diciendo que llevaban a Jesús para que le juzgase sobre cuestiones políticas. De esta manera se desembarazaban de Jesucristo y, además, comprometían a Pilato con la muerte de alguien tan famoso ante el pueblo como Jesús.
Los judíos acusaron a Jesús de que «éste perturba a nuestra nación y prohíbe pagar impuestos al César y que se llama a si mismo Mesías Rey» (Lc. 23, 2) Su secreta intención parece que era conseguir un juicio rápido y sin comprobar demasiado las acusaciones. La mentira es clara en algunos temas como el de no pagar impuestos, pues Jesús sí los pagó y había dicho que se debía dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, con lo que respetaba en su debido ámbito la autoridad de los gobernantes.
Pilato interrogó a Jesús, que le responde: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis soldados lucharían para que no fuera entregado a los judíos» (Jn. 18, 36) Con ello, adaptándose a la mentalidad romana, le dice que su reinado es un reino espiritual y no temporal o político. Luego, ante la insistencia de Pilato, le aclara en qué consiste su reino: «Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad, oye mí voz» (Jn. 18, 37)
Después le insinúa al mismo Pilato que todo el que busca la verdad con sinceridad comprende las palabras de Cristo. Pilato corta el interrogatorio con una frase llena de escepticismo: «¿Qué es la verdad?. Con ello muestra que tampoco cree en Jesús. Después de esto le declara inocente de las acusaciones de los judíos: «Yo no encuentro en él ninguna culpa» (Jn. 18, 38)
Lo lógico tras esta sentencia era conceder la libertad a Jesús, pero Pilato es débil y quiere quedar bien ante los judíos que acusaban a Jesús. Para ello utiliza el subterfugio de enviarle a Herodes, que estaba entonces en Jerusalén. La estratagema no dio resultado porque Jesús no habló nada ante Herodes, que sólo quería ver un milagro del Señor. Cuando volvió Jesús ante Pilato, dada la insistencia de los judíos, intentó otro sistema de librar a Jesús contentando a todos: aprovechar que se concedía durante las fiestas la libertad de un preso, y decir que erigiesen entre Jesús y Barrabás, que era un asesino. La sorpresa de Pilato fue grande cuando prefirieron a Barrabás, y no sólo los acusadores oficiales, sino una multitud que gritaba «Crucifícale» Ante este enfurecimiento, Pilato intenta un tercer modo de calmar a los acusadores de Jesús: hacerle pasar por el suplicio directamente inferior a la crucifixión, que es la flagelación. Algunos de los que pasaban por este suplicio llegaban a morir, o si no era así, el cuerpo quedaba todo deformado y lleno de sangre, de modo que verlo movía a compasión. Una vez realizada la flagelación, Pilato colocó a Jesús -que además había recibido muchas burlas y llevaba una corona de espinas que se le clavaba en la cabeza- ante el pueblo y dijo: «He aquí al hombre» (Jn. 19, 6) El pueblo no se movió a compasión, sino que gritaron: «Crucifícale, crucifícale» Pilato insistía en que no encontraba en Jesús culpa alguna, pero entonces oyó de boca de los judíos el verdadero motivo por el que le querían matar: «Nosotros tenemos una Ley, y según esta Ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios» (Jn. 19, 7) Cuando Pilato oyó estas palabras temió más sorprendido por el odio que rodeaba al Señor, por la afirmación que hace Jesús de sí mismo y la paciencia con que lleva los padecimientos, Pilato interroga de nuevo a Jesús diciéndole: «De dónde eres tú? Y Jesús no le dio respuesta. Dícele entonces Pilato: ¿A mí no me respondes?, ¿no sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarle? Jesús respondió: No tendrías poder sobre mí si no te hubiera sido dado de arriba. Por esto, el que me ha entregado a ti tiene un poder mayor» (Jn. 19, 9-1)
Pilato se da cuenta de que allí se está librando una cuestión importante, que debe juzgar según conciencia; entonces «buscaba soltarlo. Pero los judíos gritaron y dijeron: Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey contradice al César» (Jn. 19, 12) Esta acusación era falsa, porque el reino espiritual no se opone al reino temporal, sino que es de otro orden. Pero Pilato fue débil, se asustó ante las acusaciones y presiones de los judíos y cedió, condenando a Jesús, aunque buscó disculparse poniendo a Jesús azotado delante de los judíos, diciendo: «He aquí a vuestro rey» (Jn. 19, 15), como queriendo decir: ¡Qué mal os puede hacer un hombre tan pacífico! Pero los judíos llegaron a decir, contradiciendo sus mismos pensamientos: «No tenemos más rey que al César» (Jn. 19, 16) Entonces Pilato se lavó las manos delante de todos, y dijo: «Soy inocente de la sangre de este justo; vosotros veréis» (Mt. 27, 24) Y lo tomaron para crucificarlo.
La culpabilidad de Pilato es distinta de la de los judíos, pero él también fue culpable, porque permitió la muerte de un inocente ante las presiones de que fue objeto.
Tras la condena cargaron a Jesús con su cruz y lo condujeron al Calvario, que es un monte que está fuera de la ciudad, junto a las murallas. Es significativo este hecho, porque cuando se debía hacer un sacrificio, según la Ley, por los pecados de todo el pueblo, se hacía fuera de la ciudad. Crucificaron al Señor entre dos ladrones.
Entre las palabras que dijo Jesús en la Cruz se pueden destacar algunas que expresan mejor el verdadero motivo de la muerte del Señor: «Y Jesús decía: Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc. 23, 34) Es la máxima expresión del perdón: perdona no sólo a los ejecutores materiales, sino a todos los culpables. La Cruz es un misterio de perdón. Al ladrón arrepentido que le pide entrar en su reino le dice: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23, 43) Luego declaró el sentido mesiánico del salmo 21 al decir:«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc. 15, 34)
Por último dijo: «está cumplido» (Jn. 19, 30), con lo que indica que ha cumplido con toda justicia y con todo amor la voluntad del Padre de redimir a los hombres del pecado. Después «dando una gran voz, expiró» (Mc. 15, 37) Una vez muerto no le rompieron los huesos como a los demás crucificados, cumpliéndose incluso en ese detalle las profecías, y le atravesaron el corazón con una lanza, como había profetizado Zacarías.
En este contexto especial valor tienen los pasajes del profeta Isaías que hablan del Siervo de Yavé. Nos presenta el profeta la figura de un elegido de Dios, que tiene la misión de señalar a los hombres el camino recto e instruirles respecto a la conducta de su vida. Ello le llevará a declarar con valentía, lo que está bien y lo que está mal. Esta conducta de defensa de la verdad le atraerá ultrajes y desprecios que él acepta sin desfallecer, porque Yavé le sostiene. La vida intachable del Siervo y su doctrina le acarrearán incomprensión, sufrimiento y persecución, hasta culminar en una muerte ignominiosa.
Viendo lo expuesto desde la perspectiva jurídica en cuanto al derecho penal adjetivo judío, el proceso debía normarse por diversos principios previstos en los diferentes libros bíblicos:
De lo anterior se entiende que, como primera garantía ofrecida por la ley al acusado, está la obligación de examinar a los acusadores delante del pueblo, y de que las acusaciones y las defensas se den en público, a fin de que los jueces no osen pisotear la ley, y al objeto de que juzgue el pueblo a los jueces, al acusado y a los testigos, considerando la calidad de éstos tanto en los de cargo como en los de descargo.
En este caso el proceso era inconsistente debido a que se violaron todos los principios procesales (se llevaron a cabo etapas nocturnas, en secreto, no hubo rendición estricta de la prueba, se admitieron testigos ya cerrada la instrucción, la votación condenatoria no se sujetó a revisión antes de la pronunciación de la sentencia, y c) se buscó acusarlo de violar reglas del Estado romano.
Se asume que Cristo fue condenado a la muerte en cruz por el delito religioso de blasfemia, que por otro lado no se pudo comprobar. En el Derecho Hebreo no se contemplaba la crucifixión como pena de muerte, sino la lapidación; por consiguiente, el Sanhedrín aplicó a Jesús una pena no prevista en la ley judía. La crucifixión era una sanción que se previó en el Derecho Romano para castigar los delitos más graves, tales como la piratería, la sedición y la rebelión, en los que el Estado era la «parte ofendida». Dicha pena no se aplicaba a los ciudadanos romanos y mucho menos respecto de «delitos religiosos». Por consiguiente, el mencionado tribunal cometió faltas in judicando, pues condenó a Cristo a la muerte en cruz sin tener competencia.
Dado que la blasfemia no existía en el Derecho Romano, los miembros del Sanhedrín, para que Poncio Pilatos homologara la condena de muerte en cruz, acusaron a Cristo del delito de sedición.
En realidad, no hubo un juicio romano, dado que el caso no tenía sustancia desde el punto de vista de la ley romana, por no existir el delito (ni la pena consecuente) de blasfemia y por no haberse podido probar la existencia de un delito contra el Estado romano, caso en el que no había una pena aplicable.
“Visto así el análisis jurídico, se concluye que en realidad se trató de un caso en que la política abatió a la justicia, fenómeno frecuente en la historia de la Humanidad.”