Los orígenes de nuestra primera guerra como país independiente arrancan desde el final accidentado de la influencia del Libertador Bolívar en el Perú. No habían pasado ni cinco años de la lucha común en el campo de Ayacucho, cuando soldados del antiguo ejército unido libertador se enfrentaban ferozmente en el campo de batalla.
El contexto nacional
En septiembre de 1826, el libertador Simón Bolívar, habiendo promovido (a través de una suerte de consulta popular forzada) una nueva Constitución, partió del Perú, dejando al Consejo de Gobierno la tarea de promulgar la Constitución en diciembre. Esta Constitución, llamada “Vitalicia” por sus estipulaciones, no duró mucho: semanas después, en enero de 1827, la sublevación de las fuerzas bolivarianas en el Perú, dio a los liberales peruanos la oportunidad de abolir la “Vitalicia”, convocar a un Congreso Constituyente y elegir un nuevo presidente. El influyente Luna Pizarro aconsejó la elección de un militar probo y modesto, el gran mariscal José de la Mar, frente a otros jefes militares.
En agosto de 1827, La Mar inició su gobierno en condiciones difíciles. A la amenaza bolivariana, se sumaba la sorda oposición de los candidatos derrotados, dispuestos a explotar el sentimiento nacionalista contra el presidente, nacido en Cuenca. La Constitución de 1823 limitaba al Ejecutivo, lo que sería corregido por la nueva Constitución de 1828. La hacienda pública era insuficiente y endeudada. La sociedad vivía con múltiples expectativas. Sin embargo, había elementos favorables: el prestigio personal de La Mar, el respaldo del Congreso por influencia de Luna Pizarro, una fuerza naval respetable y leal al gobierno, y un ánimo colectivo por el desarrollo del país.
El desastre lambayecano de 1828
Al organizarse la República, Lambayeque era una de las diez provincias del departamento de la Libertad que prácticamente abarcaba todo el norte peruano. Esta provincia abarcaba las actuales provincias de Lambayeque, Ferreñafe, Chiclayo y Pacasmayo. Lambayeque se beneficiaba del intenso tráfico comercial, ofreciendo variadas cosechas de cereales, azúcar y frutas, además del tabaco exportado a Chile y las industrias del jabón, de los cordobanes y de los sombreros de junco.
Sin embargo, Lambayeque, que debía su preeminencia a la ruina de Saña por las inundaciones de 1720, estaba amenazada por similar riesgo. Y el nuevo gobierno nacional no descuidó el riesgo: en noviembre de 1827, el Congreso autorizó al Ejecutivo a gastar lo necesario para evitar que “las avenidas inunden la población y la destruyan”. Pese a las recomendaciones de un ingeniero, poco se hizo hasta febrero de 1828, ya en temporada de lluvias, cuando el nuevo subprefecto de Lambayeque, coronel José María Raygada, puso manos a la obra.
Era demasiado tarde: tras cuatro días de lluvia, el 16 de marzo, el río se desbordó, arrasando los barrios al norte del río y la zona este de la ciudad. El cosmógrafo mayor José Gregorio Paredes apuntaría que los habitantes debían asilarse en las huacas y médanos, que para llegar a Lambayeque se debía tomar balsas, que Saña, Olmos y Pacora fueron destruidos, que varios pueblos se vieron seriamente afectados y que la pérdida de casas, oficinas, ganados y sementeras fue incalculable.
El regimiento Húsares de Junín se encontraba en Lambayeque, por lo que Raygada pidió su traslado a una zona en mejores condiciones, optándose por distribuirlos entre Trujillo y Olmos. La condición en que quedó la provincia de Lambayeque fue lamentable, a tal punto que, en 1833, el diputado Mariano Pastor realizó numerosos pedidos de exoneraciones y consideraciones para la zona en los delicados asuntos de contribuciones y de reclutamiento.
La guerra con la Gran Colombia
Producto de la ruptura con el poder bolivariano, el Perú quedó entre dos tenazas. Al norte, el irritado Bolívar gobernaba la Gran Colombia; al sur, su lugarteniente Sucre era presidente de Bolivia. Por ello, el gobierno dispuso la concentración de tropas al norte (general José María Plaza) y al sur (general Agustín Gamarra). Esto dio pie, en mayo de 1828, a la intervención de las tropas peruanas de Gamarra en Bolivia, asegurando la caída del régimen de Sucre. La tensión entre la Gran Colombia y el Perú aumentó hasta que el 3 de julio de 1828, Bolívar declaró la guerra al Perú exigiendo el pago de la deuda de la independencia y de los territorios de Tumbes, Jaén y Maynas.
Tanto Bolívar como La Mar esperaban el apoyo de los enemigos internos de sus rivales, lo que podría dar una fácil victoria a cualquiera de las partes. De hecho, don Félix Denegri Luna consideraba que la guerra no fue “sino uno de los capítulos finales del sueño bolivariano de la gran Confederación Andina […] Sólo así se comprende que hombres como Santander, José María Obando y José Hilario López simpatizaran con las fuerzas peruanas de La Mar; y que Santa Cruz, Gamarra y La Fuente favoreciesen a Bolívar”.
Al iniciar la guerra, el ejército peruano tenía nueve batallones de infantería, un regimiento de caballería, y cuatro escuadrones de lanceros y dragones, distribuidos en las divisiones del norte y del sur, y que pronto aumentarían su fuerza combativa con los numerosos cuerpos cívicos a lo largo de la República. En el caso de la provincia de Lambayeque, encontramos cuatro batallones cívicos, y once escuadrones cívicos.
Producto de la guerra de independencia, se estableció una cierta división del trabajo en la producción de elementos básicos para la impedimenta militar. El Norte del Perú no sólo aportó a la lucha el contingente de sus recursos: también aportó hombres. Lambayeque tenía fama de contar con buenos jinetes, como Paz Soldán apuntó más de tres décadas después. Y donde hay buenos jinetes, se entiende que hay caballos de calidad.
La campaña naval demostró la superioridad de la escuadra peruana al mando del almirante Guisse, caído en las operaciones que llevaron a la toma de Guayaquil, que mostró calurosa acogida a los peruanos. Era el turno del ejército. La Mar demoró su campaña, para dar tiempo al arribo de la división del sur, pero la sospechosa demora en el avance de Gamarra y la necesidad de explotar los éxitos navales, hicieron impostergable la marcha al norte, ocupando Loja en diciembre de 1828.
Tras la llegada de Gamarra al mes siguiente, se reorganizó el ejército peruano en tres divisiones. Pero la campaña que parecía comenzar de una forma tan favorable sufrió reveses, primero en Saraguro el 13 de febrero, y luego en el Portete de Tarqui el 27 de febrero. Allí, las descoordinaciones en el alto mando llevaron a que la división del general Plaza, aislada del grueso del ejército, sucumbiese bajo el ataque de la totalidad del ejército colombiano al mando de Sucre. Al día siguiente, 28 de febrero, sin librar una batalla decisiva, forzados por las circunstancias, se acordó el convenio de Girón suspendiendo las hostilidades. Pero Sucre, al redactar el parte y decretar premios a sus tropas, tuvo expresiones falsas y ofensivas para los peruanos. La Mar protestó y rechazó el convenio de Girón.
Se imponía proseguir la guerra, para lo cual era necesario reforzar el ejército, reclutando más unidades y fabricando la necesaria impedimenta, en medio de un constante flujo de víveres y material bélico. Pero La Mar no lograría lanzar la ofensiva que proyectaba porque se produjo un golpe de estado doble: La Fuente depuso al vicepresidente Salazar en Lima, y Gamarra arrestó y expatrió al presidente La Mar en Piura (6 y 7 de junio de 1829).
Con el dinero recolectado por el depuesto vicepresidente, Gamarra reorganizó el ejército y envió una división a Lambayeque como reserva. Tras pactar el cese de hostilidades, se acordó en julio un armisticio, hasta llegar a la firma del tratado Larrea-Gual que puso fin al conflicto, aunque dejó sin delimitar la línea fronteriza. Firmada la paz, Gamarra se instaló en Chiclayo entre fines de septiembre y fines de octubre de 1829, supervisando la desmovilización del ejército.
El golpe de 1829 fue decisivo en la historia peruana. La senda de los golpes de 1823 y 1827 podrían haber quedado como situaciones excepcionales y hasta justificables, pero con Gamarra, se instaló el caudillismo militar en la dirección de la vida pública, con lamentables consecuencias para el sueño republicano peruano.
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(*) Abogado, docente e historiador.
Entre mediados y fines de la década de 1930, debido al desarrollo del fascismo en Europa y la instauración del Eje Roma – Berlín – Tokio; se produjo una campaña de desprestigio y persecución contra los ciudadanos italianos, alemanes y japoneses en los países aliados de las potencias de occidente. En Perú dicha campaña se realizó, aunque haya sido negada hasta comienzos del siglo XX. Después de Lima, Chiclayo fue la ciudad en la que dicha persecución fue más notoria. Los ciudadanos italianos quedaron libres gracias a la simpatía de los políticos peruanos con las ideas fascistas a inicios de la década del 30 y se hizo notoria en la década del 40, aunque no en Lambayeque.
La “Commonwealth of Australia Gazzette” N° 60, fechada en Canberra el 28 de marzo de 1946, contiene el documento “Trading with enemy act 1939 – 1940”, una relación de ciudadanos extranjeros (alemanes, japoneses e italianos), comerciantes y residentes en diversos países del mundo durante la segunda guerra mundial (1939 – 1945), considerados como enemigos de la corona británica y de los Estados Unidos de Norteamérica que compartían la misma política de persecución a dichos ciudadanos. El documento ordena la prohibición de hacer negocios con ellos bajo cualquier circunstancia. Según el historiador Patricio Rodríguez, “(se trata de) una lista mundial de los injustamente denominados informantes y colaboradores del Eje; lista tan oprobiosa como minuciosa con nombres y direcciones en todos los países del mundo” (Rodríguez, 2018).
La posición peruana la dio a conocer el diplomático Javier Correa, en una nota dirigida al gobierno de los Estados Unidos: “Mi gobierno está dispuesto como ya lo ha hecho en otras ocasiones, a facilitar el traslado de nacionales alemanes y japoneses residentes en el Perú a los Estados Unidos como medida de seguridad para contrarrestar las actividades desarrolladas por dichos nacionales en perjuicio de la defensa continental”.
Al inicio de la “Lista negra”, el Ministro de Comercio y Aduanas de Gran Bretaña, dice: “yo John Johnstone Dedman, Ministro de estado interino de Comercio y Aduanas, Aquí declaro: … cada una de las personas especificadas en el listado es una persona que es o ha sido en algún momento un sujeto de un país con el que su majestad está en guerra por el momento; o una persona, ya sea británico o no, con quien estamos realizando negocios en nombre o en interés de una persona, empresa o corporación con quien o con qué comercio está prohibido; y cada una de las empresas y corporaciones especificadas en el programa adjunto, si es administrado o controlado directa o indirectamente, por o bajo la influencia de, o llevado a cabo total o principalmente para el beneficio o en nombre de, las personas de nacionalidad o residente enemigo, o portador en los negocios en el territorio enemigo”
Los llamados “enemigos” residentes en el Perú son mencionados entre las pp. 876 y 888 del documento. El presente artículo menciona a los ciudadanos extranjeros considerados enemigos de Gran Bretaña y los Estados Unidos de Norteamérica, residentes en el departamento de Lambayeque.
A continuación, con profundo respeto, lamentando la experiencia vivida por ellos y sus familias, y reconociendo su valentía y espíritu de perdón y emprendimiento; los menciono:
Aimoto Richard (Riichi); Arai, J.; Bar Tokio (Eizo Uyehara); Demen, Guillermo; Hasegawa, Kumataru; Hashikawa; Hayakawa, Shotaro; Hayashida, Luiz; Hayashida, Tazuhiro; Hayashida, Toriki; Higa, Gitoko; Huchiyama, Asaichi; Huchiyama, Muneichi; Huchiyama, Rafael Soichi; Huchiyama, Soichi; Ide, Masatoshi; Ikehara, Santos; Kanashiro, Eiko; Kawahara, Carlos Kasuo; Kichikawa, Katuji; Kichikawa, Takeo; Kikawa, Jorge; Kimura, Sine; Kurihara, Sazo; Maeda, Akira; Makino, Kenzo; Maoki, U.; Maoki, U y Cia.; Maoki, Zenhichi; Matayoshi, Yoshiyuki; Mutuy, Sigueso; Miyagosuku, Enroku; Mizuarai, Kumaki; Muta, Kanji; Muta, Mango; Nakaganeko, Shinei; Nakagawa, Masao; Nakagawa, Yoshiro; Nakanekum Sinei; Nakasaki, Roberto; Nakagawa. Colón, Chiclayo; Ogawa & Cia. Jorge; Ogawa, Kenho; Oyama, F. K.; Sakanishi, Takiji; Sato, A. D.; Takahasi, Tuzin; Tanaka, R.; Tatejita, Ituji; Tehiki (Tchiki) Yoshitaro; Toriu, Turukichi; Toyomura, Tomokichi; Uchiyama, H.; Uchiyama, Rafael; Ueda, Ysabro; Usauro, Maoki; Ushida & Cia.; Ushida, Jorge; Uyehara, Eizo; Wakamatzu, Ichisi; Weisaki, Alfredo; Yamada, Koso; Yamaguchi, Sinkichi; Yamamoto, Juan; Yamashiro, Kotoku; Yanagui, Carlos; Yahiro, Daniel; Ydogawa, Yesada; Yoshida, Yshitaro; Yoshida, Kakuo; Yoshida, Tatuki; Yoshida, Y. S & Cia.; Yoshida, Yojio; Yoshika, Uichi; Yoshimura, Masatazzi; Ysono, Tamatu; Zuzuki, Matute.
A los nombres anteriores agregamos los de Karl Weiss y Carlos Woyke y Woyke & Cia. Sobre Karl Weiss, en la década de 1930, a raíz de la política de acoso contra los ciudadanos extranjeros considerados enemigos de los Estados Unidos, se produjo una campaña de desprestigio denominada ‘Campaña Anti Weiss’, la cual incluyó falsas acusaciones en medios de prensa de Chiclayo, como “Ahora” (1933) y, luego, “El Zeppelin” (1947) creándose inclusive un Comité Nacionalista Anti Weiss.
En 1933, “Ahora”, acusó que en el Colegio “San José” se aplicaba una disciplina racista e inhumana; luego, “El Zeppelin” en 1947, se quejó que se permita a un extranjero dirigir un colegio nacional aparentemente en contra de los dictados de la ley y reglamento de educación. Es admirable la actitud de Weiss: perseveró en sus funciones como director del Colegio San José y participó incansablemente como agente cultural y de progreso de nuestra comunidad.
Otra consecuencia de las agresiones a la comunidad japonesa de Chiclayo se dio con la confiscación del local en el que funcionó el Colegio Japonés de Chiclayo cito en la calle Vicente de la Vega, el cual fue convertido en el colegio “San Pedro” y funcionó, también, el “Jardín de la Infancia”. Dicho local fue devuelto después de un largo juicio en deplorables condiciones a sus legítimos propietarios.
Es notorio que en su mayoría la lista está compuesta por ciudadanos japoneses. Al respecto Priscila Lee, joven investigadora chiclayana, afirma que desde la caída del presidente peruano Augusto B. Leguía, en 1930, se produjo una campaña anti japonesa motivada por algunos sectores gubernamentales y periódicos nacionales… esta campaña se vio influenciada por el disgusto de muchos peruanos por la prosperidad comercial de los japoneses en Lima y otras importantes ciudades.
Por ejemplo, el 11 de octubre de 1937, J.P. Dávila manifestó, en La Prensa “Esta colonia, organizada y dirigida en forma perfecta desde Tokio, tiene como fines inmediatos la absorción de nuestros incipientes medios económicos y de las tierras de cultivo para echar profundas raíces y afirmar su hegemonía”. Se propició en los peruanos cierto recelo y temor del mal llamado “poder y acecho” japonés hacia sus negocios. Un año antes, el gobierno de Benavides publicó un decreto, el 26 de junio de 1936, limitando a 16 000 el ingreso de extranjeros por nacionalidad. Con ello los japoneses no ingresaron al país sino hasta 1939.
En 1940, unos meses después del estallido de la segunda guerra mundial el periódico “La Tribuna” publicó una nota calumniosa e infame, el 3 de mayo de 1940, informando que los japoneses estaban organizando la “Quinta Columna”, considerado como un grupo de espionaje y sabotaje; y representaban un peligro para la seguridad nacional. El gobierno del Perú, que se mostró al inicio neutral, a partir del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 se manifestó a favor de los aliados, tomando medidas severas contra los inmigrantes italianos, alemanes y japoneses.
Los ciudadanos cuyos nombres aparecen en la anterior lista y sus hijos, merecen mi admiración; son supervivientes de un tiempo horrendo y de una persecución injusta que jamás debió ocurrir. Lo escribí en un artículo anterior y hoy lo reitero: “en nombre de todas las generaciones de nuestra tierra; por lo que se hizo mal y el bien que no se hizo, por los silencios cómplices y la falta de solidaridad ¡Perdón! Son ustedes un ejemplo que dignifica a nuestra nación”.
(*) Historiador y docente.