Estamos ante una decisión presidencial que tiene las características de una decisión unilateral y personalísima, muy propia de esos egos que dominan nuestra política. Al no haber sido procesada democráticamente en su propio entorno, partido o movimiento ha creado fisuras de todo calibre que le van a impedir dar un paso en cualquiera de las direcciones, hasta que sus fieles y nuevos aliados le tiendan la mano para conducirlo a terrenos menos quebradizos que le permitan la estabilidad mínima para terminar su mandato y asegurar la continuidad del modelo.
El indulto ha sido revestido – y es lógico por el periodo en que se aprobó la Constitución Política – como una decisión “soberana” del presidente de la República que no requiere causales reales sino que depende de la “regalada gana” de quien tiene la facultad de hacerlo. Es un argumento muy repetido en estas semanas, pero no se trata de un indulto cualquiera y ello ameritaba tener en cuenta otras variables.
La decisión presidencial – repetimos de indulto y gracia – es altamente contradictorio con la argumentación de defensa de la democracia y el peligro autoritario, esgrimida para sustentar su permanencia en el cargo. Con este argumento consiguió aliados firmes, defensores democráticos garantizados y hasta abstenciones basadas en el miedo al autoritarismo. Pero, una vez asegurada la presidencia toma la decisión de congraciarse con el sector autoritario sacando de la cárcel al personaje más representativo y más controversial de esa tendencia como lo es Alberto Fujimori.
Esta jugada pinta al Presidente como un personaje que privilegia sus intereses personales por encima de otros, y ello parece lo extiende también a sus vinculaciones profesionales como se está descubriendo.
Lamentablemente para PPK la votación en el Congreso evidenció que se quedaba en la Presidencia no tanto por sus merecimientos, tampoco por la fuerza de sus argumentos y menos por su falta de responsabilidad en los hechos imputados, simplemente se quedaba por que había trocado votos por indulto y esos votos claves provenían del sector más fujimorista de Fuerza Popular.
El argumento humanitario, basado en la precariedad de la salud o peligro de muerte de Alberto Fujimori, ha quedado desvelado como una farsa mal montada y que los hechos y conductas antes y después del indulto lo demuestran palmariamente. Adicionalmente el hacerlo en la fecha central de la Navidad amargó la vida de por lo menos la mitad de los peruanos y ello pasará factura también.
Pero este indulto llevaba una fuerte carga “implosiva” y “explosiva” que ameritaba consensuarlo más, fijarle límites y envolverlo como parte de algo más global (incluyendo el perdón a las familias que sufrieron y sufren por la muerte y desaparición de familiares) y que podría definirse como reconciliación política, moral y económica (que es mucho más que el perdón cristiano). Las iniciativas posteriores de congraciarse con las familias de los desaparecidos es más un intento tardío de corregir lo mal que se hizo.
Pero Palacio de Gobierno ha ido más allá del indulto al conceder la GRACIA PRESIDENCIAL destinada a blindar a Fujimori de todos los procesos judiciales en curso, tanto en el país, como en Chile y de otros procesos que están en camino. Esta decisión ya va más allá de toda justificación e incluso de todas las expectativas de los propios defensores de ese régimen ya que lleva el indulto al terreno de la abierta IMPUNIDAD y por allí se abre una puerta grande para cuestionar la decisión presidencial en entidades y espacios internacionales como Amnistía Internacional, Human Rights y las propias Naciones Unidas que han empezado hablar de PPK como un presidente promotor de la impunidad.
Si con el indulto bastaba para mantenerse en Palacio, porqué le sumó la Gracia Presidencial? La respuesta sigue siendo “compleja” (el término muy usado en estos días), pero nos obliga a pensar en razones más allá del sillón presidencial y aparece entonces el fantasma de Odebretch y las posibilidades que el Presidente de la República sea enjuiciado y termine condenado. Para evitar esto, para mitigar los impactos y los daños resulta clave mantenerse en el poder, pero también es central controlar al Congreso a través de alianzas previamente trabajadas y, con ello atenuar los arrestos de las comisiones congresales.
Tenemos por lo menos dos factores claves que serán el telón de fondo de muchas movidas políticas nacionales y regionales. Primero la sola puesta en libertad de Fujimori ya ha trastocado la política nacional – y ya vienen las repercusiones regionales y locales – y lo hará mucho más en el futuro porque entra uno de los pesos pesados en las elecciones – tan pesado que, estando preso, estuvo a punto de ganar las elecciones presidenciales y logró una mayoría absoluta en el Congreso. El segundo factor es el caso Lavajato que está desvelando una red de corrupción en los más altos niveles de la política peruana y que podría envolver a otros personajes, incluyendo al propio Presidente. El tercer factor es la pugna más abierta entre lo que se denomina autoritarismo, democracia y terrorismo y que seguramente volverán a marcar las alianzas, las decisiones y el debate basadas en el factor miedo que parece ser el decisivo al momento de responder encuestas y marcar la cédula electoral.