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IN MEMORIAM

Escribe Freddy R. Centurión González para la edición N 1151

Hace 26 años, febrero de 1994 fue un mes triste para las letras peruanas por sucederse, en un breve tiempo, los fallecimientos del diplomático Andrés Avelino Arámburu Menchaca, del multifacético Luis Alberto Sánchez y del enciclopédico Alberto Tauro del Pino. Podemos decir, con similar tristeza, que el verano de 2020 también es doloroso para la historiografía peruana. En enero, nos dejó el maestro Pablo Macera; la semana pasada, fue el turno del maestro José Agustín de la Puente. Creemos necesario escribir estas líneas de homenaje a ambos.

Pablo Macera Dall’Orso (1928-2020) fue un personaje complejo. No en balde, Rolando Rojas comentaba que no hubo uno, sino varios Macera: el historiador agudo y erudito, el discípulo de Raúl Porras, el estudioso de la historia de las ideas en el Perú, el estudioso influido por las ideas marxistas en relación a la historia económica y social, el interlocutor de las célebres “Conversaciones con Basadre”, el coleccionista y estudioso del arte popular andino, el impulsor del Seminario de Historia Rural Andina, el pensador de “Las furias y las penas”, el conocedor de la geografía política nacional en el siglo XIX, el estudioso de la historia de la alimentación en el Perú.

José Agustín de la Puente Candamo (1922-2020) era un intelectual de ilustre prosapia: su abuelo fue el presidente Manuel Candamo. Discípulo de José de la Riva-Agüero y Osma (siendo miembro fundador del Instituto homónimo), su labor intelectual estuvo vinculada por más de medio siglo con su alma mater, la Pontificia Universidad Católica del Perú. Su obra se enfocó ante todo en la comprensión del proceso de independencia, en especial con su obra “San Martín y el Perú: planteamiento doctrinario”. Para don José Agustín, la caracterización mestiza de nuestra identidad era el factor que otorgaba continuidad y sentido a nuestra patria.

Hasta hace algunos años, aún era posible verlo dirigiéndose a las aulas, con paso lento y firme, cargando siempre un par de libros. Y a tal respecto, vale la pena recordar que cuando el doctor de la Puente fue homenajeado en la USAT con el doctorado honoris causa en octubre de 2009, en su lección magistral (a la que tuvimos el privilegio de asistir) recalcó la importancia de la lectura: “El hombre que ama la lectura nunca estará solo”, afirmó en tal ocasión.

No tuvimos el gusto de tratar al maestro Macera. Lo conocimos a través de su producción histórica (en especial de la última edición de sus obras, publicadas por el Fondo Editorial del Congreso en dos volúmenes entre 2014 y 2015), de sus ensayos y sus críticas descarnadas al acontecer nacional; su postulación al Congreso por el fujimorismo en 2000, sumamente polémica, sobre todo teniendo en cuenta sus declaraciones años después: “Para hacer hay que poder hacer, es decir tener poder”. El eterno drama de los intelectuales y sus sueños frustrados de reformar al país… y es que Macera veía en la historia peruana una sucesión de frustraciones colectivas. De allí, su visión crítica, y hasta pesimista de los peruanos. Nos veía “colectiva y personalmente conflictivos. Tenemos temor al triunfo ajeno, como si este nos quitara algo”.

A diferencia de Macera, de la Puente veía la peruanidad con mayor optimismo: “El Perú es fruto de una historia de miles de años que nos ha creado como somos hoy día. Nuestro país es consecuencia de cosas buenas, y de cosas negativas también, pero que todas forman el pasado peruano. El tener conciencia de que el Perú es un país materialmente pequeño en el mundo pero es un país legítimo, no una nación inventada, sino es obra de la historia”.

No creo necesariamente que uno de los dos estuviera equivocado. Las visiones de Macera y de la Puente fueron complementarias entre sí. Ad portas del Bicentenario, el desafío para las futuras generaciones es, como dijo don José Agustín, “fortalecer el conocimiento de la historia y de nosotros mismos. Servir al país a través de nuestro trabajo profesional o personal bien hecho. El mejor servicio de un hombre a su país es, pues, trabajar bien y servir a través de él. Que cada uno sea fiel a su vocación y fomentar siempre la creencia en el país. Educarse en el orden moral, religioso, social, económico. Todo el tema actual de la corrupción, por ejemplo, es un problema moral, no un error de leyes sino de la conducta de las personas. La persona bien formada, aunque tenga la ley le permita tal abuso, no abusa por su formación personal”.

Freddy R. Centurión González
Fecha 2020-02-20 13:19:16