Resulta paradójico asentir que para combatir un flagelo pandémico, la barrera principal sea el mismo, es decir, estamos frente a una irrazonable situación y un estatus real, más aun si se trata de combatir un esquema pandémico llamado corrupción, enquistado en todos los niveles de la gestión pública y el ámbito socioeconómico del país.
La lucha contra la corrupción, desde ya implica tener las espaldas fortalecidas, la moral en alto y el valor arraigado para desarrollarla, lo demás, sino es accesorio, resulta ser un sobrante innecesario proclive a ser utilizado por aquellos que, siendo corruptos, pregonan hipócritamente luchar contra este sistema insano, cuando muy por el contrario, utilizando sus niveles jerárquicos o sus poderes fácticos circunstanciales, bajo prebendas soterradas le ponen cortapisas a la lucha desigual que se tiene que librar para impedir que la corrupción no solo impere, sino se acentué cada vez más.
Las barras y barrancas perceptibles a simple vista, provienen de aquellos que, teniendo la obligación moral y funcional de perseguir el delito, entorpecen y dilatan la indagación delictiva, convirtiendo el enfrentamiento – por momentos – en una utopía producto del débil y figurativo accionar de aquellos entes de control, supervisión y persecución, quienes con astucia y un sesgo cómplice no sancionan con drasticidad y efectividad plena las corruptelas cometidas por los agentes encargados de consumar el hecho maligno llamado corrupción.
La mediocridad radical de los sistemas que se contraponen al acto corrupto, de igual forma resultan ser trabas para identificar a quienes lo operan, pero es más relevante, cuando estos se contaminan con acuerdos trasnochados para no ver lo que es visible y advertir las causas y efectos de un fenómeno histórico que le arrebata la salud y la vida a la población, como por ejemplo: las compras mal hechas de productos con precios sobrevalorados realizados en la mayoría de estamentos públicos para paliar en parte el efecto letal del COVID 19 que, como bien sabemos, nuestro país alcanzó altos índices de letalidad comparativamente con los niveles alcanzados a nivel mundial.
Concluyo diciendo que, tanto las acciones corruptas, como el encubrimiento de las mismas, siendo desde ya hechos perniciosos, nos demuestran que la lucha contra este mal pandémico se hace más fuerte y combativa cuando a la vista tenemos no solo a una organización corrupta, sino porque al fin y al cabo, al otro lado tenemos que enfrentar a grupetes de poder político y económico que hacen denodados esfuerzos para esconder sus malas mañas, utilizando para ello el discurso con un doble rasero y el arma traicionera de la escopeta de dos cañones utilizada por aquellos que por un lado manifiestan su repudio a la corrupción y por el otro, se muestran tibios e inoperantes al momento de decidir por una sanción que, en la mayoría de los casos, se cae producto de una incipiente motivación y la premeditada escases de medios probatorios que al final concluyen con la exculpación del actor corrupto y la impunidad desmedida de aquel que, habiendo cometido el delito, sale por la puerta grande pregonando una inocencia previamente acordada. Por todo ello, ¡la lucha debe continuar!
(*) Especialista en Contrataciones del Estado.