Dice Martha Hildebrandt, con admirable sabiduría, que el conocimiento se aprende en la escuela, pero lo culto en la casa. Y es cierto, los primeros maestros están en el hogar y son los principales responsables de las virtudes que el niño llevará a las aulas, las que serán fortalecidas por los pedagogos, nuestros queridos profesores.
Sin embargo, esta relación umbilical que une a padres de familias y profesores en aras de la educación no termina de madurar. Gran parte de los progenitores consideran que la escuela debe corregir o llenar los vacíos formativos y conductuales del menor, en tanto también existen maestros que piensan que su rol se limita únicamente al trasvase de información y conocimiento.
Y en consecuencia, la educación en el país sigue teniendo patas flojas que impiden completar ese proceso holístico en los futuros ciudadanos, y como ejemplo están aquellos excelentes profesionales que no necesariamente son correctos y ejemplares ciudadanos, que carecen de ética, de valores, de principios y trasgreden las normas de la sociedad con el afán de alcanzar sus propósitos personales y económicos. La familia y la escuela tienen una pesada carga de responsabilidad sobre este problema.
Es innegable la importancia de la educación para que la sociedad supere los problemas que la afectan, por lo que resultan destacables los avances que en tiempos recientes se han logrado en el sector.
Con sus aciertos y errores, las reformas apuntan no solo a garantizar para nuestros niños y jóvenes una mejor enseñanza, sino también a revalorar al docente en su condición profesional y humana, retribuyendo como corresponde la sacrificada labor que cumple día a día en las escuelas y colegios.
Una de las primeras fue en el gobierno de Alejandro Toledo, cuando se cumplió con el incremento de las remuneraciones que durante décadas habían estado congeladas por el Estado. Luego llegó la Ley de la Carrera Magisterial del gobierno de Alan García con énfasis en la evaluación para el ascenso y luego la reforma del gobierno de Ollanta Humala, que entre otras cosas estableció no solo una nueva escala de niveles para la obtención de mejores sueldos, sino que abrió puertas que por muchos años habían estado cerradas a los educadores. Las becas para especializarse aquí o en el extranjero, o la entrega de estímulos para quienes ejercen la docencia en la zona rural, son un ejemplo de ello.
Recuerdo cuando el exministro Jaime Saavedra Chanduví, cuya salida del sector significó un notable revés para el país, decía que los maestros en el Perú perciben hoy en día lo equivalente a la tercera parte del sueldo que se les pagaba en la década del 60, por lo que se evidencia una enorme tarea a nivel estatal para valorar con la atención debida el trabajo de los educadores, a quienes en su momento otros altos funcionarios del gobierno maltrataron más de una vez. “Ociosos y demagogos”, los llamó García Pérez en su segundo mandato.
Es notorio que en los últimos años se ha incrementado también la inversión en infraestructura y equipamiento, que por largo tiempo han sido dos limitaciones para que los maestros puedan desarrollar su labor pedagógica. Sin embargo, la tarea va más allá.
Los maestros demandan capacitaciones y que se les actualice en los procesos de enseñanza-aprendizaje con el uso de la tecnología, brecha que es aún más profunda en la zona rural. Al parecer, los ambiciosos proyectos públicos de la Banda Ancha, entre ellos el de Lambayeque, solo han sido canto de sirenas, pues aunque se han instalado torres y cables de fibra óptica no están en funcionamiento impidiendo la conectividad y acceso a la Internet en los colegios públicos.
Los maestros reclaman atención, pero no solo para la tribuna, sino real, y ello implica a que se le reconozca como pieza clave en el desarrollo de las comunidades. ¿Cuántos alcaldes o gobernadores se sientan con ellos a definir políticas de desarrollo? ¿Cuántos municipios han activado sus Consejos Participativos de Educación? En Lambayeque, solo el de La Victoria. Otro caso no existe.
Entonces, cabe una profunda reflexión sobre el rol que tienen los profesores para con la sociedad. Quizá sea el momento que los padres de familia dejen de verlos como los salvadores de sus hijos, y que los funcionarios y gobernantes como furgón de cola en el proceso de desarrollo. Lógicamente, también la comunidad demanda del magisterio no solo unidad y cohesión para hacer frente a sus propios problemas, sino también capacidad de autocrítica, de mejora, de evolución y de identificación con los sueños y aspiraciones del país, que aunque camina a los 200 años de su vida republicana sigue siendo, como dijo Luis Alberto Sánchez, adolescente.