La mayoría de gente cree que amar es fácil, que sólo hay que hallar a la persona indicada para que el amor surja automáticamente sin el menor requisito. También se supone que si hay química, enamoramiento, pasión, entonces eso es precisamente el amor ideal. Asimismo se afirma que el amor es efímero, que la rutina mata el amor, que la infidelidad destruye el matrimonio. Por otro lado están todas esas ideas sobre la “media naranja”, el primer amor, el amor de mi vida, etc.

El amor es una de esas palabras cargadas de los más variados sentidos.  De ella existe un auténtico abuso.

Naturalmente, el amor sólo es posible sobre la base de grandes cantidades de confianza, autoestima y compromiso mutuos. El amor se trata de una capacidad, un talento, un arte que depende directamente de nuestra salud y madurez psicológica.

La rutina y la infidelidad no matan al amor, sino al revés: sólo cuando la relación se deteriora previa e inconscientemente, comienza el riesgo de la rutina y la infidelidad.

Cuando se habla de “enamoramiento” significa idealizar en extremo a alguien, es una forma de enaltecer determinados sentimientos y carencias: admiración, deseo sexual, soledad emocional, narcisismo personal, etc. En otras palabras, solemos enamorarnos precisamente de las personas que alivian nuestros conflictos personales, que llenan los vacíos que llevamos dentro.

El sexo se trata, obviamente, de un juego extremadamente placentero. Aunque puede ir asociado al amor, pero no es amor, ni necesita del amor, ni produce necesariamente amor alguno. El sexo es básicamente una forma genital de placer que puede acompañar en cualquier tipo de relación humana.

Por tanto, ninguna actividad sexual nos dice nada sobre el amor real entre dos personas. Decirle a alguien te amo, no es lo mismo que pensar te deseo o me siento atraído por ti.

Pero siendo capaces de utilizar la palabra sin degradarla, llamándole al sexo, sexo; al encuentro epidérmico con el cuerpo de otro; y nombrando al verdadero amor, como entrega que procura la felicidad, estaremos siendo sinceros y eso ya es suficiente para sentirnos bien con nosotros mismos.

Es por ello que la sexualidad debe de verse como un lenguaje cuyo idioma es el amor: en el que la relación sexual debe estar presidida por el amor a la otra persona, con una entrega mucho más placentera. El acto sexual auténtico, verdadero, es simultáneamente físico, psicológico y espiritual. Los tres participan directamente en esa armonía íntima, delicada y que culmina con la pasión de dos seres que se funden en un abrazo.