A través del Decreto Supremo N° 009-2020, el gobierno peruano aprobó la Política Nacional de Cultura al 2030, lo cual constituye un hecho histórico al tratarse del primer documento que orientará los lineamientos del Estado en esta cartera, desde su creación en el 2010. Si bien los especialistas consultados por este medio coinciden en su valor e importancia, también hacen hincapié en la necesidad de una dotación mayor de recursos económicos, a fin de cumplir los seis objetivos planteados para los próximos diez años.
Estos son: fortalecer la valoración de la diversidad cultural, incrementar la participación de la población en las expresiones artístico - culturales, fortalecer el desarrollo sostenible de las artes e industrias culturales y creativas, fortalecer la valoración del patrimonio cultural, fortalecer la protección y salvaguarda del patrimonio cultural para su uso social, y garantizar la sostenibilidad de la gobernanza cultural.
Positivo
Carlos Mendoza Canto, director del Institutito de Cultura de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo – USAT, resalta la importancia de tener un documento con objetivos articulados que responden a una política de Estado y va de la mano con el Centro Nacional de Planeamiento Estratégico – CEPLAN. Sobre esto, señala que los indicadores serán claves para desarrollar luego planes estratégicos anuales.
“(El documento) tiene una serie de elementos que ayudan a entender todos los actores que participan en la dinámica de la gestión cultural. Va a requerir de un entendimiento pleno, por lo que su socialización es necesaria. Son 249 páginas con muchos cuadros, definiciones, nomenclaturas y acrónimos. Es un trabajo de investigación muy profundo que se constituye en una herramienta valiosa”, destaca.
Por su parte, el director del Museo Arqueológico Nacional Brüning, Carlos Wester La Torre, valora el hecho de que por primera vez se tenga un plan a largo plazo que esté refrendado mediante un decreto supremo y que sea fruto de la concertación de diferentes grupos vinculados con las industrias culturales, siendo el ministerio sectorial el ente rector para dirigir este proceso.
Cuestionamientos
No obstante, Wester La Torre lamenta que desde el Ministerio de Cultura – MINCUL, no se haya convocado al Museo Brüning para ser parte de las mesas de trabajo que se desarrollaron durante la elaboración de este documento, pese a ser una institución que está próxima a cumplir cien años.
En esa línea, la gestora cultural Lady Vinces Cruz señala que – si bien es un documento estructuralmente bien hecho, que recoge lo discutido en las mesas de trabajo – estas no fueron lo suficientemente diversas.
“He participado en tres mesas de trabajo que en realidad más son de diálogo, pues viene el especialista de Lima, te escucha unos días y luego dice lo que se va a realizar. No han sido muy diversas, porque siempre hemos estado los mismos. Yo llegaba y los conocía a todos. Vamos a los mismos eventos. ¿De qué diversidad hablamos entonces? Hay que saltar del discurso a la acción”, manifiesta.
Asimismo, cuestiona que la Política Nacional de Cultura haya sido publicada en plena emergencia sanitaria y sin considerar la realidad de pandemia por la que atraviesa el país, toda vez que en el documento la palabra Covid solo se cita cuatro veces a lo largo de sus casi 250 páginas y es para hacer mención a los mecanismos de amortiguamiento para mitigar los efectos económicos del nuevo coronavirus. A su juicio, hubo premura en que el documento calce con los diez años de creación del MINCUL.
Discusión
Por su parte, Mendoza Canto señala como fundamental que el punto de partida del Plan sea la identificación del limitado ejercicio de los derechos culturales de la población como problema central. Para cambiar esto, considera necesario que todo parta del respeto del otro como una cultura propia.
“Quienes hacemos el ejercicio de la gestión cultural no tenemos ningún derecho a la imposición de una cultura a una comunidad que practica otra. Es importante entender la diversidad cultural como un tema de valoración, de pertenencia de una comunidad. Nuestra política de desarrollo tiene que ver con extractivismos, que si bien ayudan a mejorar la economía, no respetan los derechos de las comunidades originarias asentadas en un determinado lugar con derechos previos a la creación de la república”, anota.
Explica que este documento surge como una necesidad para visibilizar la importancia de la cultura para la transformación de la sociedad, así como sus recursos patrimoniales para fomentar el orgullo y el sentido de pertenencia, hechos intrínsecos en el proceso de construcción de ciudadanía. Al respecto, refiere que en esta pandemia el ejercicio ciudadano no ha sido pleno, hecho sobre el cual la cultura podría contribuir a mejorar.
Sobre el Objetivo 2 del Plan, ‘Incrementar la participación de la población en las actividades artístico – culturales’, cuyo indicador de medición es el porcentaje de gasto en los hogares para el consumo de actividades culturales, Lady Vinces señala que es bastante ambicioso, pues hay muchas familias que no cubren siquiera las necesidades básicas, más aún en este contexto de pandemia.
“Cómo le dices a las familias que vayan al teatro o al cine si las necesidades básicas no están cubiertas. Cultura debe sentarse a conversar con otros ministerios para conocer las brechas que existen. Una cartera no opaca a la otra, pero es necesario hallar el mecanismo. Muchas veces las actividades culturales no tienen rentabilidad económica, pero sí social”, aprecia.
Sobre el Objetivo 6, ‘Garantizar la sostenibilidad de la gobernanza cultural’, cuyo lineamiento es fortalecer las capacidades de órganos desconcentrados del MINCUL, Wester La Torre señala que, pese a que con la creación de las unidades ejecutoras ya no hay una dependencia económica total de Lima, las políticas se siguen trazando desde la capital.
“Como parte de los protocolos para reabrir el museo se nos pidió colocar señales en el piso que marquen el distanciamiento de un metro y medio entre las personas. Pensamos en colocar la silueta de una máscara Lambayeque para que haya armonía entre lo expuesto en el complejo y la señalética, pero para hacerlo debemos someterlo a una consulta en la sede local y luego en Lima a ver si lo aprueban. Estamos hablando solamente de una señal en el piso. Nos piden esperar la luz verde, pero nos obligan a pasarnos la roja”, expresa.
Presupuesto
Por otro lado, Carlos Wester hace hincapié en que el documento no precisa el incremento del presupuesto destinado para cultura. Resalta que las soluciones a las problemáticas que afronta el sector pasan en gran medida por la falta de recursos para tener un registro completo del patrimonio (Objetivo 5 del Plan). Refiere que en sus casi 30 años al servicio del MINCUL, solo ha podido registrar una decena de monumentos en la Superintendencia Nacional de Registros Públicos – SUNARP.
Al 2019, de los cinco mil 473 bienes de patrimonio histórico inmueble identificados a nivel nacional, cuatro mil 963 fueron declarados, 261 registrados y solo 142 saneados física y legalmente; es decir, el 2.9 % del total.
Señala que como director del Museo Brüning lleva años pidiendo presupuesto para el proyecto de modernización del complejo con miras al bicentenario y hasta ahora solo han recibido apoyo en la primera etapa de viabilidad, el resto ha sido gestionado con recursos propios. “En septiembre u octubre se aprobará el presupuesto general de la república. Allí veremos cuánto le darán a Cultura”, exclama.
A su turno, Mendoza Canto refiere que si ya hay lineamientos y objetivos priorizados, debe haber también presupuesto para infraestructura cultural, promoción y registro. Señala que la comunidad artística no es exclusiva de quien está en escena (para el caso del teatro), sino que hay todo un universo alrededor conformado por el vestuarista, maquillador, iluminador, boletero, etcétera. Ergo, afirma que las artes generan una dinámica económica que no es cuantificada desde el gobierno central.
En esa línea, expone que el MINCUL debe resolver sobre la marcha la atención a los artistas y gestores culturales afectados durante la pandemia, pues el Plan Nacional de Cultura es posterior a esta y no contempla la situación. En virtud de ello, refiere que la ayuda no debe estar condicionada a un fondo concursal, pues muchos no tienen los recursos ahora para acceder a Internet.
El año pasado se destinaron 25 millones 612 mil 667 soles para estímulos económicos concursales. Se benefició a 862 proyectos, de los cuales 596 pertenecen a Lima y 266 a provincias.
Política
Por otro lado, Mendoza Canto asegura que para desarrollar este Plan se necesita una menor rotación de los ministros que ocupen la cartera de Cultura, los cuales deben ser profesionales que no solo entiendan de gestión cultural, sino sobre el comportamiento de la sociedad, en virtud de lo cual el perfil ideal sería el de un sociólogo o antropólogo.
Desde su creación en septiembre del 2010, el Ministerio de Cultura ha tenido 14 titulares, de los cuales la mitad pertenecen a la gestión del presidente Martín Vizcarra. Durante su administración cada ministro duró un promedio de cuatro meses.
Estudié Administración de Empresas, pero al paso de los años me fui convirtiendo en un empeñoso historiador (no profesional) de Chiclayo, la ciudad en que nací. Por razones diversas fijé mi residencia en Trujillo, pero anímicamente no me desligué de mi ciudad natal y a modo de compensación empecé a guardar materiales diversos relativos a Lambayeque: libros, revistas, periódicos, fotografías, volantes, planos, etc.
Por otra parte, en ese ir y venir entre Trujillo y Chiclayo, fui conociendo a gente con intereses semejantes al mío, algunos de ellos intelectuales conocidos como José Arana Cuadra, Pedro Delgado Rosado, Nicanor de la Fuente Sifuentes – Nixa, y Jorge Zevallos Quiñones, por mencionar solo a quienes ya partieron. Ellos y otros nutrieron mis puntos de vista en el sentido que el estudio del pasado no es solo un intento de recuperación de lo que ya fue, sino también uno de los medios para comprender de modo más cabal la sociedad en la que vivimos.
En mi caso, el interés por el pasado de Chiclayo se definió en los años en que entendí que mi vida iba a trascurrir fuera de mi ciudad natal y que los materiales diversos relativos a Lambayeque que iba recolectando eran como partes de un mosaico o rompecabezas del que había que reconstruir su ordenamiento, a fin de que tal o cual foto o anécdota empezara a tener un sentido más general que el aportado por sí misma.
Primeras publicaciones
Mis primeros trabajos resultaron de las muchas conversaciones que tuve con José Arana Cuadra, un destacado periodista que pertenecía a una generación bastante anterior a la mía. De esas conversaciones surgieron dos publicaciones: una que recogía recuerdos de Arana sobre el Chiclayo de su juventud, y otra que recogía el epistolario entre Arana Cuadra y ‘Lata’ Rázuri, un personaje hoy prácticamente olvidado. Después elaboré un listado alfabético de todo el material lambayecanista que disponía en mi biblioteca y estructuré un informe histórico sobre el levantamiento del pueblo chiclayano en 1919, levantamiento caracterizado por ser anticlerical. Ya a esas alturas había empezado a compenetrarme con la historia de Chiclayo de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX.
Como mi interés era el pasado de Chiclayo no tuve, en principio, un tema o un tipo de temas que se impusieran a mi atención, pero como es natural al estudiar una sociedad el tema de la salud apareció.
Es un asunto de máxima importancia en la medida en que la ruptura de su equilibro, que en suma corresponde a lo que llamamos enfermedad, nos afecta a todos como individuos y sociedad; produce padecimientos y limitaciones físicas y mentales, temporales o permanentes, altera las rutinas de vida – incluidas las laborales -, implica costos y la posibilidad de la muerte.
El estudio histórico de la salud permite conocer el modo cómo la sociedad ha respondido a lo largo del tiempo al reto de la enfermedad. Observamos así cómo han cambiado los medios de tratamiento y curación, los medicamentos y las instalaciones de salud, pero también las actitudes y creencias populares que se han tejido al paso de los años, las mismas que pueden llegar a dificultar el trabajo de los medios o de campañas como las de vacunación.
Epidemias en Chiclayo
A la peste bubónica le he dedicado dos trabajos, ya que a parte de la honda huella que dejó, fue la enfermedad que más me intrigó. Asimismo, he indagado sobre la fiebre amarilla, dolencia que ha afectado por temporadas a nuestra ciudad, destacando la época de la ocupación chilena en 1882 y la epidemia de 1921, que llegó desde el norte a Chiclayo, y avanzaba hacia Lima poniendo en riesgo las celebraciones del primer centenario de nuestra independencia, aunque gracias a la ayuda exterior se logró controlar.
El papel de los médicos y la evaluación de nuestras instalaciones hospitalarias son abordados en otro trabajo.
Más tarde me aboqué al estudio de la viruela en Chiclayo, una enfermedad que sufrí de niño, pero que hoy está desaparecida. Luego, al pensar en la relación entre los problemas de salud y la posibilidad de la muerte trabajé sobre los cementerios chiclayanos a lo largo del tiempo.
Por último, mi trabajo más reciente trata de la tuberculosis en nuestro medio y cómo atacaba a personas de toda edad y condición social y económica, etc.
En la perspectiva del tiempo, Chiclayo hace ya muchos años que dejó de ser una villa pequeña y bucólica para convertirse en una ciudad con las posibilidades de desarrollo que encierra el cambio de villa a ciudad, aunque también con los retos que plantea dicho crecimiento, algunos de los cuales tienen incidencia en la salud, como la violencia ciudadana o el tráfico vehicular desordenado.
Son muchos los problemas por superar: escasez de especialistas, hospitales congestionados e insuficientemente equipados, medicamentos caros, falta de una política preventiva, pobreza y subalimentación de buena parte de la población; malos hábitos de higiene, deficiencias del agua y desagüe, mal sistema de baja policía y tratamiento de la basura, contaminación diversa, etc. Al paso del tiempo, hemos avanzado en muchos aspectos de la salud pública, pero de modo desigual e insuficiente.
(*) Investigador, coleccionista e historiador.