Basta ver un rato las noticias en televisión, revisar los periódicos o el internet, para constatar el variopinto universo de candidatos o pre candidatos a la Presidencia que tendremos en nuestro país en las próximas elecciones. Y a la vez, para empezar a experimentar físicamente este sentimiento de angustia de quien sabe que se enfrenta a una elección sin opciones, o a un proceso en el que el sistema electoral le hará elegir – una vez más – entre todas estas opciones no queridas; y sobre todo, que de esa “elección sin opciones” depende el futuro del país en el que vive con su familia, trabaja y se desarrolla.
¿Cuándo fue la última vez que votamos por el mejor, y no por el “menos malo”? Esto parece que sucederá también en el próximo proceso electoral, con la diferencia que, en esta oportunidad nuestras opciones se agotaron desde la primera vuelta.
Creo que a estas alturas, aún valdría la pena preguntar ¿Cómo llegamos a esta situación? ¿Por qué los personajes que se presentan como candidatos a la Presidencia de la República, piensan que tienen derecho a hacerlo? ¿Dónde dejaron la autocrítica y el respeto por sus conciudadanos? A lo mejor piensan que esas son cosas que se salvan con un discurso bien elaborado o diciendo algo como “soy inocente”, “me quieren perjudicar” o “la historia me juzgará”. También pueden pensar que los peruanos nos olvidamos de todo o lo que es peor, que no somos selectivos. Es que, muestras de lo contrario, tampoco hemos dado.
Casi inmediatamente surge una pregunta más inquietante ¿Dónde estás aquellos candidatos por quienes sí votaríamos? ¿Es que acaso no hay ningún peruano mayor de 35 años que cumpla con el perfil que nuestro futuro presidente requiere?
La verdad es que sí existe (no sería democracia de lo contrario). Pero se me ocurren dos hipótesis para explicar su ausencia, al menos en apariencia:
La primera es que no lo conocemos y no tendremos oportunidad de conocerlo. Puede que exista alguien que, animado por su vocación de servicio y su compromiso con el país, se vea tentado a postular a la presidencia. Pero luego, se dará cuenta que ningún medio de comunicación le dará cobertura (porque nadie lo conoce y no tiene ningún escándalo que lo preceda), que ningún partido político lo querrá apoyar (si antes no se compromete a colmar los cargos públicos con la mitad de los militantes del partido) que necesita muchísimo dinero para montar una campaña (y en su búsqueda a lo mejor tendría que claudicar en sus principios) y que nadie lo apoyará sin pensar que obtendrá algo a cambio (una pequeña obra basta).
La segunda hipótesis tiene que ver con la racionalidad de una decisión como esa: ¿Quién estaría dispuesto a competir en una realidad electoral en la que las peores opciones son las que lideran las encuestas? Me niego a aceptar que los candidatos que tenemos son los que merecemos.
Pero al final, sí somos responsables de esta situación. No nos hemos tomado el trabajo de elaborar un perfil del presidente que nuestro país necesita. Porque es probable que todos hayamos pensado - y hasta idealizado – a nuestro presidente (o presidenta, que es lo mismo), pero no hemos tenido ni la fuerza ni la organización para exigirlo. Actualmente los filtros para tener presidente son: la Constitución Política (ser ciudadano y tener 35 años), las elecciones primarias en los partidos políticos (que está visto, una vez más, que no funcionarán) y la prensa (que está muy lejos de tener la objetividad esperada). Y a nosotros nos queda solo elegir entre aquellos que superaron estos filtros que – como podemos comprobar – no son garantía de nada.
¿A quién necesitamos como presidente? La respuesta no debe ser difícil si se busca en el colectivo de la ciudadanía, pues todos compartimos esta naturaleza política que nos permite definir claramente el perfil de nuestro presidente. Necesitamos una persona convencida que su deber no es con él mismo, ni con quienes le dieron dinero para la campaña, sino con el Perú. Una persona preparada, estudiosa, que conozca la gestión pública (para que sus “asesores” no terminen diciéndole qué hacer). Una persona con fuerza moral (que no tenga “secretos” que lo puedan desacreditar frente a la ciudadanía). Una persona culta, que conozca el Perú y su infinita y maravillosa variedad. Una persona que respete la ley y la investidura que ostenta. Una persona con la suficiente sensibilidad para pensar que el mercado es importante, pero no lo es todo. Una persona que respete y defienda los valores que sustentan nuestra Nación (y que entre todos, el respeto a la vida y la dignidad de la persona son los más importantes); que no actúe sólo por presiones políticas o por su popularidad en las encuestas. En pocas palabras, necesitamos un líder en quien confiar.
¿Tendremos la fuerza para que quien se sienta con derecho a postular al cargo político más importante de nuestro país, haga antes una autoevaluación, por respeto a nosotros, por respeto a su país?
Y ese candidato “escondido” ¿Tendrá la convicción necesaria para superar todas las adversidades y con valentía postularse?
Y los partidos políticos, ¿tendrán el valor para dejar de lado los intereses mezquinos de sus integrantes y reconocer al candidato que el Perú necesita y apoyarlo?
Y nosotros, ¿tendremos la valentía y responsabilidad de hacernos cargo – por lo menos esta vez – del destino de nuestro país y elegir al candidato que merecemos?
Es todo un reto. Y me veo tentada a decir “¡Sí se puede!”.